Templos abiertos
Mohammad Iqbal, 42 años, oriundo del Pakistán, dirige desde hace cuatro meses la nueva mezquita del Centre Islàmic de la Pau, situada en la calle de Erasme de Janeren el distrito barcelonés de Ciutat Vella. El templo musulmán, uno de los más grandes de la ciudad, tiene cerca de 400 metros cuadrados, pero su aforo está limitado a 208 personas. Este local, una antigua panadería reconvertida más tarde en fábrica de discos, fue adquirida por la comunidad musulmana por 300.000 euros.
"Al principio los vecinos nos recibieron con algunas pancartas de protesta, pero ahora nadie se queja", asegura Mohamed Iqbal, en un perfecto catalán. Llegó hace 18 años a Cataluña, donde trabajó como albañil y camarero, para acabar convirtiéndose en imán y animador de esta pequeña congregación en la que, además de rezar, se enseña catalán, castellano, informática y en la que, asimismo, se imparten consejos con respecto a los trámites de extranjería.
Esta mezquita participaba ayer junto con otros 12 templos de media docena de religiones diferentes en una jornada de puertas abiertas -Religiones Abiertas- que el Ayuntamiento de Barcelona ha organizado dentro del plan de acogida e integración diseñado por la municipalidad para integrar a los inmigrantes del distrito de Ciutat Vella. La operación trata de eliminar fronteras y borrar desconfianzas, sobre todo en un área complicada donde la población extranjera llega a ser de más del 30%.
J. G., de 32 años, responsable del templo sij -Gurdwara- de la calle del Hospital, abrió ayer también de par en par las puertas. Éste es uno de los cuatro centros que la comunidad sij tiene en Cataluña. Él, aunque llegó a Barcelona hace cerca de cuatro años, habla con dificultad el castellano. Pero se hace entender, sobre todo cuando acusa algunos vecinos de robar los zapatos que los fieles depositan en la entrada del local.
"Se llevan los mejores zapatos, los más elegantes y de marca. Nos han obligado a colocar en la puerta el día de oración, el domingo, un vigilante", asegura el responsable de la comunidad sij. En Cataluña este grupo religioso-étnico cuenta con unos 12.000 miembros, de los que 2.000 acuden a rezar de forma regular en este local. Hace 15 años los sijs compraron el templo a un precio de ganga; 240.000 euros.
Wolfang Striabinger, 53 años, es un pastor evangélico, oriundo de Alemania, que dirige desde hace una década La Comunidad Cristiana de la Vinya. Este grupo religioso, especialmente implantado en el Este de Estados Unidos, vive realquilado en un centro juvenil de la calle del Príncipe de Viana. Su comunidad es mínima, se reduce a unas 30 personas. Pero a ellos hay que sumar una legión de famélicos que cada día pasan por el comedor público y gratuito de la calle de Robadors, también en el distrito de Ciutat Vella.
"No hacemos proselitismo; somos ecuménicos. Buscamos sólo acercarnos y ayudar a la gente y no molestar a nadie con nuestra fe", asegura el pastor Striabinger.
La señorita Pilar Colomer, 58 años, en el otro extremo de Ciutat Vella, es presidenta de la comunidad budista Sakya Gephel Ling. Es un lujoso piso, de techos altos y parqué, situado en la segunda planta de un señorial inmueble de la calle de Trafalgar. Esta comunidad que a duras penas llega a medio centenar de fieles, está reclutada especialmente entre profesionales liberales de la ciudad de Barcelona.
"Aunque no tenemos ningún problema con los vecinos, estamos buscando una planta baja", afirma la señorita Colomer. Ella también abrió ayer las puertas de su templo.
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