La 'lideresa' y su compañero
No merece la pena tomarse al pie de la letra todos los desahogos de esas borracheras de entusiasmos que producen los mítines de los partidos políticos. Pero hay mítines y mítines. Y los de la Convención preelectoral del Partido Popular de este pasado fin de semana en Madrid contaban con el particular atractivo de una liturgia en la que a los gestos se les daba tanto valor como a las palabras. Sobre todo en la función del domingo que, para empezar, ofrecía la singularidad de que los actores secundarios, Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón, llegaran a alcanzar mayor relieve que el protagonista de la obra: Mariano Rajoy. Y curiosamente lo alcanzaron en su excesivo afán de proyectar el foco en el protagonista.
A Gallardón esta vez no le faltaron ocurrencias, impropias de quien como él conoce el valor del talento y el talante unidos
Pero quizá desdibujaran el rostro del líder por exceso de luz; tanta insistencia en el liderazgo de Rajoy pudo provocar un efecto contrario al que se perseguía. No hacía falta que Aguirre nos convenciera, por ejemplo, de que Rajoy posee "sentido común, inteligencia, principios y valores", que es lo menos que se le puede pedir a un candidato; todo aquel público de fans lo daba por supuesto. Y aunque es verdad que pocos líderes políticos han necesitado tanto como Rajoy que se subraye su liderazgo, ahora que empezábamos a creernos que es un verdadero líder y que probablemente él también llegara a creerlo, tanto Aguirre como Gallardón, que no son dos caras del PP sino dos cabezas distintas, tal vez consiguieran rebajar la convicción de los ciudadanos de que Rajoy es un líder indiscutible y, lo que es peor, quizá hayan suscitado alguna duda en el propio Rajoy al escuchar las sucesivas alabanzas que lo ensimismaban en su gloria.
Eso cabe esperar al menos de su talento, más enriquecido últimamente, según el alcalde de Madrid. Porque a Gallardón esta vez no le faltaron ocurrencias, impropias de quien como él conoce el valor del talento y el talante unidos, para llegar a decir de Rajoy que ha sustituido talante por talento, como si una cosa no fuera consecuencia de la otra y las dos necesarias. Y como si el propio Gallardón no se hubiera empeñado muchas veces en hacerlas compatibles.
Es humano, no obstante, que quienes sufren las consecuencias de un reiterado prejuicio sobre sus ambiciones de liderazgo, y tal es el caso de Aguirre y Ruiz Gallardón, se vieran necesitados de ningunearse, entregándose al verdadero señor, para limpiar su falsa fama. Y son tan poco celosillos o rencorosos que ni siquiera le han tenido en cuenta a Rajoy que prefiriera Valencia a Madrid para proclamarse candidato, urbi et orbe, y además con el argumento de que lo hacía desde el escenario de la mejor gestión del PP, para relegar así, supongo que sin quererlo, la ejemplar ejecutoria de sus compañeros, Alberto y Esperanza, en la capital del Reino y su Autonomía.
Pero se asistía allí, más que a la exaltación del líder inevitable, a la exhibición de los otros líderes o, por mejor decir, a la competición entre la lideresa y su contrario. Lo que los seguidores de Aguirre esperaban de ella es que diera su talla como lideresa. Y la dio. Hay que reconocer lo que ha ganado en desparpajo la presidenta, lo que separa hoy a la discreta y formalita Aguirre de otros días de la nueva mitinera de la carcajada y el chascarrillo populista, descendida con gusto a las corralas y tan bien desenvuelta entre los gritos de Viva España que a sí misma se considera lideresa.
Peor lo tiene Ruiz-Gallardón, que no pierde el aire de niño empollón ni en cazadora y que mantiene intacto su sentido del ridículo y la vergüenza intelectual que muy fácilmente se abandona en estos mítines. Aunque esta vez tuvo la osadía de reclamar para Rajoy el voto de los socialistas desencantados con Zapatero, no sé si pensando que Zapatero y Sebastián son lo mismo, y lo mismo la nación que el municipio, o en la confianza de que los desencantos produzcan despropósitos.
Menos mal que Rajoy dijo al acabar, repuesto ya de lo que le había hecho reír la presidenta, que "España se merece alguien que se la tome en serio". Lo diría pensando en sí mismo y, por supuesto, en Zapatero. Gallardón lo escuchó, mirando a Aguirre, y tal vez tan tranquilo como convencido de que, si es eso lo que merece España, Rajoy no hablaba de su compañera. No sé si para entonces Aguirre había dejado de reír, pensando en sí misma, tal vez en Zapatero y, por supuesto, en Gallardón. O si al llegar a ese punto volvió a reír. Y cabría preguntarse en tal supuesto si reía de sí misma o de los otros.
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