El relicario
Los cabellos de Lucrecia Borja, en Valencia. El anuncio se repite en reclamos publicitarios, páginas de cultura de los periódicos e incluso como segundo tema de portada del semanario El Temps, que edita Eliseu Climent, sumo sacerdote del nacionalismo catalán y máximo responsable entre otros asuntos del Institut Internacional d'Estudis Borgians, entidad organizadora del simposio en el marco del cual se exhibe la reliquia.
El evento ha sido presentado como un gran acontecimiento y se han llegado a difundir imágenes de la llegada al aeropuerto de Manises de la urna, precintada en una caja especial que ha viajado en un asiento de primera clase desde Milán. Es una exhibición mediática que, aunque más modesta, parece querer emular la puesta en escena de la llegada a Valencia de las Visiones de España de Joaquín Sorolla. El paralelismo resulta inevitable porque en ambos casos, más allá del interés cultural estricto de cada exposición, asistimos a operaciones de reconstrucción de las identidades culturales nacionales, a todo un ejercicio de uso político del pasado.
En el nuevo Centro Cultural Bancaja tendríamos una exaltación de la identidad española que ofrendaría Sorolla en sus cuadros, que ahora se nos muestran en una exposición que, no por casualidad, ha sido inaugurada por los herederos de la Corona. En el espléndido Centre Cultural Octubre asistiríamos a una glorificación del nacionalismo catalán, reflejado en el poder de una familia valenciana, los Borja, cuya capacidad de fascinación se extendería como un mito romántico que alcanzaría al mismísimo Lord Byron y que ahora se intenta recuperar como muestra de un pasado espléndido.
Son iconos más o menos finos, pero idéntica expresión de lo que otros simbolizan de forma más chusca: el toro de España, o el burro de Cataluña que vemos junto a las placas de matrícula europeas.
Por haber, hay también relicarios verbales, marcos conceptuales como el porqué no te callas, celebrado por el nacionalismo español como un fetiche verbal, como la demostración de que, por fin, su rey manda y no tiene pelos en la lengua. Como también es un relicario semántico la verborrea pseudorevolucionaria de un Chávez capaz aún de encandilar a algunos nostálgicos. Y están los relicarios catódicos, de los que usa y abusa Sarkozy como vimos con su retransmitido viaje al Chad.
En los años sesenta del pasado siglo el nacionalcatolicismo paseaba por los pueblos y calles de España el brazo incorrupto de Santa Teresa y a los niños de entonces nos daban fiesta en la escuela para que fuéramos a contemplar la insigne reliquia. Unos años más tarde colocaron los venerados despojos, sin demasiado éxito, en la habitación en la que un 20 de noviembre, como hoy, moría Francisco Franco. Ahora los cabellos de Lucrecia Borja, la hija del Papa Alejandro VI, se muestran, encerrados dentro de una custodia de bronce y pedrería, en una capillita de paredes negras del centro cultural Octubre en la que suena música clásica. El fetichismo es una constante en todas las religiones, incluidos los nacionalismos. Hay para todos los gustos. A unos les pone el tacón de aguja, a otros la bandera y a los de más allá, ¿por qué no?, los pelos de un relicario.
Los cabellos de Lucrecia Borja, en Valencia... cielos y yo con estos pelos.
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