Los enigmas de la Sibila
Cumas, Nápoles y el lago Averno, siguiendo la 'Eneida' de Virgilio
Regreso a Cumas una vez más. Recorro el paseo de entrada y llego al antro que es un largo corredor: estrecho, sostenido por rocas trapezoidales. Por los numerosos huecos que le dan luz se cuelan palomas que revolotean por toda la estancia y son ya las únicas voces audibles. Estoy en el interior mismo del libro VI de la Eneida. Eneas ha llegado a estas costas y sube al peñón "donde preside Apolo / y mora solitaria la Sibila, / augusta en su antro inmenso, ella la intérprete / a quien el delirio vate con su espíritu, / alienta, inspira y muestra lo futuro. / Por el bosque de Trivia andando Eneas, / avanza con su gente al áureo templo". El antro está ahora desolado de todo, descarnado; es un palomar, un zureo, un túnel sin sombras. Sostiene un amplio montículo sobre el que estaba el templo de Apolo y ahora sus ruinas, junto a otras muchas de diferentes épocas, y una vista extraordinaria sobre el mar y un valle que ha sido protegido del salvaje urbanismo y aún conserva los huertos y los pequeños bosques sólo roturados por unas viejas vías de ferrocarril.
Virgilio habla de pinos, cipreses, encinas, robustos fresnos, robles y grandes olmos. Y da a entender que el santuario de Apolo, en lo más alto de la colina, fue mejorado por el héroe troyano. Mientras tanto, en el vientre de esta espelunca, la Sibila gobernada por Apolo, velando la verdad, rebramando, vertía sus horrendos enigmas. Esta demarcación convierte Cumas en un lugar detenido en el tiempo, detenido en la imagen que Virgilio fijó de él.
El poeta latino era muy escrupuloso con las descripciones que hacía, y esta obsesión fue una de las causantes de su muerte. En el año 19, cuando después de una década de trabajos había concluido su libro, quiso darles más verosimilitud a los lugares descritos viajando por ellos. En Atenas se encontró con Augusto, que regresaba de Oriente y fue quien le convenció para que lo acompañase en su retorno a Roma. En la ciudad de Mégara enfermó, y luego murió entre Brindisi y Nápoles, donde fue enterrado. Virgilio daba tanta importancia a estas localizaciones (diríamos hoy en lenguaje cinematográfico), que había dejado encargado a su amigo Vario que si no las podía llevar a cabo destruyese los escritos. Esta orden, evidentemente, no se cumplió. Eneas, al tocar estas tierras, según la Eneida, "donó en exvoto / los remos de sus alas al dios Febo / y levantóle espléndido santuario".
Eneas escuchó al oráculo en los mismos lugares por donde Virgilio (y yo ahora) se encaminó, y le pidió que lo condujera a las mansiones inferiores para encontrarse con su padre, Anquises. Finalmente da con él, y se produce una escena terrible y emocionante: "Cercarle quiso / con los brazos el cuello por tres veces, / y otras tantas en vano aprisionada, / aura ligera, se esfumó su imagen / cual sueño volador...". Cuánto daría yo ahora por ver reproducida la imagen del mío. Se me viene a la cabeza la IV elegía de Rilke, donde el poeta checo expresa su mala conciencia filial. No sólo no había hecho caso a las inquietudes del padre con respecto a su futuro incierto, sino que además se había mofado de las mismas: "... Tú, a quien por mí le supo / la vida tan amarga, probando la mía, padre, / una y otra vez probando la primera turbia infusión / de mi deber, mientras yo crecía / y, con el regusto de tan ajeno futuro / ocupado, examinabas mi empañada mirada, / tú, padre mío, que desde que estás muerto, a menudo / en mi esperanza, dentro de mí, tienes miedo, / y serena indiferencia, como la que tienen los muertos, reinos / de indiferencia, renuncias para mi poco de destino..." Lo que Eneas vio, a través de los ojos de Virgilio, fue un enorme peñón bajo el cual se extendía un antro inmenso al que daban paso "cien largas galerías con cien puertas: / a través de ellas sale, en son de oráculo, / la voz de la Sibila hecha cien voces".
