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Columna
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Seis de diez

En su columna del miércoles de la semana pasada, titulada Fíate y no corras, Eduardo Uriarte hacía un cálculo que estoy convencida de que ya ha hecho mucha gente, despreocupada o aprensivamente, ante la amenaza de que el calentamiento global nos ponga el mar por las nubes. "Ya he medido la posible subida de las aguas -decía- y no llega hasta mi casa". Yo también he hecho alguna vez el mismo cálculo y, como vivo en el vecindario de la playa de la Zurriola, creo que me libro por los pelos, y a lo peor ni eso.

Algo ha cambiado desde la publicación de esa columna: ahora el cambio climático lleva el sello oficial de Naciones Unidas. El último informe de expertos afirma que el calentamiento global y la subida del nivel del mar son "inevitables". La cuestión queda pues reducida a si la fiebre del clima va a matar al planeta o sólo va a dejarlo crónicamente enfermo. "Reducir e invertir el cambio climático es el reto que define nuestra época", acaba de decir, en Valencia, el secretario general de la ONU, y ha pedido a los políticos de todo el mundo una respuesta urgente.

Yo no sé si la clase política en Euskadi -y me refiero esencialmente a la que tiene responsabilidades de gobierno- se siente concernida por lo que pasa en el mundo, y si alguna vez mira por la ventana y se calcula con el agua del mar al cuello. Pero me temo que no, a juzgar no tanto por los debates en los que se involucra como por los que desatiende con pasión; esto es, por las decisiones que no hay manera de que adopte. Me temo que el calentamiento global les parece a nuestros gobernantes una menudencia comparado con el calentamiento del auto-ambiente vasco; y la subida de las aguas, una cuestión que puede esperar mientras nos decidimos a decidirnos a decidir.

Y estoy pensando, básicamente, en el transporte por carretera, responsable de nuestra alta tasa de emisión de gases de efecto invernadero, es decir, de nuestra proporcionalmente alta contribución al calentamiento planetario. El sistema de transportes en Euskadi es, en el sentido del cambio climático, temerario. Nos dice el Gobierno Vasco que "seis de cada diez metros que recorremos los ciudadanos de la CAV los hacemos en coche". Lo que no dice es que, en materia de transportes colectivos, los vascos no solemos tener donde elegir. Aquí hay muy pocos autobuses inter-capitales y además acaban su servicio demasiado temprano (el último entre San Sebastián y Bilbao es a las 10 de la noche). Y el tren es, en la realidad (no en el horizonte brumoso aún del TAV), una vergüenza o locura climática, además de un símbolo de irresponsabilidad institucional.

¿Cómo es posible que con todas las carreteras polucionando a pleno rendimiento no puedan tomarse decisiones políticas para que las líneas de Euskotren comuniquen, de manera directa y en tiempo razonable, Donostia y Bilbao varias veces al día y en horario punta? ¿O que la última salida del Topo entre Hendaia y San Sebastián (22.33) no esté ajustada aún con la llegada del TGV de París (23.40), lo que obliga a los numerosísimos viajeros vascos que lo utilizan a acabar su viaje en coche? Por poner sólo dos ejemplos que no necesitan obras (ni de las faraónicas ni de las otras), sólo decisiones de responsabilidad cívico-política. Y de sentido común común, aunque tal vez para nuestros dirigentes ése sea el problema.

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