Elegir mejor las citas
A la vista del nulo efecto que tuvo en los tres nuevos cardenales españoles la amable presencia de María Teresa Fernández de la Vega en el acto de entrega de sus flamantes birretes rojos, y en la posterior cena que les ofreció la Embajada de España ante la Santa Sede, quizás hubiera sido mejor que la vicepresidenta hubiera elegido otra cita para demostrar su dominio del latín, en lugar del suave texto de San Agustín que eligió.
Por ejemplo, podía haberle recordado a los belicosos cardenales lo que dice el Antiguo Testamento (Libro de Esdras), aplicado no a ellos, sino a los ciudadanos: Aedificantium in muro, una manu sua faciebat opus et altera tenebat gladium. "Al edificar el muro, con una mano hacia la obra y con la otra sujetaba la espada". Algo ligeramente conminatorio, pero de muy fácil comprensión en medios católicos, que siempre han valorado la importancia de la glaudium en la construcción de las relaciones entre instituciones.
No se comprende por qué está tan empeñado este Gobierno en congraciarse con la actual jerarquía de la Iglesia católica española, haga lo que haga, diga lo que diga, y se comporten como se comporten sus máximos representantes. Bastaría con un trato correcto, constitucional, sin exhibir esa especie de espíritu masoquista del que hizo gala la vicepresidenta. ¿Por qué enviar a la segunda autoridad del Gobierno a un acto en el que en otras ocasiones han ido los ministros de Justicia o de Exteriores? Francia estuvo representada por la ministra de Defensa e Italia, por su ministro de Cultura, y a todos les pareció más que suficiente.
Es cierto que Fernández de la Vega se ha reservado personalmente la tarea de cuidar las relaciones con el Vaticano y que no es la primera vez que visita a sus máximos dirigentes, pero también se reservó en su época esa tarea el vicepresidente Alfonso Guerra y a nadie se le ocurrió que eso le exigiera frecuentar las liturgias del Vaticano.
¿A qué viene tanto interés por participar en las ceremonias eclesiásticas? Tanto gusto en verse públicamente reprendido y regañado comienza a resultar bastante molesto para el sector de la sociedad española que tiene una visión más austera de las relaciones entre el Estado y la Iglesia católica. Especialmente cuando esa cúpula dirigente no pierde ocasión de criticar las decisiones del Gobierno, mantiene una emisora de radio que se ha convertido en el eje de la oposición política más radical, y considera, con cierta altanería, que no es un gesto de buena voluntad, sino una simple y pura obligación, el hecho de haber subido del 0,52% al 0,70% el dinero que los católicos pueden detraer de sus impuestos anuales para destinarlos al sostenimiento de la Iglesia, en lugar de al del Estado que es para lo que fueron, sin duda, concebidos.
Lo extraño de toda esta situación es que la Iglesia católica, como institución, es una de las menos valoradas por la sociedad española. De acuerdo con un reciente estudio de Metroscopia (2007) inspira menos confianza (4,4) que el Parlamento, el Gobierno o los empresarios, todos ellos por encima del 5, por no hablar del Rey, que supera el 6,5.
Es curioso observar que prácticamente todas las instituciones que suscitaban poca confianza en la época del franquismo (policía, militares) han conseguido en estos 40 años de democracia "blanquear" su imagen y adquirir prestigio y aprecio, mientras que la jerarquía de la Iglesia católica española no ha logrado mejorar los niveles que suscitaba entonces. Más bien parece que la tendencia es justo la contraria. Según el mismo estudio, en 1984 los españoles evaluaban su nivel de confianza en la Iglesia católica en un 5 (dentro de una escala de 10), mientras que ahora lo hacen, como queda dicho, en un 4,4, lo que quiere decir que en lugar de ganar, ha perdido en la confianza de los españoles.
Lo lógico sería que estos datos preocuparan a los responsables de la Iglesia, entre otras cosas porque le resta fuerza a la hora de negociar con las instituciones del Estado con las que mantiene relaciones. Se supone que una Iglesia cada vez menos prestigiada es un interlocutor cada día menos potente.
Resulta, sin embargo, que esta es, en realidad, una suposición falsa. Por lo menos, el Gobierno de Rodríguez Zapatero parece actuar como si creyera que la neutralidad de la jerarquía eclesial es importante para sus aspiraciones electorales. Por lamentable que pueda parecer, a pocos meses del fin de la legislatura y sin nada en concreto que negociar, no se explica de otra manera el peregrinaje vaticano de la vicepresidenta.
Quizás sería bueno releer a San Agustín (al que la Wikipedia califica de "bereber argelino", aplicando a su lugar de nacimiento la tonta exigencia "nacional" que tanto aprecian PNV y CiU). Decía el obispo de Hipona: "Dios no manda cosas imposibles, sino que al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas". Pues eso.solg@elpais.es
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