De regreso a Nápoles me detengo a contemplar el Averno. Un gran lago sobre la boca de un volcán. La carretera anchea un poco dejando sitio a un pequeño mirador. El lago es profundo y oscuro, y sólo crece la naturaleza muerta. Un antiguo caserón es la única construcción que se vislumbra. Alrededor, como en Cumas: huertos, bosques (Virgilio habla del bosque averno) y vides. Me gustaría probar ese vino del Averno con este grupo de muchachas excursionistas que se acercan al precipicio. ¡Cuánta belleza al borde del abismo! Virgilio comenta que hacia el Averno "fácil es la bajada". Aquí, Eneas se encontró con una de las amadas más dolientes: Dido. Aún tenía la herida del amor muy fresca. Eneas, conmovido por los remordimientos, pues por su culpa se había dado muerte Dido por propia mano, le dijo: "... ¡Ay, de esa muerte / el causante fui yo! Mas te lo juro / por el cielo y la tierra, por la augusta / fe que se guarda aquí en el hondo abismo, / ¡oh reina, a mi pesar dejé tus playas!".
Los viejos pinos
Orco; Estigia, "las selvas del Estige, el reino / que no transitan vivos"; tártaro, o tartáreo Aqueronte, "donde penan los malvados"; Cocito; honduras del Erebo; Elíseo. Todos estos lugares andan por aquí. Hoy la bajada hacia las orillas circulares del Averno se hace a través de estrechas y peligrosas carreteras. Pasamos por el lago Lucrino y llegamos al más grande Averno tras enfilar la Via Lago d'Averno. Es una recta y estrecha carretera empedrada, escoltada a ambos lados por altas copas de viejos pinos. Al final se encuentra el pequeño Ristorante Caronte (Via Lago d'Averno, 12). El lugar pertenece a la jurisdicción de Lucrino-Pozzuoli. Apenas unas tablas sostienen el tejado de zinc, y las amplias cristaleras dejan diáfano el lago, a la boca del volcán, lamiendo sus frágiles contornos. Como todavía es pronto, reservamos una mesa para ir a comer más tarde y, caminando, nos dirigimos a la Grotta della Sibilla, que no tiene nada que ver -me refiero en la localización- con la de Cumas. En el libro VI de la Eneida hay esta descripción, que coincide más con esta localización que con la cumea: "... Honda caverna / abre cercana sus enormes fauces, / roca viva cercada por las aguas / del negro lago y por la selva umbría. / No hay ave que transvuele impune nunca / la cueva: tan mortífero veneno / es el que espira de su negra boca / infestando la altura...".
Averno quería, o quiere decir, sin aves. Sin embargo, mientras emprendemos el camino que dista entre el restaurante y la entrada de la cueva, vemos algunos patos y gaviotas merodeando estas aguas oscuras donde nada se refleja. El Averno está a los pies de la gruta y más alejado de la de Cumas. Probablemente no hubo una sola Sibila en la región, sino otras muchas y en otros muchos puntos, aunque la más famosa e importante era la de Cumas. Apenas recorridos unos trescientos metros damos con el sendero que nos planta ante una verja. El camino de tierra es angosto y está cubierto por grandes higueras salvajes que entrecruzan sus ramas. Hay zonas resbaladizas cubiertas de brevas oscuras y medio rojizas.
A la luz del candil
Tras la verja entreabierta se encuentra Carlo, el guarda, a buen recaudo de la solana. Nos saluda y se ofrece amable a acompañarnos por el oscuro pasadizo que servía también para unir el lago del Averno con el de Lucrino, o viceversa. Enciende un candil de gas y emprendemos el peregrinar. Apenas se percibe nada: mucha agua filtrada, un frío húmedo y fragmentos de mosaicos. Llegando al final, un paredón nos impide ver las aguas del Lucrino. Durante el desplazamiento, Carlo, un viejo enjuto y de raro aspecto, no intercambia apenas palabras. Cuando quiere decir algo mueve el candil y lo señala, luego gira su brazo derecho y lo adelanta al propio cuerpo
Atravesando esta noche perpetua, uno se puede imaginar las sensaciones y meditaciones de Eneas por el Orco, "cuando la noche el mundo descolora". El Orco donde se aposentaban los remordimientos, el dolor, las enfermedades, la vejez, el miedo, el hambre "que aconseja crímenes", la miseria, "el trabajo y la muerte, con su hermano / el sueño, y las culpables complacencias / del corazón impuro", la guerra, la discordia, etcétera. Virgilio todo lo nombra con mayúsculas, pues para él no son objetos simbólicos, sino representaciones físicas. En el Orco también estaban las horrendas fieras cuyas descripciones dan escalofríos. Pero, como en todo el libro VI, es la imaginación quien conforma estas descripciones que al fin eran "sólo tenues fantasmas volanderos, / sin cuerpo, inconsistentes". ¿Pero no es la imaginación quien más nos aterroriza? El ir y venir de Carlo por este mundo de la oscuridad tiene como fin -aunque él no lo sepa- custodiar el mito, custodiar la leyenda, custodiar la fantasía literaria. Cuando él se jubile, ¿quién recorrerá inútilmente este camino, este reino de las sombras, del sueño y del letargo? En medio de esta gruta, ¿quién es más sabio?, ¿el que lleva el candil o el que lo sigue y se perdería si lo apagara? San Agustín decía que en el hombre interior habita la verdad. Esta gruta es el interior del hombre: oscuro, temeroso, indefenso. Al despedirnos, Carlo nos entrega su tarjeta de visita. En esa pequeña cartulina medio doblada pone: "Carlo Santillo / Accompagnatore della Grotta della Sibilla in località Averno". ¿Alguien podría ostentar mejores credenciales?
