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Columna
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¿Merecemos esta izquierda política?

El colectivo cívico Valencians pel Canvi ha perorado y debatido esta semana en un marco universitario acerca de la izquierda política que tenemos en el país, preguntándose si es la que merecemos. La cuestión invitaba, como era de suponer, a diagnosticar académicamente las flaquezas y opciones de esta vertiente partidaria e ideológica cuya crisis universal parece obvia desde que las fórmulas neoliberales más o menos rotundamente adoptadas por doquier han dado por inviables o anacrónicas otras soluciones a los viejos problemas sociales, según aquel pretencioso "fin de la historia" predicado por el seudovisionario Francis Fukuyama.

Ya se sabe que cuando el estamento más intelectual de la izquierda -cual es, sin duda, la asociación mencionada- se aplica a este tipo de escrutinios suele combinar plausiblemente el rigor con dosis varias de autoflagelación. ¿Cómo, si no, se puede describir el estado de postración que se constata desde 1995 en los partidos de la oposición al PP indígena? Desarme de ideas y programas, fragmentación disparatada, desmovilización, orfandad mediática, falta de liderazgo y demás achaques propios, sobre todo, del prolongado ostracismo. Donde no hay harina, recuerda el refranero, todo es mohína, lo que por fortuna no ha impedido que se formulen preguntas, se busquen respuestas y, en suma, se delaten ganas de vivir, que es el mejor bálsamo contra la depresión.

La derecha de estos pagos, en cambio, no es propicia a estas ni a otras reflexiones semejantes, acaso porque no las necesita y, además, porque siempre puede echar mano de ese granero central de ideas que es FAES, la Fundación aznarista para el Análisis y los Estudios Sociales, referente singular de la ortodoxia conservadora. Pero sobre todo, si no se plantea y responde a ciertas cuestiones es porque ello le abocaría a dar razón de la corrupción y los personajes corruptos que, con el marchamo de esas siglas, han convertido la política valenciana en un cau de sangoneres. Léase a este propósito el edificante libro de Alfredo Grimaldos, Zaplana, el brazo incorrupto del PP, editado por Foca Investigación. Quizá no se encuentren en esas páginas episodios inéditos, pues casi todos están divulgados, aunque sí aspectos de un rosario de trapisondas que vistas en su conjunto y desarrollo inculpan más la desidia o complicidad de una sociedad carente de los imprescindibles filtros civiles que el desahogo de uno o unos individuos que son verdadera carne de trena.

¿Es esta la derecha política que nos merecemos? Pues evidentemente no, sobre todo si la pregunta se le plantea a gente progresista y honrada. Su universo clientelar y beneficiario, por lo contrario, opinará muy otra cosa en sintonía con los años de prosperidad que se han sucedido y la desmovilización simultánea que ha padecido la izquierda. Pero el cambio de coyuntura es innegable y de ello se constatan dos claros exponentes. De un lado, la desaceleración económica que conlleva, como mínimo, distinta sensibilidad ciudadana ante la política de privatizaciones y riesgo de recortes sociales. Y, de otro lado, la recuperación del pulso que se percibe en los partidos de la oposición. A este respecto, los socialistas han sido galvanizados por la elección de sus cabezas de lista para las elecciones legislativas de marzo. Si podía albergarse alguna duda acerca del método o acierto de su selección ya ha sido despejada por la destemplada, cuando no disparatada, reacción de los populares. Una ofensiva que ha contribuido imprevistamente a despertar de su somnolencia a sectores del partido que en esta ocasión contemplan la cita electoral como una apuesta política con posibilidades de prosperar e iniciar con ello un nuevo ciclo.

Del sector más a la izquierda ya se conoce la batahola de noticias que proyecta su agitada renovación, refundación o puesta al día. No es un fenómeno negativo, pues con independencia de cómo concluya el proceso, lo cierto es que se apunta, si no lo hemos entendido mal, a la superación de formas organizativas anquilosadas y a la integración de todas las opciones que, alineadas bajo la gran pancarta del ecosocialismo y país, consideran que la hegemonía exclusiva de dos partidos turnantes constituye un empobrecimiento democrático y acaso una perversión. Y eso sí que no nos lo merecemos en ningún caso.

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