Contra la dictadura de lo secundario
Hay imágenes, que a su vez son silencios. Muestran un horizonte verdaderamente enrarecido de la cultura en los medios de comunicación. La idea que tomó fuerza y se impuso es que ésta no genera dividendos económicos y sólo interesa a una minoría. Un camino que nos conduce a una gran dosis de estupidización, como lo interpreta el mexicano Carlos Monsiváis.
La primera imagen me lleva a la edición 500ª del Magazín Dominical del diario El Espectador, de Bogotá. En los textos de sus colaboradores están las claves de una relación esencial -el periodismo y la cultura-, que hoy se ha desdibujado en Colombia a pesar de la riqueza de su creación artística e intelectual. El novelista Óscar Collazos se refería a páginas abiertas a la creatividad y a la crítica en contraposición al supermercado de baratijas periodísticas y seudoliterarias de otros diarios. La poeta María Mercedes Carranza veía una publicación viva, sintonizada con el país más joven, plural, atenta a las palpitaciones culturales y sociales. Opiniones diversas que resaltan el hecho de que un suplemento debe apostar por la complejidad y por la diferencia en un país que los estúpidos han querido polarizar en guerras y dividir con simplificaciones; que se les valore como lectores y no se les prepare una literatura de fresas con crema, ni se les ofrezcan prosas digestivas y ágiles o una sintaxis rociada de farándula que los medios suponen la más adecuada. También, que se conserve encuadernado en salones de pueblos remotos, llamados bibliotecas.
La segunda imagen se remonta a los años noventa, cuando recibo como suscriptora de la revista española Ajoblanco una carta de su director Pepe Ribas. Nos habla de una nave cultural independiente, que pese a mil líos no quiso convertirse en mero soporte publicitario, que fue explosión de creatividad, que navegó a contracorriente e inspiró a gente de mucha valía. También de una situación implacable: "Vivimos el final de una época y de una forma de vivir y entender la cultura".
La tercera es reciente: junio de 2007. Cerca de doscientos creadores colombianos se reúnen en Medellín. Su presencia allí responde a una convocatoria afín a sus convicciones. Expresan la necesidad de evitar cometer "el crimen de lesa humanidad" que significa callar. Buscan espacios de comunicación que repercutan en la sociedad civil y contribuir a transformar con el arte, la poesía, la música, el teatro y las otras expresiones culturales la pesadilla que vive Colombia. Algo en el ambiente parecía decir que la voz de los creadores no circula, no fluye, no tiene la presencia digna que merece, entre otros espacios, fundamentalmente, en el de los medios de comunicación. Tres imágenes, que a su vez son tres silencios que ensordecen. Un horizonte enrarecido, reitero, en lo que algunos llaman periodismo cultural; campo en el que podemos movernos en dos orillas, certeras y contundentes ambas.
Para describir lo que sucede en una de ellas, retomo al analista colombiano Germán Rey, quien identifica cinco tendencias sobre las que vale la pena reflexionar y actuar. La primera es la mezcla entre cultura y entretenimiento, cuya expresión más banal es la vinculación con la farándula. La segunda reduce lo cultural al mundo frívolo de los chismes y la vida íntima de los protagonistas de la farándula, entonces, las noticias de la cultura culta cobran fuerza cuando caben dentro de las lógicas masivas, en las reducciones light o en las referencias personales. La tercera es la de privilegiar la visión tradicional, mostrando una incapacidad de valorar otras manifestaciones y poco interés por explorar en lo cotidiano la profundidad de los cambios culturales que viven nuestras sociedades. La cuarta, el énfasis en la difusión; no hay espacio para la crítica. Y la quinta, una abrumadora concentración de los géneros en el registro pasando al olvido formas de narrar muy cercanas a la cultura como la crónica, el reportaje o el documental.
El periodismo está más que amenazado por el modelo que señala que lo único que aguanta la gente es aquello que es corto y ligero. Para el investigador Jesús Martín Barbero está por verse que eso sea lo único que el público quiere: "Si hacemos una única oferta, su propia sensibilidad va a estar moldeada por ella; pero no creo que la gente sea idiota ni tan pasiva como creen ciertas teorías ni tan obtusa ni tan despreocupada".
Prefiero el panorama de la otra orilla. Allí, vuelvo a visitar a los cubanos Eliseo Diego y José Martí. A Diego, cuando cuenta que no hubiera podido escribir nada si no hubiera sido por las lecturas que hizo de niño, por la importancia de su trasfondo y de la atmósfera poética que las historias van dejando y no se sabe en qué momento van a aparecer. Nos recuerda que la facultad de crear es innata al hombre, tan esencial como la de pensar o sentir, por lo que la buena literatura influye en los niños, despertando en ellos la capacidad de creación. Y a Martí, cuando escribe con firmeza: "No hay pueblo rico ni seguro sin raíces en el corazón y en la fantasía".
Por eso, si no creemos en las posibilidades de transformación de los proyectos culturales en el ámbito de los medios de comunicación y en los medios mismos como proyectos culturales en sociedades sin equidad, con profundos desequilibrios económicos y sociales como las nuestras, estaremos contribuyendo a que las desigualdades, la falta de oportunidades y las brechas en el acceso al conocimiento y a la creación sean aún mayores, sobre todo en países como Colombia.
Si recordé dos publicaciones emblemáticas en sus países, hoy por fuera de circulación, fue porque ejemplifican cómo el ejercicio del periodismo en el campo de la cultura representa una opción para los lectores de constituirse en seres humanos para quienes la imaginación, la crítica, el pensamiento, el debate, la defensa de las ideas propias y el respeto por las de los otros serán imprescindibles.
¿Para qué sirve un suplemento cultural? ¿Qué le da a un periódico si no es dinero?, se pregunta Juan Manuel Gómez, director de Confabulario de El Universal de México. Él mismo se responde: "Quizá para estrechar la mano de un lector y llevarlo a una zona de la que no querrá salir jamás".
La invitación es a resistir y a exigir a los grandes medios una voluntad decidida y una apuesta intelectual y económica que permita crear y ampliar los espacios para la cultura y para las voces múltiples de la creación y el pensamiento. Desterrar la seudocultura. Que sea posible el contacto con proyectos periodísticos que conjuguen el doble propósito de una alta categoría estética y temática; que sean territorios propicios para la imaginación y para el debate claro; que tengan una mirada amplia donde lo popular no excluya el debate universal; donde el arte, la poesía y la literatura establezcan un diálogo con la sociología, la política o la historia. Que el faranduleo, la clientelización y el cálculo de intereses no se sigan tomando los medios de expresión cultural.
Como ciudadanos, como personas, como públicos de los medios, como artistas e intelectuales, ¿por qué no le apostamos a estimular, fomentar y apoyar iniciativas mediáticas más independientes, más complejas, que propongan agendas diversas e incluyentes, que abran sus espacios a la cultura con verdadero compromiso? Parafraseando a Günter Grass, no podemos dejar que nos invada la dictadura de lo secundario.
Marisol Cano Busquets es periodista y ex directora del Magazine Dominical, de El Espectador.
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