Por el Averno ahora no circula ni una sola barca, quizá porque la única que lo puede navegar es la de Caronte, "un viejo horriblemente escuálido" que surcaba estas aguas en un "mohoso esquife". Quienes le acompañaban en la boga eran las almas de los, al fin, sepultados. Pero en el libro VI también se habla del Elíseo, allí donde las almas reposan fuera ya de la torpeza corporal.
En el Ristorante Caronte comemos pequeños mejillones, pulpo, mozzarella de verdadera búfala y paccheri (en napolitano significa bofetones; es una pasta de forma cilíndrica, hueca). El camarero es amable, y el ambiente, agradable. Pagamos y salimos a la carretera. Me fijo entonces en una de esas placas de piedra que van recogiendo, por estos caminos, versos en latín de Virgilio. Los que aquí leo pertenecen de nuevo a la Eneida y hacen referencia a la Sibila. No me sorprenden por la belleza, sino porque alguien, encima de los mismos, ha impreso un gigantesco balón de fútbol laureado, quizá para festejar la subida del Nápoles a primera división. Poco respeto, poca cultura. Seguimos ya en coche el camino estrechísimo que rodea la boca del volcán y vamos viendo únicamente casas abandonadas y algún viejo hotel cerrado. A pesar de la brillante luz del día, las aguas quietas del Averno imponen, sepamos o no sepamos su significado. Rilke, en el IX soneto a Orfeo, escribe: "Aunque el reflejo del estanque / se difumine muchas veces: / sabe la imagen. / Sólo en el reino doble / se volverán las voces / eternas y suaves".
César Antonio Molina es ministro de Cultura
GUÍA PRÁCTICA
Datos básicos- Nápoles pertenece a la región italiana de Campania (www.regione.campania.it).- Cumas se encuentra a unos 20 kilómetros en coche desde Nápoles.- Prefijo telefónico: 0039.- Población: Nápoles tiene 1 millónde habitantes; Campania, 5,6 millones, e Italia, 58 millones.Cómo ir- Iberia (www.iberia.com; 902 400 500) vuela directo a Nápoles desdeMadrid y Barcelona. Ida y vuelta,con tasas y gastos incluidos, a partirde 194 y 82 euros, respectivamente.- Vueling (www.vueling.com) conecta Madrid con Nápoles en vuelo directo. Ida y vuelta, a partir de 65 euros, precio final.- Alitalia (www.alitalia.com;902 10 03 23) vuela a Nápoles,vía Roma o Milán. Ida y vuelta desde Madrid, a partir de 184,14 euros,tasas y gastos incluidos.Visitas- Acrópolis de Cumas y Gruta de la Sibila (081 854 30 60). Abre a las 9.00y cierra dos horas antes de la puesta del sol. Precio de entrada, 4 euros.Comer- Ristorante Caronte (08 18 04 14 29). Via Lago d'Averno, 12. Pozzuoli. Especialidad, sopa de mejillones. Precio medio, unos 30 euros.Información- Turismo de la región de Campania (www.turismoregionecampania.it).- Oficina de turismo de Nápoles(081 40 53 11; www.inaples.it).- Turismo de Italia en Madrid(915 67 06 70; www.enit.it).
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