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UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
Columna
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Los gordos de Ranieri

Enric González

La crisis financiera de hoy comenzó a gestarse hace cuatro décadas con un ataque de asma. Maravillas del efecto mariposa.

Lewis Ranieri quería ser cocinero, pero el asma le impedía soportar el humo de los fogones. Con 19 años, casado y sin estudios, sólo consiguió un empleo nocturno en el departamento de correos de Salomon Brothers. Aunque el templo neoyorquino de los bonos nadaba en dinero, carecía de glamour. No había trajes de diseño ni licenciados universitarios en el piso 41 de Salomon Brothers, la planta donde se decidían el precio de los bonos y las condiciones de venta. De vez en cuando, un tipo sudoroso con un puro barato en la boca se subía a la mesa y arengaba a los empleados: "Trabajad, cabrones; recordad que si no vendierais bonos, conduciríais un camión".

Hacia 1985, Ranieri seguía teniendo sólo cuatro trajes, los cuatro de poliéster, pero tenía cinco yates

Ranieri prosperó en ese ambiente. A los 30 años había dejado atrás la oficina de correos y se había convertido en uno de los mejores vendedores de la casa. Corría 1978, la inflación volaba y las hipotecas empezaban a ser ruinosas para las savings and loans, las cajas de ahorros estadounidenses. La hipoteca a tipo fijo es un negocio puñetero para los bancos cuando los tipos de interés dan bandazos: en el momento en que bajan y la hipoteca se hace muy rentable, el cliente te devuelve el dinero de forma anticipada (porque saca una nueva hipoteca más barata) y te deja con un montón de billetes en la mano. ¿Qué haces con ese dinero si el dinero es barato y sobra?

Bob Dall, un trader de Salomon, tuvo la idea de crear un bono hipotecario. ¿Por qué no juntar un montón de hipotecas similares, trocearlas en lonchas finas y venderlas como bonos en los mercados financieros? Respuesta: porque nadie quería comprar un activo que expiraba en el peor momento. Pese a todo, Dall hizo un intento. Llamó a Lewis Ranieri y le encargó que inventara un mercado de bonos hipotecarios.

Ranieri sabía que se enfrentaba a una misión imposible. Hinchó todo lo que pudo su nuevo departamento, para que fuera más difícil cerrarlo, y contrató a tipos que se le parecían. El grupo de Ranieri estaba compuesto por D'Antona, Marro, Alavarcis, Esposito y Dipasquale. Todos eran italoamericanos, gordos y groseros. Se dedicaban a gastar bromas pesadas y a esperar el despido. Nadie se atrevía ni a saludarles.

Entonces ocurrió el milagro. El gobernador de la Reserva Federal, Paul Volcker, liberó los tipos de interés. Y el Congreso aprobó una ley que subvencionaba las pérdidas de las cajas de ahorros. Los gestores de las cajas se apresuraron a desprenderse de sus hipotecas, asumiendo pérdidas de hasta el 50%. Ranieri y su grupo de gordos se convirtieron en compradores de hipotecas. Adquirían baratas las deudas de las familias estadounidenses, las amasaban y las transformaban en papel avalado.

Llegó Ronald Reagan, llegó la liberalización y llegó el boom de los mercados. Había demanda para todo. Salomon Brothers poseía, gracias a Ranieri y sus gordos, el monopolio del papel hipotecario. Se forraron hasta límites inimaginables.

Es bien conocido el funcionamiento de las finanzas. Un banco concede a un ciudadano un crédito de 100 y acto seguido utiliza ese activo (el dinero que le deben) para respaldar una operación con otro banco. Si el ciudadano no paga, no cobran ni el primer banco ni el segundo: queda flotando un pufo de 200. Esa cadena se alarga hasta el infinito. Como se alargaron los bonos hipotecarios, en los que se mezclaban, en proporciones desconocidas, deudas buenas, deudas malas y deudas irrecuperables.

Hacia 1985, Ranieri seguía teniendo sólo cuatro trajes, los cuatro de poliéster. Pero tenía cinco yates. D'Antona consumía 20 dólares de caramelos cada tarde. Los viernes se celebraba el "frenesí de comida": los gordos encargaban 400 dólares de comida mexicana, lo que incluía 30 litros de guacamole.

Todos los gordos se fueron millonarios de Salomon Brothers. Lewis Ranieri dirige ahora su propia sociedad de inversiones. Dice que la crisis hipotecaria se debe a la codicia de los prestamistas, y que ya no es posible distinguir un bono sólido de un bono sin valor. Lo peor, dice, está por llegar.

Si no nos salieran tan caros, estos genios de las finanzas serían gente entrañable. -

Liar's poker. Michael Lewis. Penguin Books, 1989. 249 páginas.

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