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"Mi madre rezó para que yo naciera sordo"

"Hambre de comunicación", dice Juan Manuel García (Mollet del Vallès, Barcelona, 24 años) que tenía su madre, Maria Espinosa, sorda como él. "Cuando se enteró de que yo también era sordo se alegró muchísimo. Desde que le dijeron que estaba esperando dos hijos rogó a Dios que uno fuese como ella. Tanta era su necesidad de comunicarse sin renunciar a su lengua".

García Espinosa tiene una curiosidad inenarrable por el ruido. Pero le "encanta" ser sordo. "He desarrollado tanto el resto de mis sentidos, el olfato por ejemplo, que puedo llegar a sentir más que una persona oyente".

Ver cómo signan (cómo hablan) los sordos es un espectáculo. Lo comprobaron el presidente de la Fundación Alares, Javier Benavente Barrón, y la editora Mercedes Pescador el día que se reunieron con los autores de Sordo y qué para cerrar el proyecto. "Parecían una orquesta, era un espectáculo artístico. Tienen su lenguaje, vaya que sí. Ver hablar la lengua de signos es un goce visual. Son como músicos interpretando unas partituras".

Añorando a Vivaldi

A Santiago Hernández (Valladolid, 39 años) la Lengua de Signos le abrió "las puertas del destino". Es sordo postlocutivo, es decir, perdió la audición después de adquirir un lenguaje elaborado. "Lo que más echo de menos son las voces de mis padres, hermanos y amigos, los sonidos que rodean el mundo y Las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Siempre recordaré que un día estuvieron en mi vida". Le molesta que cuando habla con sus amigos sordos en lengua de signos la gente les mire e, incluso, se separe de su lado. "No nos aceptan, muchos no entienden que somos como ellos con una única diferencia: somos sordos. Por eso es tan importante difundir información sobre la comunidad sorda".

Miguel Ángel Iglesias (Madrid, 59 años) cree que su "mayor triunfo" ha sido ser feliz. Su vida ha sido una cadena de calvarios. Soñó con ser delineante, pero tuvo que empezar a trabajar en un taller de peletería desde muy pequeño. "Ser sordo era entonces un lastre, una circunstancia que llegaba incluso a avergonzar a familiares y amigos".

La gran pasión de Iglesias son los toros. Tuvo incluso un apoderado, y su nombre apareció en una revista taurina. Pero la sociedad no estaba preparada para un torero sordo. Aquel "sueño perdido" le condujo al menos a su mujer, Rosa, que no es sorda. "Nos conocimos en una capea en Chinchón". La primera conversación fue "como si un inglés se dirigiera a una chica española que desconoce el idioma para intentar ligársela". Rosa aprendió pronto la lengua de signos. Tienen una hija, Rosa, oyente, que es una magnífica intérprete de sordos.

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