_
_
_
_
LA COLUMNA | OPINIÓN
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Procrear y decidir

Es curioso: los presidentes de CiU y del PNV han manifestado hace unos días una idéntica preocupación por la baja tasa de natalidad de la que ven aquejadas a sus respectivas naciones. Según Artur Mas, un país con tasas de natalidad bajas es un país que no apuesta por sí mismo: renovarse o morir, dice, inquieto, porque el curso de la demografía catalana depende de la inmigración. Según Íñigo Urkullu, el fomento de la natalidad debe ser un "objetivo estratégico nacional", pues los vascos están a punto de conseguir el récord de pueblo más envejecido de Europa, y "el futuro se estrecha cuando la población disminuye" (sobre todo, habría que matizar, si disminuye porque se siente obligada a emigrar).

Esta singular coincidencia contrasta con la visión de los pueblos vasco y catalán en marcha hacia su plenitud como naciones. En opinión de nuevo coincidente de los dos oradores, para alcanzar esa especie de tierra prometida falta únicamente la conquista del derecho a decidir, un concepto incorporado hace años al lenguaje político del nacionalismo vasco que Urkullu vuelve a proclamar en el día de su designación como presidente del PNV. Los nacionalistas catalanes, por boca de Mas, lo reclaman ahora, aunque, a falta de disposición adicional primera a la que agarrarse, lo limitan a aquellas cuestiones que consideran propias; pero todo se andará.

En cualquier caso, la vitalidad demográfica y el derecho a decidir aparecen íntimamente ligados con la reivindicación de lo que ambos oradores llaman Estado plurinacional, marco futuro en el que contemplan las relaciones entre Euskadi y España, por un lado; Cataluña y España, por otro. Ninguno de los dos líderes quiere restar; los dos quieren sumar. Pero sumar después de ver a sus pueblos constituidos en naciones. Cataluña: una nación plena, dice Mas; Pueblo Vasco, adornado de todas las características de Nación, dice Urkullu, más propenso al uso de mayúsculas. Nadie, ni de dentro ni de fuera, entiende que siendo así, plenamente naciones, hayan llegado a los umbrales del siglo XXI sin ser Estados.

Estado plurinacional habrá de entenderse, pues, siguiendo el argumento de ambos líderes, como Estado pluriestatal. ¿Qué sería, en tal caso, España? ¿Un Estado de Estados, puerto al que habría arribado aquella nación de naciones de la que se hablaba hace 30 años? Sí y no, pues la afirmación de la plenitud nacional de Cataluña y Euskadi, con su vitalidad demográfica y su derecho a decidir, culminará en sendos Estados propios que necesitarán de España como Estado-nación para realizarse. De ahí la persistencia del planteamiento bilateral: Cataluña / España, Euskadi / España, con el que se quiere dar a entender que Cataluña piensa España como todo lo que en el Estado no es Cataluña, y Euskadi, lo mismo. Que un resto de España se mantenga como Estado-nación es condición indispensable para que las naciones catalana y vasca alcancen la condición de Estados en ese nuevo Estado que, por ser plurinacional, es también pluriestatal.

Éste es el inextricable laberinto de dos discursos pronunciados en el intervalo de una semana. ¿A qué suena? Sin duda, a ya visto; o a ya oído, para ser más precisos. Más aún, es lo que venimos oyendo desde hace 10 años, cuando Estado plurinacional comenzó a significar una confederación de Estados en la que el español sería lo que quedaría después de que las naciones plenas alcanzaran también ellas la plenitud de estatalidad. A nación plena, pleno Estado: ése era el axioma. Y ésa vuelve a ser la canción dominante, tras la pausa melancólica provocada en Euskadi por el naufragio del plan Ibarretxe y extendida a Cataluña tras la desangelada aprobación del Estatuto.

Fuera melancolías: es hora de que vascos y catalanes se dediquen a procrear y, en el entusiasmo que acompaña el florecer de nuevos retoños de la nación eterna, conquisten el derecho a decidir. Para infundir ánimo, los dos discursos amagan más que dan. Persiste, desde luego, la fascinación de una consulta en el horizonte; pero, en el caso de Mas, todo dependerá de lo que decida el Tribunal Constitucional, y en el de Urkullu, la previa habilitación de "un espacio de encuentro" para las distintas "sensibilidades" se presta a un sinfín de conjeturas e interpretaciones.

En definitiva, que estamos donde estábamos, con cuatro años más a las espaldas, eso es todo; que no es poco, porque estar de nuevo donde estábamos quiere decir que dentro de cuatro años estaremos otra vez donde ya hemos estado antes. -

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_