Año
¿En qué año vivimos? La respuesta no es tan evidente, ya que los seres humanos contabilizamos el tiempo de forma muy distinta. La pregunta se la hacía Josep María Casals en la revista National Geographic y no sólo se refería al año que ahora celebremos quienes vivimos aquí. Este periódico anuncia en su cabecera que estamos en 2008. Se trata del calendario gregoriano, salido de la reforma del calendario juliano en 1582 y que tiene su punto de partida en el nacimiento de Cristo. Sin embargo, en Egipto los diarios incluyen otra fecha en su portada. En el Cairo viven en el año 1428. El calendario islámico parte del 16 de julio del año 622, día de la huida de Mahoma de la Meca a Medina. Lo curioso es que, como el calendario es lunar y el año lunar es 11 días más corto que el solar, poco a poco se irá aproximando al gregoriano hasta coincidir, solo temporalmente, el día 1 de mayo del año 20874.
En Jerusalén, mientras tanto, nos llevan más de 4.000 años de diferencia. Los judíos contabilizan el tiempo desde la creación del mundo, que la tradición rabínica fija el 7 de octubre del año gregoriano 3761 antes de Cristo. Ellos andan ya por el año 5768. De los chinos, con ciclos de 60 años, o los hindúes, con su concepción circular del tiempo, hablamos otro día. La medición es distinta, pero todos incluyen un principio y un final que se va renovando. Cada año hay en realidad más de una docena de años nuevos, dependiendo de la cultura o de la religión que se profese. Todos, sin embargo y a través del tiempo, establecen siempre un pasado, un presente y un futuro, que es lo que al final importa. Con todo, lo importante no parece que sea el año en que vivimos, sino cómo vivimos los años. No dura lo mismo un minuto agarrado al eje de los bajos de un camión para entrar irregularmente en España que un minuto conduciendo el camión. Multipliquen cada uno de esos dos distintos minutos por los minutos que tiene cada año y obtendrán dos percepciones del transcurrir del tiempo completamente diferentes.
El tiempo es algo absolutamente subjetivo. Pero olvidémonos de los calendarios solares o lunares y vayamos a los electorales. No es lo mismo que Mariano Rajoy anuncie que se compromete a gobernar sólo ocho años como Aznar, cuando todavía no ha ganado unas elecciones; que insinúe que lo hará Manuel Chaves, después de llevar 17 años gobernando. La percepción del tiempo sobre esos mismos ocho años es distinta para cada uno de ellos, pero también para cada uno de nosotros. Otro ejemplo, de la volatilidad del tiempo, con la misma premisa de resistir dos mandatos: ¿valdría también la medida de ocho años para el candidato que pierde unas elecciones? De ser así, Javier Arenas en Andalucía parecería vivir con el calendario islámico, con lo que hasta mayo del 20874 podría estar renovando cada cuatro años sus ilusiones. Poco más o menos como los candidatos del PSOE en la mayoría de los capitales andaluzas.
Los seres humanos contabilizamos el tiempo dependiendo de concepciones religiosas o hitos históricos que han marcado el desarrollo de una cultura o de una civilización, por eso hay estas diferencias sobre el año en que vivimos. La Revolución francesa fue tan importante que sus gobernantes idearon un calendario que partía del 22 de septiembre de 1792, día de la proclamación de la República. Fue un intento fallido y que Napoleón decidió derogar. Se me ocurre pensar que en Andalucía podríamos tener también un calendario propio. Sólo necesitamos un acontecimiento extraordinario como punto de partida. Por ejemplo, el día en el que el PP gane unas elecciones autonómicas, Diego Valderas salga de diputado de IU por Huelva, el PA vuelva a tener una consejería, o el PSOE gane en los núcleos urbanos. A partir ese día, ¿en qué año viviremos?
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