Encanallamiento político
La política valenciana no se distingue por su amplitud de miras ni por su vastedad intelectual. La grandilocuencia del primer verso de su himno -"Per ofrenar noves glòries a Espanya"- se compadece mal con la mísera realidad de sus aportaciones a la cosa pública, tanto da que sea en ideas como en personas. Es verdad que siempre han existido hitos singulares aquí o allá (el Marqués de Campo, Ignasi Villalonga), pero siempre queda la sospecha de si el cambio social y económico experimentado en la Comunidad Valenciana se ha hecho a pesar o al margen de sus representantes políticos. Con las excepciones de rigor, el miserabilismo, la mezquindad y la mediocridad se han enseñoreado de este páramo en que ha devenido la clase política valenciana capaz de hacer del protocolo una seña de identidad y del cainismo una condición necesaria.
Esta indigencia, con todo, mantenía unas fronteras que rara vez se sobrepasaban. Ayunos de ideas, si; pero canallas, no. Los políticos valencianos deambulaban sin pena ni gloria entre el dontancredismo y la nada. Hasta que se supo que la vicepresidenta del Gobierno, Teresa Fernández de la Vega, iba a encabezar la candidatura del PSOE por Valencia en las próximas elecciones generales. Entonces desaparecieron todas las barreras, todos los escrúpulos y todas las vergüenzas. "Que sepa [De la Vega] que vamos con la bayoneta" dijeron en el PP. Y pasaron de la mezquindad al encanallamiento. En la misma proporción que crecían las descalificaciones personales, bajaban las argumentaciones políticas. Desde los años de plomo y burrera que caracterizaron la transición en la Comunidad Valenciana no se recuerda semejante inquina hacia una persona. Una mala baba destilada desde el poder de Francisco Camps, siempre oculto tras sus voceros de guardia: Esteban González Pons, Ricardo Costa o Sagrario Sánchez.
Es verdad que el entorno de la vicepresidenta tampoco se caracteriza por su finura y diplomacia. La marginación del Consell en la celebración del aniversario de la Constitución es una estupidez absoluta por gratuita, innecesaria y provocativa. No hacía falta esa sal gruesa. Y no es menos cierto que se han cometido graves errores. Pero el encanallamiento viene de una parte.
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