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DIETARIO VOLUBLE
Columna
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La altura del vértigo

Enrique Vila-Matas

1 - Se trata de llevar la vida al otro lado. A la fascinación del peligro extremo se le une el encanto añadido de lo clandestino. A un lado, la masa de una montaña. Una vida que el funambulista conoce. Al otro, un universo de nubes tan lleno de lo desconocido que hasta le resulta vacío. Demasiado espacio. A sus pies, un cable de acero. Nada más. Sus ojos captan lo que se levanta frente a él, que no es más que la parte superior de la torre norte del World Trade Center. Sesenta metros de cable por delante. El camino está trazado. Philippe Petit está a 400 metros de altura, entre las dos Torres Gemelas, verano de 1974.

Paul Auster aún recuerda con intensidad y emoción la mañana de 1974 en que su amigo el funambulista Philippe Petit "le hizo un regalo de una asombrosa e indeleble belleza a Nueva York". Ese día, Philippe Petit, después de meses de preparativos clandestinos, tendió por sorpresa un alambre de acero entre las torres gemelas del World Trade Center y fue de una azotea a la otra, cruzó el vacío en una larga travesía del aire que duró 45 minutos inmortales.

Que recordemos mucho más la destrucción de las torres gemelas que aquel acto artístico de gran belleza que tuvo lugar un cuarto de siglo antes en el mismo escenario es, en el fondo, algo bien comprensible, pues hubo un mortal desastre aquel 11 de septiembre. Pero eso no quita que sería genial si, en lugar de arrinconar tanto la memoria de la belleza, estuviéramos hechos de otra materia y fuéramos capaces de recordar con la misma intensidad que la destrucción la poesía extraordinaria del gesto del funambulista Philippe Petit el día en que alcanzó las nubes en lo alto del World Trade Center.

Alcanzar las nubes, que publica Alpha/Decay, es el libro en el que Philippe Petit cuenta detalladamente la historia de la gran aventura que terminó el día en que al sur de Manhattan realizó su más grande actuación aérea: el día en que, venciendo al vértigo ("guardián del abismo" lo llama), entró en contacto directo con los dioses al cruzar de una azotea a otra en lo más alto del cielo y del aire de Nueva York.

De lo que es capaz un hombre. Pero la gran acción -siempre hay un lado cómico en toda gran acción- se gestó en realidad en un lugar muy pequeño, en el invierno de 1968, en París, en la sala de espera de un dentista. Philippe Petit apenas tenía 18 años cuando, con dolor de muelas y estilo ya funámbulo, hojeó un Paris Match en el que se decía que estaban terminando de construir las torres gemelas de Nueva York y que éstas superaban en un buen número de metros a la pobre Tour Maine-Montparnasse. Parecía que le estuvieran diciendo que las dos torres de Nueva York eran inalcanzables. Philippe arrancó la hoja de la revista y salió corriendo de la sala de espera de aquel dentista, y a partir de entonces pasó a vivir con su obsesión por tender un cable entre las dos torres y cruzarlas. Viajó a Nueva York y durante meses comenzó a inspeccionar las posibilidades de subir clandestinamente una madrugada hasta la azotea de la torre sur del World Trade Center y hacerlo provisto de todo para la proeza: cuerdas de polipropileno y nailon, aparejos de poleas con gavillas, cables de acero de varios diámetros, vigotas con cuerdas de fibra, cinturones de seguridad, guantes de obra, destornilladores y llaves inglesas.

Cuando años más tarde, en 1974, en la aduana de Nueva York un policía le preguntó por qué llevaba todo aquello en el equipaje, Philippe Petit contestó:

-¡Oh!, no es nada. Soy funámbulo, y estoy aquí para tender un cable entre las torres gemelas del World Trade Center.

El policía respondió con una larga y sonora carcajada y con un ademán le invitó a entrar en Estados Unidos.

2 - Tras su ilegal travesía del aire, los periodistas le preguntaban a coro en la comisaría por qué lo había hecho, y contestó espontáneamente: "Cuando veo tres naranjas hago malabarismos, cuando veo dos torres, ¡camino!".

De Alcanzar las nubes -que he leído poniéndome muchas veces en el lugar de Philippe Petit y sintiendo entonces un vértigo infinito- difícilmente olvidaré un momento, curiosamente uno de los pocos que no relaciono con el vértigo físico, sino con un sentimiento de misterio y al mismo tiempo de vértigo anímico, interior. Un hecho pavoroso, cargado de extraño significado, como una premonición de la altura del vértigo del propio rascacielos en construcción. Un hecho pavoroso visto en retrospectiva, es decir, visto después del 11 de septiembre. Se trata del momento extraño en que Petit está haciendo las primeras inspecciones para ver si será posible realizar su actuación por sorpresa y percibe un H. A., es decir, un "hecho aislado", que así es cómo los antropólogos llaman en sus informes a cualquier hallazgo atípico en su campo. Philippe Petit está subiendo las escaleras de las plantas más altas de la torre sur y le parece que ha habido un terremoto, que luego ve que en realidad ha sido una sacudida, una sacudida interior. En cuestión de segundos, los escalones de metal empiezan a trepidar bajo sus pies. Luego las barandillas a las que se agarra vibran levemente. No, no tan levemente. Los escalones, las barandillas y su cuerpo han traspasado su temblor a los tabiques del hueco de la escalera y todo el edificio empieza a estremecerse. A través de la obra le llega el grito de la torre: su estructura de acero que se dilata y se encoge, que se retuerce y aplasta, ha dejado escapar una queja de dolor.

Imposible no pensar que un hombre, el funambulista Philippe Petit, fue advertido vagamente por el propio edificio de lo que un trágico día -que todo el mundo hoy recuerda- sucedería.

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