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Columna
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Charlatanes

El jurado del concurso de ideas para el denominado Parque de los Cuentos de Málaga ha otorgado el primer premio a una propuesta que concurría bajo el lema Los ecos de las palabras. Seguramente con esta designación, la Consejería de Cultura de la Junta ha obtenido dos logros. El primero, acallar la polémica sobre si hay o no contenidos para este proyecto, ya que si el parque va a girar en torno a las palabras está garantizado que se llenará pronto. Desde hace algún tiempo, en esta sociedad, lo único que sobran son palabras. El segundo logro es la recuperación de un emblemático edificio para la ciudad, ya que El Parque de los Cuentos se levantará sobre el antiguo Convento de la Trinidad, un inmueble renacentista que corre el riesgo de venirse abajo si de los ecos de las palabras no se pasa pronto a los hechos.

No habría que descartar un sucedáneo de este parque de los cuentos, pero destinado sólo a la palabrería en otras muchas ciudades. Un sitio donde, en vez de mostrarlas, se encerraran las palabras con sus ecos mediáticos incluidos. También los cuentos, pero sólo los cuentos chinos. Un lugar donde la gente al entrar se quede sin palabras y donde se exija poner la lengua en barbecho durante la visita. Un edificio donde no haya que cerrar la boca para evitar que entren las moscas y donde los visitantes no sean esclavos de sus palabras. En definitiva, un inmueble donde nadie rompa el silencio si no es para mejorarlo. O donde, esa misma gente que habla para no parecer idiota, no tenga que correr el riesgo de hacerlo y disipar con ello cualquier duda.

Sería un monumento al por qué no te callas. Un lugar de meditación, en el que antes de hablar uno se lo pensaría más de dos veces. Y al que se iría para zafarse de toda la palabrería acumulada, evitando así ir despachando tonterías por la calle. Un sitio donde descubrir las bondades del silencio o donde localizar las palabras justas y precisas en cada momento oportuno. En el que refugiarse, además, de la ideología del pollo, ese discurso partidista y de respuesta inmediata que evita el debate y sólo busca adhesiones inquebrantables, y que tanto se parece al animal que sigue adelante cuando ya no tiene cabeza. Un lugar con su propio cementerio de palabras necias y en el que una vez allí enterradas ya no habría que hacerles oídos sordos.

La experiencia piloto de este parque de la charlatanería podría instalarse en Alhaurín el Grande, aunque por desgracia hay múltiples ubicaciones posibles y en municipios de todos los colores políticos. Al parque, cada mañana, podría acudir, por ejemplo, el primer edil de esa localidad, Juan Martín Serón, para descargarse de palabrería. Y en ese original lugar, en vez de llevárselas el viento, las palabras quedarían encerradas y sin poderlas utilizar. De esta manera Serón, cada vez que se levantara una parte del sumario sobre las diligencias judiciales en torno a las presuntas corruptelas urbanísticas que se están investigando, no tendría palabras que decir, lo que beneficiaría bastante a su imagen como alcalde de Alhaurín, así como a su presunción de inocencia. Ya que, en su caso, cada vez que habla otorga. Algunos de sus jefes en el Partido Popular ya descubrieron las bondades del silencio, y hace tiempo que cuando se le pregunta por Martín Serón dan la callada por respuesta.

Este parque de los cuentos chinos aliviaría de ruido la vida de los ciudadanos en muchos lugares de la geografía española, que hace tiempo desconectaron hartos ya de estar hartos. En él habría un espacio para encerrar las consignas y un hueco donde esconder las palabras huecas. No estoy seguro de que sirviera para algo, pero viviríamos todos más tranquilos. Y a los verdaderos charlatanes volveríamos a encontrarlos allí donde empezaron: en la ferias.

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