Me contó su historia
Conocí a Kader el Khayati y me contó su historia. Es un joven de 32 años cuyos padres llegaron en 1970 de Larache, Marruecos, y se establecieron en el Raval; tuvieron seis hijos y no pudieron mantenerlos a todos, así que Kader y dos de sus hermanos, que nacieron en Barcelona, terminaron en un internado del cual salían sólo los fines de semana. Kader pasó en los Hogares Mundet 11 años de su vida, después prácticamente se crió en las calles.
"Me metí en todo tipo de problemas relacionándome con gente que no salía del barrio, y pensábamos que ésa era la única realidad. Entonces era el Barrio Chino y los apuñalamientos estaban a la orden del día". Era a mediados de los años ochenta y el hip-hop comenzaba a sonar en las calles de Barcelona. Kader, en plena adolescencia, hizo del ritmo una especie de sombra que lo acompañaba a todas partes, especialmente a pintar grafitos, sólo así menguaba el odio que crecía en su interior conforme se hacía mayor. "Sientes que todo el exterior son tus enemigos y la gente te rechaza por tu aspecto, aunque acepto que mis modos barriobajeros incomodaban a las personas".
A los 21 años, Kader no tenía más estudios que la EGB y marchó al servicio militar: "Me sentí vejadísimo, no aprendí nada, sólo estuve de sirviente limpiando váteres y sirviendo la comida a los oficiales. ¡Son unos hijos de la gran puta! Me escapé una vez y salí peor".
Regresó al barrio, volvió con los amigos y en alguna ocasión fue con su familia a Marruecos: "Llegué a la boda de una de mis ciento cuarenta mil primas y me la encontré llorando porque la habían obligado a casarse; entonces sentí que no encajaba ni en la sociedad marroquí ni en la española".
Educado en casa bajo el Corán y en el internado bajo la Biblia, Kader decidió no tener religión. "Mis amigos me llaman el impostor porque tampoco hablo árabe, respeto la religión, pero no puedo ser musulmán porque me gusta mucho el jamón serrano".
No aprendió árabe porque sus padres trabajaban todo el día. No había con quien hablar. Su acento castellano no deja ninguna duda acerca de que es local, tan sólo la fisonomía confiesa sus raíces marroquíes. ¿Y hablas catalán?, pregunto. "¡Claro que hablo catalán! Hasta con mi hijo hablo catalán. Éste es mi país. Aquí nací", me arguye con volumen incendiario. No es para menos, tiene que responder lo mismo una y otra vez, ya sea para renovar su DNI o comprar zapatos. "Siempre tengo que explicar que no soy inmigrante, tampoco soy inmigrante de segunda generación. Soy catalán".
En 1999 Kader sufrió un accidente en el que perdió la mano izquierda. El resentimiento crecía, pero también la certeza de que "en las calles se aprende sobre todo a querer salir de ellas", pues había visto a otros chavales terminar muertos o en la cárcel. Historias del barrio.
Su hermano Eddine Said fue el primero en dar el salto, hizo del soul-hop su medio de expresión y se convirtió en músico de fama internacional. Mientras su padre le seguía convenciendo de asistir cada viernes a la mezquita, Kader perfeccionaba los grafitos. En 2004 se reencontró con Nacho Sequeira, quien fue su monitor en los Casals del Raval durante las peores épocas de su adolescencia, y le propuso organizar para la Fundación Exit el Hip-Hop Festival 2006.
Kader logró reunir a 72 artistas de toda España: "Me sentí muy bien. Habían pasado los disturbios de Francia y queríamos demostrar que en España los jóvenes marginales pensamos diferente". Encendió así el fuego de la creación con mucho aerosol y más hip- hop.
Desde entonces, Kader es un artista que literalmente tiene muy buena pinta, su último grafito lo pintó junto con nueve jóvenes en la antigua fábrica Fabra i Coats de Barcelona. Por medio de la Fundación Exit, que trabaja con jóvenes en riesgo de exclusión, consiguió un trabajo en atención al cliente en la Fundación Integralia, se casó con una mujer catalana y se mudó a Parets del Vallès.
Al parecer, la única pared con la que se topa ahora es la que escoge para llenar de expresión.
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