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Columna
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El peso político de Galicia

Un gallego puede votar como un murciano y, en cierto modo, también como un catalán. Un murciano, no. No es un asunto baladí éste, porque tal y como funciona el Estado, no es lo mismo que un gallego vote en clave bipartidista que dándole cancha a una tercera vía con capacidad real de influir en su comunidad y en Madrid. ¿Constituye este escenario alguna novedad? Aparentemente, no, porque aquí siempre ha habido grandes partidos de ámbito estatal y grupos nacionalistas, pero sí es novedoso el hecho de que, por primera vez, se ha visualizado cómo el BNG está dispuesto a jugar en Madrid al más puro estilo de CiU y PNV.

Por eso mismo es tan relevante lo que ha hecho Quintana, al poner en valor su voto contrario a la reprobación de la ministra Álvarez en el Congreso. Salvo para quienes no quieren verlo, el líder del BNG marca un antes y un después para el nacionalismo, y no tanto por el paquete de medidas negociado directamente con el presidente del Gobierno, como por el precedente que sienta a los ojos de la gente.

Da la impresión de que ZP es más comprensivo con el galleguismo que sus delegados en Galicia

Un nacionalismo radical apenas inquieta a los dos grandes partidos. Al contrario, éstos están encantados cuando una tercera fuerza se coloca al borde del sistema o dice cosas contrarias a lo que habitualmente se entiende por un cierto sentido común. Es la diferencia entre ser un partido central y una fuerza marginal. El nacionalismo ha pecado a menudo de maximalista, cuando no de ingenuidad. Fue timorato cuando salió a jugar en Madrid y tardó en proyectar una imagen de modernidad.

Ahora todo parece indicar que está cambiando a marchas forzadas y que buscará en las elecciones de marzo un refrendo popular que le permita ser alguien en el Congreso. Sin complejos.

No ha faltado quien ha calificado de plato de lentejas el resultado de la negociación de Quintana ni quien no pudo vencer la envidia que sintió aquella tarde. Es humanamente comprensible todo ello pero quienes así piensan resultarán más creíbles en cuanto demuestren que los diputados caladiños que representan a Galicia en Madrid sirven para algo más que para apretar el botón cuando Zaplana y Garrido les indican el camino.

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No es extraño, pues, que se haya suscitado tanto revuelo en la política gallega, donde todo parecía apacible para PP y PSOE, asomados como están a un reparto igualitario de escaños en las elecciones de marzo, tanto en Galicia como en Madrid, donde también se da por descontado que los nacionalistas periféricos descenderán en su conjunto.

El gol de Quintana seguramente no va a cambiar el curso del río Miño, pero sí puede dinamizar al menos los banquillos popular y socialista, en los que a menudo cuesta saber cómo se llaman quienes allí se sientan.

Apretar el botón es una actividad legal. Nadie discute eso. Pero, hombre, qué menos que demostrar que los diputados gallegos saben donde está Galicia y cuáles son sus problemas, en definitiva, algo que les haga realmente dignos de ese tratamiento tan antiguo que los convierte en señorías.

Sin Fraga al frente, es francamente difícil imaginar un PP capaz de operar en clave gallega en Madrid. Y en el PSOE seguirán convencidos de que sólo cuando los suyos ganan en España ellos respiran en Galicia. Así sucedió durante el felipismo y así parece que será con Zapatero. Peor aún.

A veces da la impresión de que ZP es más comprensivo con el nacionalismo y el galleguismo que sus delegados en Galicia, habituados a las doctrinas españolistas de Vázquez e incapaces de formular una alternativa similar a la del PSC. Sólo hace falta echar un ojo a las filas socialistas y ver dónde están los guerristas y los que llegaron del comunismo y dónde están aquellos otros que, como Estévez, Laxe o Ceferino, se criaron en las bases nacionalistas fundadas por Beiras, quien en algún momento tuvo opción, por cierto, de ser el Maragall de Galicia, de la mano de los socialistas de la FSM madrileña, que no del PSOE gallego.

Tiene gracia que el bueno de Maragall, ahora también descabalgado del socialismo español, hiciera tantos esfuerzos como hizo por ayudar a los socialistas gallegos a conquistar el poder. Aquel buen hombre creía que el PSdeG podría seguir la estela de su PSC. jlgomez@gyj.es

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