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Los males y las mieles del petróleo

Jorge G. Castañeda

En estos días, horas más horas menos, el precio del petróleo en el mercado mundial puede rebasarla barrera psicológica de los 100 dólares por barril. Huelga decir que desde el punto de vista económico, no existe una gran diferencia entre 95 dólares por barril y 105, pero en esta materia las cifras simbólicas son significativas. Ciertamente, el centenar de dólares, por aparatoso que parezca, apenas equivale al precio real de abril, 1980, un año después de la revolución iraní y la caída del Sha; para que ello sucediera el precio debiera superar los 102 dólares por barril, el nivel en términos reales que alcanzó el crudo en aquella lejana época. En cualquier caso, el incremento resulta descomunal, y los vaticinios de bonanza o catástrofe -según si se es importador o exportador de hidrocar-buros- se cumplirán, tarde o temprano. Y cada país reacciona según le va en la feria.

El alza del precio del crudo está afectando también a la política de varios países
Un ataque de Bush a Irán generaría turbulencias mayúsculas
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Para México, nación que a lo largo de la mitad de su historia independiente ha padecido de los males y disfrutado de las mieles del petróleo, es una tabla de salvación. El ex presidente Carlos Salinas de Gortari ha preguntado, con razón: ¿cómo es posible que siendo exportadores de millón y medio de barriles de crudo diarios, con estos precios, no crezcamos más? Pero la interrogante podría formularse al revés: ¿qué le sucedería a México hoy si los precios se situaran a niveles equivalentes a los de mediados de la Administración anterior? Si la economía mexicana este año no llegara a la barrera, también psicológica, del 3% de incremento del PIB, ¿qué hubiera acontecido con el petróleo a la mitad del precio actual? Parece que los mexicanos hemos inventado una extraña variedad del famoso Dutch disease, es decir, el cataclismo que se abate sobre un país cuando el valor de algunos de sus productos, sobre todo de exportación, se elevan de manera estratosférica. Según ciertas versiones, el presidente Felipe Calderón trató de convencer recientemente a ciertos dirigentes de la oposición mexicana de buscar una reforma constitucional en materia energética, para poder explotar la riqueza petrolera en las aguas profundas del Golfo de México; la respuesta del PRI, en particular, fue que no contara con ellos para resucitar a Andrés Manuel López Obrador, el candidato perdedor de las elecciones del año pasado, al entregarle la bandera del nacionalismo petrolero mexicano de antaño; no habrá entonces reforma energética digna del nombre. Para muchos analistas internacionales en la materia, no la habrá mientras el país no sufra una sacudida fiscal de verdad, la cual no ocurrirá mientras los precios del petróleo se mantengan en los niveles actuales. Quizás se trate de un Mexican disease: ni el Gobierno, ni la oposición mexicana necesitan dinero; para un Estado que recibe en tiempos normales la tercera parte de su ingreso por concepto de renta petrolera, éste es el mejor de los mundos cortoplazistas posibles.

Es el caso también, y con creces, de Venezuela. Aunque el presidente Hugo Chávez sigue en caballo de hacienda en su aventura latinoamericana, gracias al ingreso de más de 250 millones de dólares diarios por concepto de ingresos petroleros, el frente interno se le ha descompuesto en semanas recientes. De nuevo, se impone la pregunta: ¿cómo andaría, con el precio a la mitad, o menos? El caudillo de Caracas logró una aprobación aplastante de sus reformas constitucionales en el Parlamento, pero la propuesta reelección perpetua, entre otras, ha desatado fracturas y fenómenos especulativos de magnitudes desconocidas. "El bolívar negro" se acerca a los 7.000 por dólar, (frente a 2.150 en el mercado oficial). La inflación se desboca, el desabastecimiento también y ambos se alimentan.

Las rupturas políticas quizás son más importantes. No sólo se trata de la Iglesia católica o de los mismos críticos u opositores de siempre, sino ya de estudiantes universitarios en general, y de la Universidad Central de Caracas en particular, que se enfrentan un día sí y otro también a las fuerzas chavistas, por las razones más diversas, ya no únicamente por el cierre de RCTV. Se han separado del presidente militares prestigiados de alto rango, hasta hace poco aliados de Chávez, como el general Raúl Isaías Baduel, defenestrado recientemente del cargo de ministro de Defensa, quien consideró hace unos días que la reforma constitucional equivalía a un golpe de Estado. ¿Dónde estaría Chávez si en lugar de disponer a discreción de las arcas repletas de PDVSA, recibiera la mitad de lo que hoy registra? ¿Podría seguir financiando su proyecto cubano-venezolano en Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Argentina y, tal vez ahora, en Guatemala? En diciembre de 1957, hace medio siglo el dictador Marcos Pérez Jiménez convocó a un plebiscito para, también, perpetuarse en el poder; provocó múltiples reacciones contrarias en el ejército, el estudiantado, la Iglesia y la clase política. El 23 de enero de 1958, un escaso mes más tarde, fue derrocado por una combinación de esas fuerzas, encabezadas en buena medida por... estudiantes y militares opositores. A Chávez lo ha salvado el petróleo; pero su nerviosismo, evidenciado en el comportamiento chavista mal educado y marrullero con Zapatero y el Rey Juan Carlos en Santiago de Chile, muestra que escucha pasos en la azotea.

Pero tal vez el país que pueda sufrir el mayor efecto de esta alza inverosímil del precio del crudo sea Estados Unidos. Hasta ahora la economía norteamericana ha resistido de manera sorprendente a la embestida de precios. La Bolsa de Nueva York sube y baja, pero no se desploma; la recesión tarda en llegar; la inflación permanece bajo control, a pesar de la caída brutal del dólar; la debacle del crédito hipotecario de segunda no se extiende al resto de la economía. Y en todo caso, los sectores más frágiles no se hallan en su lamentable situación por culpa del petróleo.

No obstante, todo tiene límites. Una cosa es que no sepamos dónde estén; otra cosa es que no existan. Con los precios a sus niveles actuales, una posible y cada vez más cacareada intervención militar de Bush en Irán generaría, allí sí, turbulencias mayúsculas: 120, 150, quién sabe cuántos más, dólares por barril. Si Washington no desea provocar ese desastre, del cual su propia economía ya no podría permanecer al margen, deberá decidir pronto: si va a recurrir a la fuerza para detener el supuesto programa nuclear de Irán para fines militares; y en su caso, cuándo y cómo. El cuento de que los mercados ya han descontado un golpe quirúrgico contra las instalaciones iraníes puede resultar un cuento chino; al contrario, el golpe podría generar una nueva y mayor alza desorbitada de precios.

Jorge Castañeda fue secretario de Relaciones Exteriores de México y es profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York.

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