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Columna
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Galicia y Portugal

Que los Estados ya no son lo que eran es hoy un lugar común. No sólo lo demuestra el propio Estado Español que ha ido perdiendo competencias hacia arriba (hacia la Unión Europea) y hacia abajo (hacia las comunidades autónomas). También la comparación entre Galicia y Portugal puede abundar en el mismo argumento. Aunque Portugal es un Estado independiente, con su Ejército, su Constitución, etcétera, lo cierto es que, si formase parte de España, su producto interior bruto colocaría a nuestro vecino por detrás de Cataluña y Madrid, a pesar de tener una población muy superior.

O sea que poseer un Estado no es el bálsamo de Fierabrás. No quiero decir con ello que el tener un Estado propio esté bien o mal, porque eso es asunto, en última instancia, de teología política, y yo no me cuento entre los que juzgan que todo en la vida es cálculo racional.

La discusión de las áreas metropolitanas tiene sentido en el marco de intereses con el Norte de Portugal

En el marco de la Unión Europea cabe recordar que Eslovaquia se separó de Chequia, siendo, sin embargo, la zona más pobre del antiguo Estado unificado. La separación se produjo de un modo impecablemente pacífico y democrático y es de suponer que los eslovacos eran conscientes de los posibles costes que esa voluntad independentista podía acarrear.

Lo que ha faltado en Portugal no ha sido independencia, sino eficacia, ideas, proyecto, el saber aprovechar el marco europeo. Portugal tiende a oscilar entre una fuerte retórica antiespañola y un derrotismo práctico (en eso se parece a los nacionalistas gallegos). En el medio ha prosperado un cierto sentimiento nacional infatuado que ha hecho que gastasen dineros con proyectos "a la francesa", como los estadios de fútbol construidos con ocasión del Campeonato Europeo, una mala utilización de los fondos europeos, una cierta corrupción y, de hecho, un gran desconcierto en torno a su futuro (en eso se parecen a los gallegos en su conjunto).

Portugal, a pesar de haber hecho una revolución, ha mantenido con mayor fuerza la distancia social entre las clases y el conservadurismo en las relaciones entre los sexos. Que el sueño de un rico portugués, al menos el de los de hornada reciente, sea convertirse en un pijo español lo dice todo.

Tampoco son los límites de la autonomía, a día de hoy, los que introducen el más fuerte corsé para el futuro de Galicia. Ni la Cidade da Cultura, ni el puerto exterior de A Coruña fueron ideados en Madrid. Manuel Fraga y Francisco Vázquez, los dos políticos gallegos más significados de los últimos 20 años, son los responsables de uno y otro proyecto. También, por supuesto, quienes les votamos. En una democracia, todos somos responsables de nuestros actos.

El más fuerte corsé deriva de la ausencia de eficacia, ideas, proyecto, y gente competente para plasmarlo. Si la Cidade da Cultura no sirve para implementar el turismo y, por tanto, incrementar el PIB gallego, no habremos hecho nada más que el primo. Si el puerto exterior coruñés no sirve como puerto refugio, ni tampoco para el tráfico de contenedores, ni puede competir con puerto europeo alguno, porque nadie se molestó en pensarlo o bien nadie impidió su ejecución en tiempo y hora, sabiendo que Punta Langosteira no era el lugar apropiado para la construcción de un puerto que respondiese a esas demandas, habremos hecho algo peor que el primo.

Pero esos dos proyectos vienen del pasado. Ahora tenemos un Gobierno que se ameniza a si mismo con disensiones internas, generalmente dictadas por la competencia electoral, pero que no da muestras de un gran pulso político. El problema no es el PSdeG o el BNG, sino que los unos o los otros tengan algo que decirnos, serio y solvente, acerca de nuestro futuro. La política urbanística y el Banco de Tierras han sido quizás los dos ámbitos en los que el bipartito ha tenido más fuelle y es de agradecer que haya convocado oposiciones en sectores como el sanitario o la CRTVG necesitados de una cierta clarificación.

Pero se echa en falta una política de democratización del país -medios de comunicación, Ley de Cajas-, un plan de Centros de Investigación (¡y atención al diseño, por Dios!: para las conservas, la moda y los muebles) y, por supuesto, mayor énfasis en relación a la Euroregión. La discusión en curso acerca de las áreas metropolitanas sólo tiene sentido en un marco más amplio de debate sobre los elementos de sinergia y de conflicto de intereses con el Norte de Portugal. Basta con mirar el mapa, como hacen las autoridades europeas, para saberlo.

Con ellos somos siete millones, que es un umbral más adecuado para el desarrollo de las empresas y de un mercado próximo, pero también para que estas puedan dar el salto que les permita una proyección internacional. La función de los puertos marítimos, de los aeropuertos, del sistema viario terrestre tiene que determinarse a esa escala si queremos crear condiciones para ser competitivos.

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