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Columna
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Las indirectas

Manuel Rivas

Uno de los enfrentamientos parlamentarios más chuscos de la historia fue aquel que llevó a una opositora a advertir a Churchill: "Si usted fuese mi marido, ya le habría puesto veneno en el café". A lo que el entonces ministro respondió: "Y si yo fuese su marido, me lo bebería con mucho gusto". No son precisamente indirectas, pero tienen la virtud de parecerlo. Para Freud, el primer ser humano que lanzó un insulto en vez de una piedra fue el verdadero inventor de la civilización. Hay que matizar. Recuerdo a un compañero de estudios que soportaba con resignación los peores escarnios, pero perdía totalmente los estribos cuando le llamaban Coliflor. Aquel tipo bonachón me confesó años más tarde que si en ese momento pudiese apretar el botón nuclear, lo haría. Nos iríamos al carajo todos por culpa de una coliflor. Así que el auténtico salto civilizador lo supuso la indirecta. Ramón Gómez de la Serna y Juan Ramón Jiménez mantuvieron siempre una relación distante, cuando no hostil. Con motivo de una turné del poeta, Rafael Alberti organizó un encuentro para hermanarlos en el exilio. Gómez de la Serna los citó en su piso de Buenos Aires. Pero nada más salir Juan Ramón del ascensor, el genio de las greguerías le apuntó con el índice y le espetó: "¿Puedes explicarme, antes de entrar, por qué escribes Dios sin mayúscula últimamente?". Juan Ramón se replegó y abandonó el lugar, abrumado por semejante indirecta. Vivimos un periodo de calentamiento planetario que también afecta al lenguaje, por lo que se cultivan poco las especies indirectas y se extienden las apodícticas. Lo que hemos visto en Chile es cómo un lapsus imperativo puede derivar en quilombo global. Sea como sea, España no puede proyectar en América Latina la imagen de una antigua metrópoli enfurruñada. Todo hubiera sido distinto si cuando Chávez llamó "fascista" a Aznar, el Rey le hubiera replicado: "¡Ya está Hugo con sus indirectas!".

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