El último Finisterre
Hace ya algún tiempo que Galicia y el Norte de Portugal han ido agujereando el tupido muro del desconocimiento mutuo, iniciando el fin de un vivir de costas voltadas, por más que persistan temores infundados y actitudes prepotentes, amparados unos en el nacionalismo trasnochado y, otras, en el complejo de nuevo rico. Portugal, a excepción de Azores y Madeira, con estatutos de raíces preconstitucionales, es un país unitario. La última consulta acerca de la posible regionalización del país acabó en un fiasco abstencionista y con un rechazo a la propuesta del gobierno Guterres, que reflejaba la extrema sensibilidad de buena parte de los portugueses a seguir un modelo parecido al español.
Galicia y el Norte de Portugal comparten la lucha contra los efectos de la periferia europea
En definitiva, por más que algunos desconfíen cada vez más del vedetismo lisboeta, alimentando el fuego agónico de un futuro descentralizado, Portugal continúa siendo, probablemente, rehén de dos hondas tradiciones, la centralista y la municipalista. Y, por lo que dicen algunos historiadores, el vecino ibérico ni tan siquiera documenta el fenómeno feudal.
Sin embargo, tanto la geografía humana como la económica están erosionando una imagen excesivamente costumbrista de Portugal, en general, y del norte, en particular. Un interior que se desertifica progresivamente, a la par de una acelerada congestión costera. Cada vez con más fuerza, los problemas piden soluciones adaptadas al territorio, por lo que se pone en evidencia la falta de poder político de las comisiones de coordinación y desarrollo regional. Al fondo, por más que hiera el espíritu de la tradición, se levanta Lisboa como villano indiferente y cartesiano. Se trata, pues, de un proceso alimentado por un discurso político donde se cruzan las todavía débiles voluntades de la periferia y las fuertes resistencias del centro.
Cuando, más allá de la abundante retórica que ha ilustrado las relaciones ibéricas, ponemos el foco en los vecinos norteños, un hecho no económico dibuja la esencial asimetría entre Galicia y el Norte de Portugal: la ausencia al sur del Miño de una estructura gubernamental descentralizada. Y esta característica institucional tiene amplias consecuencias, al no disponer el lado portugués de competencias legislativas y de ejecución, lo que hace que incluso asociaciones transfronterizas como el Eje Atlántico, lleven a cabo un trabajo voluntarista que tropieza con muchas dificultades.
No sería realista mirar al futuro con las únicas lentes de la cultura próxima o de la reafirmada voluntad de caminar más unidos. La eurorregión está formada por un territorio periférico, con problemas destacables en materia de accesibilidad y de crecimiento, lo que, sin embargo no debe ocultar una potencialidad estimable. Más de 50.000 km cuadrados y una población superior a los seis millones, con fuertes complementariedades y ámbitos de partenariado natural. Pero en las infraestructuras las cosas no marchan bien.
Los enlaces ferroviarios son anticuados, frenándose la intermodalidad, presionando el tráfico sobre la red de carreteras. La política de puertos tampoco está optimizada y , de los aeropuertos, mejor no hablar. Dejemos, en todo caso, que lo haga una autoridad portuguesa: "La opción española por un hub aeroportuario en Madrid, unida al mantenimiento de tres aeropuertos regionales en Galicia, condujo a una situación de dispersión de servicios que no ha permitido la afirmación de un gran aeropuerto regional".
A lo anterior cabría añadir el desequilibrio en suelo industrial, con lo que se podría ir describiendo un escenario que carece de estrategia logística, imprescindible en la economía actual. Pero, con todo, y aún con el lastre de las diferencias institucionales, la cooperación entre las autoridades de la eurorregión debería ayudar a una planificación territorial de todo lo relacionado con la convergencia: transportes, medioambiente, recursos naturales, I+D, etcétera, en estrecha colaboración con el mundo empresarial. Sin embargo, las prioridades de los estados, seguramente más decisivas en Portugal, pero no inocuas a este lado de la raya, acaban produciendo incoherencia entre distintos programas, si no en lo sustancial, sí en los ritmos y en las preferencias de ejecución. En el trasfondo, mítico o no, de la común cuna céltica, Galicia y el Norte de Portugal Galicia y el Norte de Portugal tienen el interés compartido de luchar contra los efectos de la periferia europea, una Europa que ha ido desplazando el centro de gravedad de su política de cohesión hacia el este.
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