Zugzwang
Con este sonoro nombre que recuerda a un filósofo con coleta o una llave de artes marciales se designa cierta posición del juego de ajedrez en que uno de los contrincantes no puede mover ninguna de sus piezas sin precipitarse en un desastre terminal: para entendernos, se trata de la traducción al lenguaje de los escaques del dicho castizo que pone a un desgraciado entre la espada y la pared. Si saco a colación tal barbarismo no es por mi afición a los reyes, reinas y enroques, sino porque me ha recordado a un personaje público en cuya piel, desde luego, no me gustaría hallarme en este momento. Y creo que muchos otros habrá de mi mismo parecer: mal se le han puesto las cosas a Manuel Ángel Vázquez Medel, presidente del Consejo Audiovisual de Andalucía, cuando ha intentado cumplir con su trabajo y reflejar las diferencias de tono, extensión y profundidad con que nuestra televisión pública aborda la información relativa a cada uno de los partidos con representación en el parlamento. Como puede refrendar cualquier zoólogo, la cercanía de las elecciones provoca en los políticos accesos crecientes de licantropía, convierte sus lomos en mantos de pelo hirsuto y les afila los colmillos hasta un punto que haría santiguarse a las viejas. Lástima del cordero que se cruce en su camino y amenace con arrebatarles un puñado de votos por esta o aquella esquina, ya se encuentre cerca de la alfombra o del televisor. A Vázquez Medel le ha tocado comprobarlo por sí mismo: si escucha a los socialistas, PP y PA le saltan a la yugular y llegan a denunciarle al Defensor del Pueblo, como si no tuviera ya demasiadas cosas en que pensar el hombre; si atiende a la oposición, la facción del gobierno lo acusa de clientelismo y de abofetear la pluralidad a que se debe toda maniobra democrática bien orientada. A estas horas el presidente debe de andar con el tablero encima de la mesa del despacho, calculando los pros y los contras de desplazar el alfil en una dirección o en otra, con miedo de que alguien le muerda la mano en el momento en que la extienda para realizar la próxima jugada, si la hay.
El caso del CAA no tiene más remedio que recordarnos otro muy similar e igual de lamentable que hemos tenido ocasión de padecer recientemente, a saber: el litigio en torno a la renovación del Tribunal Constitucional, que ha quedado en timba de cartas entre tahúres de los partidos mayoritarios. Igual que esa otra alta instancia arrastrada por el barro, se suponía que el Audiovisual había sido creado como órgano independiente, libre de ataduras y diestros o zurdos, con el cometido de radiografiar la realidad de nuestros medios de comunicación y advertir a la sociedad de sus desviaciones, sea cual fuere la trayectoria que marquen. Si nos dedicamos a convertir un espacio que debería destacarse por su imparcialidad y su ausencia de colores en otra cancha de lucha libre, otro campo al que llevar el combate por la casa rosada, el principal damnificado, igual que siempre, será el ciudadano medio, que debe asistir perplejo a cómo se derrumban ante sus ojos los últimos resquicios de neutralidad que sobreviven en el aparato de la administración. Que nuestros medios sufren una patente tendencia a la escora y a veces caen en la propaganda más burda es algo que cualquiera puede comprobar con pulsar un botón o dos: y nos consolaba, aunque ya no sabe uno qué pensar, que al menos existiese un órgano con la misión nominal de corregir esos tropiezos y hacer que no se trate al público como a una pelota de tenis, que pasa de campo a campo y sufre raquetazo tras raquetazo con el pretexto de la búsqueda del voto que huye. En resumidas cuentas: que uno comprende que a Vázquez Medel le entren ganas de derribar a su rey sobre la mesa y mandar a todo el mundo a freír rayos catódicos.
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