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Las mil y una razones detrás del fracaso

Adoptar es una empresa que requiere enorme motivación y capacidad de establecer un vínculo inequívoco con el hijo adoptado. El mecanismo de la convivencia es tan complejo que una sola de las diminutas piezas que lo componen puede deteriorar fatalmente la maquinaria. El desencadenante puede ser la conducta violenta del niño adoptado; la distancia enorme entre lo que los padres querían y lo que han obtenido; una motivación errónea, cómo darle un hermanito al hijo biológico para que juegue con él; pretender llenar el hueco de un hijo perdido, o no estar preparado para afrontar los problemas adicionales que conlleva toda adopción.

Un equipo de expertos se encarga de evaluar la aptitud de los aspirantes. "Las cosas se hacen con mucha seriedad. No hay ninguna frivolidad en este proceso", explica Montserrat Lapastora, psicóloga y miembro desde hace ocho años de los Turnos de Intervención Profesional en la Adopción Internacional (TIPAI), creados para auxiliar en esta tarea a la Comunidad de Madrid. "Hay quien piensa que para estos niños es mejor una familia imperfecta que seguir en el orfanato, pero la disyuntiva se plantea entre una familia no adecuada y la posibilidad de encontrar otra que sí lo sea". Lapastora insiste en que "no se trata de rechazar a la gente porque sean malas o buenas personas. En absoluto. Lo único que valoramos es la parentalidad adoptiva". Una fórmula siempre imperfecta, a la que hay que agregar la criba, cada vez más exigente, que hacen los países de origen de los niños.

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