El caso de la mujer pantera
Decían "cougar" y "cougar" durante la conversación a la que yo atendía en Boston hace unas semanas sin poder entender cabalmente su sustancia. Cougar, en inglés, quiere decir "pantera", pero hablaban de un determinado club femenino de Hollywood y no pude establecer la relación.
Esas mujeres-pantera, sin embargo, han reaparecido ante mí en un reciente libro de Mark J. Penn (Microtrends. Twelve. Nueva York, 2007) y se trata, en fin, del notable aumento de parejas formadas por una mujer mayor y un joven, constituidas bien a través de la red -donde puede hallarse una decena de direcciones- o mediante las citas de toda la vida.
Si la salida del armario por parte de famosos abrió las puertas a otras homosexualidades, la sucesión de películas y personajes (Demi Moore, Madonna, Geena Davis) que reproducen este modelo estimula su difusión. Desde El graduado (1967) transcurrieron muchos años sin que se tratara popularmente el caso de las cougar pero ahora da lugar a libros, sondeos, sistematizaciones y, significativamente, al nacimiento de su denominación gracias a Valerie Gibson en su libro Cougar: a Guide for Older Women Dating Younger Men (Pantera: una guía para mujeres mayores encontrándose con hombres jóvenes) editado en 2002.
Desde entonces varios obras más han tratado encadenadamente el fenómeno. Desde Older Women, Younger Men: New Options for Love and Romance, de Felicia Brings, hasta Be an Outrageous Older Woman, de Ruth H. Jacobs, y Cougar Club, de Warren Kole, Faye Duneway et alter, aparecido hace pocas semanas.
El nuevo feminismo sin cañonazos ha localizado un aspecto más donde posar sus labios, o hincar el diente. Un asunto de festín para las panteras. Aunque se trata, sin duda, de algo más que la carnalidad. Sin alcanzar la categoría de tabú, la relación de una mujer madura con un joven despidió siempre un aroma contraventor. La mujer debería ser joven para asegurar la reproducción, mientras la fertilidad masculina se daba por descontada.
La igualación hombre/mujer, no obstante, revuelve absolutamente cualquier ecuación de intercambio. La seducción masculina derivada de su fama o su fortuna puede ser también el atractivo de las nuevas mujeres situadas en puestos altos. A este ejemplar recamado de poder y cargado de responsabilidades le conviene un hombre joven y menos comprometido laboralmente. Una pareja dotada de vigor que, además de procurar recreo sexual, se halle en condiciones de abandonar su empleo, si es preciso, cuando ella sea requerida a destinos superiores y que se preste, además, a atender a los hijos en su ausencia.
Los papeles se intercambian como en otros dominios del reino intersexual y ya la televisión, que antes contribuyó a introducir otras razas y prodigó gays y lesbianas en sus series, empieza estos años a emplazar casos de cougar, como se ha visto en Mujeres desesperadas o Sexo en la ciudad.
El proceso posee, además, las condiciones para establecerse y prosperar. No sólo las mujeres conservan sus atractivos físicos por más años, como no cesan de mostrar las infinitas marcas cosméticas, sino que su vida más larga da ocasión a multiplicar los episodios. Precisamente, en Estados Unidos, el 66% de los divorcios solicitados en la segunda mitad de la vida o, lo que es igual, aquellos que se producen en los 40, los 50 o los 60 años, son iniciativa de la esposa. ¿Quién iba a pronosticar esta situación? Las mujeres no sólo han ido conquistando independencia económica y brío mental, sino un pulso vindicador que las convierte en el corazón de cambios cruciales. Un corazón que trata de compensar su confinamiento y su ayuno secular con esta metáfora de panteras que pueden parecer, a la mirada tradicional, fiera pero que, en no pocos sentidos, busca sólo resarcirse de los interminables tiempos de hambruna y de la discriminatoria condena que le imponía la fatalidad de la arruga. No sólo las mujeres gozan de mayor esperanza de vida, sino que, espabiladas y bien instruidas, sexuadas y cualificadas, aspiran también a una vida con esperanzas mayores.
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