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Columna
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La nueva Barcelona

La ciudad del futuro comienza a asomar la nariz. Y en ningún lugar eso es tan visible en Barcelona como en la plaza de las Glòries, convertida en un dédalo de caminos que volverían loco al propio Teseo.

- Después de reformar y reformar escondida en su concha, la plaza actual es una pequeña parcela ajardinada, rodeada por una especie de anfiteatro que alberga un aparcamiento y que la oculta parcialmente de la vista. En este punto se juntan el viejo Eixample y el moderno 22@. Nombre, este último, tan extraño que, para no provocar la risa, ha sido bautizado como distrito y no como barrio.

- No hay más que acercarse hasta aquí para toparse con un paisaje en pleno hervor. Bajo un horizonte de grúas e inmuebles en construcción, la torre Agbar se yergue omnipresente. Aunque, más que al artefacto con el que siempre se la compara, a estas horas de la mañana se asemeja a un descomunal exprimidor de limones, cuyas miles de cuchillas de cristal han sido capaces de convertir en zumo todas las opiniones cítricas y todos los comentarios agrios que suscitó su erección. Ahora, transformada en nuevo símbolo urbano, le hace la competencia a la Sagrada Familia, al menos en los quioscos y tiendas de souvenirs de La Rambla. Y es digna de ser escalada por el famoso hombre araña Alain Robert, que la coronó el pasado noviembre. Incluso puede presumir de ser la alternativa catalana a las campanadas de fin de año. Desde luego, una elección más sofisticada que la clásica torre de la antigua Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol.

- Pero a pie de acera las cosas se ven en verdad de otra manera. Tan soberbia edificación está rodeada por un insólito paisaje, más propio del neorrealismo italiano que del Silicon Valley que se pretende. Tráfico por todas partes, raíles y cables del tranvía, que igual recuerdan a Lisboa que a una ciudad de provincias soviética. Al otro lado, el mercado de Bellcaire, siempre con las maletas a punto para la mudanza. Y justo al pie de la torre, las últimas fábricas con techo de uralita, un almacén de autocares, un pequeño bastión de modestísimas casas de vecinos -de dos plantas y con ropa tendida en el balcón- y la churrería Las Glorias, que le aporta su toque popular y su olor a fritanga.

- Más allá, avenida tras avenida, rascacielos tras rascacielos, la panorámica incluye, en un mismo cuadro, la ciudad que fue y la que va a ser, sin solución de continuidad ni de diálogo.

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