"Navegamos sin hacer caso de los albatros que huyen"
Ur, una de las grandes ciudades del mundo antiguo, se colapsó acosada por el efecto dominó desencadenado por una severa sequía hace 4.000 años. Otra provocó la caída de la andina Tiahuanaco hacia el fin del siglo XI, socavando la credibilidad de sus líderes y sus dioses. Los propios faraones se tambalearon por el ciclo de 300 años de sequías que sacudió Mesopotamia en 2200 antes de Cristo y llevó también sufrimiento y catástrofe al Nilo durante el caótico Primer Periodo Intermedio...
La manera que tiene de observar la historia el afable arqueólogo y antropólogo británico Brian Fagan (Lyme Regis, Dorset, 1936), autor de El largo verano, de la era glacial a nuestros días (Gedisa, 2007), un viaje a través de 15.000 años de efectos del clima sobre la civilización, es fascinante y estremecedora: una sucesión de apocalípticas catástrofes. Es cierto que también puede verse, y él no deja de señalarlo, como un rosario de adaptaciones del ser humano a retos portentosos y espeluznantes. Pero la conclusión no resulta muy esperanzadora: nos la hemos dado en el pasado y nos la vamos a seguir dando.
"El ser humano se ha ido haciendo más vulnerable a las grandes catástrofes"
"El problema actual es la escala", explica Fagan en un café barcelonés tras haber hecho notar -toda una perspectiva- que la gente que llena el local es más de la que uno podría haberse encontrado en toda su vida de ser un cazador-recolector de los primeros que llegaron a América por Beringia hace 15.000 años, gracias, por cierto, a la apertura de una "ventana climática" en el noreste de Siberia (un mundo en el que sin duda era difícil encontrar pareja). "Observamos en la historia cómo una y otra vez el ser humano ha ido haciéndose más vulnerable a las grandes catástrofes en su afán, precisamente, por protegerse de las agresiones menores y más frecuentes del clima. Nosotros ahora somos vulnerables en una escala como jamás se ha visto, una cadena alimentaria frágil, superpoblación, grandes ciudades en las costas, sistemas de comunicación que si fallan nos dejarán desamparados...". Fagan, que es un apasionado navegante, utiliza un símil marino: "Somos el superpetrolero de las sociedades humanas, un pedazo de barco, pero a bordo casi nadie es consciente de los riesgos, navegamos sin cartas, sin pronósticos del tiempo -¡incluso se discute que sean necesarios!-, y sin hacer caso de las olas o de los albatros que huyen. Tampoco parece importarles a muchos que sólo haya botes salvavidas para uno de cada 10 pasajeros".
Fagan opina que el clima, y especialmente el estrés climático, es y ha sido siempre un poderoso catalizador de la historia humana (un acicate cuando no lleva al colapso total). Y lo compara a "un guijarro lanzado a un estanque" cuyas ondas desencadenan todo tipo de cambios, políticos, económicos y sociales. "El cambio climático influye definitivamente en las civilizaciones. Un cambio induce a una modificación del comportamiento y a innovaciones que luego son desbordadas por cambios sucesivos. La ciudad mesopotámica es una respuesta a un momento de buenos recursos hídricos, pero entra en crisis con las grandes sequías".
Su perspectiva, aunque él se cuida mucho de matizarla, está muy cerca de un determinismo ambiental: el sedentarismo sería consecuencia de 2.000 años de precipitaciones más abundantes sobrevenidos después del año 1300 antes de Cristo. El calentamiento habría impulsado a la humanidad a través de Beringia a América. Los vikingos habrían abandonado Groenlandia porque se volvió muy fría en 1250 y no perseveraron en América por el hielo. Pero es que hasta la Pequeña Era Glacial -seis siglos, de 1300 a 1850- y las malas cosechas que provocó en Francia, con el hambre, la disolución social y la pérdida de legitimidad de los gobernantes, ¡sería la causante de la Revolución Francesa! (es cierto que Fagan le reconoce un papel también a la Ilustración).
¿Qué lecciones hay que extraer del pasado? "Muchas. La primera, que comparados con otras sociedades anteriores somos mucho más vulnerables. Segunda: el clima no es nunca constante, cambia continuamente, los seres humanos hemos tenido que adaptarnos a él siempre. Y tercera: lo más importante es el agua". Fagan opina que nuestros nietos "vivirán en un mundo diferente, peor, tendrán que afrontar muchos problemas que nosotros sólo avizoramos". De aquí el papel de la arqueología de "interpretar el comportamiento y los retos de las sociedades del pasado, y extraer lecciones de ello". "No entenderemos el futuro", recalca Fagan, "si no miramos al pasado".
Para dejarlo con una nota positiva: ¿hubo en el pasado cambios climáticos para bien? "Sin duda. En Egipto hubo muchos años de buenas inundaciones del Nilo, un ciclo muy bueno, determinante en el esplendor de la civilización faraónica. En la época maya clásica encontramos abundancia de agua y un excelente almacenamiento. La Europa medieval tuvo un periodo de buen clima que condujo a un aumento de población...".
Fagan no es sólo autor de libros de arqueología climática como El largo verano, La pequeña edad del hielo (que aparecerá en Gedisa en febrero) o El gran calentamiento (que se publicará en marzo en inglés). Entre su medio centenar de obras se encuentran la muy amena El saqueo del Nilo, ladrones de tumbas, turistas y arqueólogos en Egipto (Crítica, 2004), Los setenta grandes inventos y descubrimientos del mundo antiguo (Blume, 2005) y una deliciosa antología de literatura de viajes arqueológicos, From Stonehenge to Samarkand (Oxford, 2006). "Los descubrimientos más espectaculares, como los de Tutankamón o el Señor de Sipán, no son los más interesantes o conmovedores", explica. "En Bélgica se ha hallado un campamento de cazadores de hace 10.000 años en el que se ha podido atestiguar la actividad de un individuo zurdo, por la orientación de las lajas de piedra que talló, ¡eso es excitante arqueología detectivesca! Y en Chile, un viejo hueso de pollo ha resultado tener el mismo ADN que los de Polinesia: es obvio que lo llevaron en canoa, pues no iba a llegar volando. Muchos tesoros de la nueva arqueología son tan humildes y apasionantes como ese hueso de pollo". -
El largo verano. Brian Fagan. Traducción de Rafael González del Solar. Gedisa. Barcelona, 2007. 416 páginas. 24,50 euros.
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