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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La Francia de Sarko

La opinión pública francesa va de sorpresa en sorpresa con las acrobacias de su presidente

¿Tanto ha cambiado Francia en unos años como para sentirse cómoda con un presidente como Nicolas Sarkozy? Desde el primer día de su mandato, Sarko demostró que no se concebía sólo como el último depositario y defensor de la soberanía; menos aún, como mero inspirador del rumbo de los asuntos públicos.

El presidente francés, protagonista de una revolución que hasta ahora es más antropológica que política, hace como que libera -con la colaboración de la que entonces aún era su esposa, Cécilia- personalmente a las enfermeras búlgaras, que habían sido condenadas a muerte en Libia, pero meses más tarde se descubre que el precio era una invitación a Francia del líder supremo del país norteafricano, Muammar el Gaddafi, todo menos una joya del quehacer democrático. Más recientemente, se planta en Torrejón de Ardoz con los tripulantes españoles de un avión que, al servicio de una ONG de dudosos perfiles, El Arca de Zoé, habían sido acusados de complicidad en el secuestro de más de un centenar de niños en Chad por los tribunales de este país, y esta misma semana los representantes de esa organización son repatriados a Francia para que cumplan en casa la larga condena que les había impuesto la justicia chadiana. Quizá dentro de un tiempo sabremos si ha dado algo a cambio el gobernante francés.

Y para seguir con el derribo de tabúes ancestrales, el presidente enunciaba también hace unos días en Roma, con ocasión de su visita al Papa, una teoría de la laicidad que se da de patadas con la doctrina republicana: más abrazo ecuménico de todas las creencias religiosas que el cuidadoso apartamiento de sus cultos y fastos de la vida pública, como ha sido siempre en la laica Francia.

En lo personal, el contraste con sus predecesores en el Elíseo no puede ser más radical. Sólo un círculo de iniciados sabía en París que el presidente socialista François Mitterrand tenía una hija fuera del matrimonio, y el país no se enteró hasta que la niña hubo rebasado la adolescencia; el inmediato antecesor de Sarkozy, Jacques Chirac, del partido gaullista como Sarko, llevaba con la discreción que en Francia se ha considerado históricamente de recibo sus expediciones de íntima naturaleza. En cambio, el alejamiento, reconciliación y divorcio de Nicolas y Cécilia ha sido casi retransmitido en directo por los medios.

Sarkozy ha estado estos días de vacaciones en Egipto con su novia, la cantante Carla Bruni, por cuenta de un multimillonario amigo. ¿Puede el presidente irse de asueto por cuenta ajena? Sin que haya censura moral alguna, sí se produce una banalización de la política y del cargo. ¿Tiene derecho Sarkozy a ser una persona como cualquier otra? Parte de la opinión francesa asiste estupefacta a las acrobacias de su líder: hoy seductor de la prensa del corazón, mañana alivio de dictadores y pasado muñidor de grandes proyectos internacionales. De vértigo.

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