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Columna
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El uniforme

Rosa Montero

Casi todos los medios, al hablar de la tripulación detenida en Chad, resaltaban la impecabilidad de sus uniformes. A mí también me sorprendía verles siempre con la chaqueta puesta, bien afeitados, con las camisas tan tersas e impolutas como si las acabaran de almidonar. Estuvieron 15 días arrestados con temperaturas que rozaban los 40 grados, pero en los vídeos y las fotos parecían frescos como pimpollos. ¿Acaso se lavaban las camisas por las noches? Un auténtico prodigio de pulcritud.

Su buen aspecto confirma que fueron bien tratados en su detención, como ellos mismos dijeron; pero además, y sobre todo, muestra una voluntad de ser y de resistir. La decisión de no rendirse interiormente. Siempre me gustaron esas historias de los exploradores británicos del XIX, que se adentraban en la terra incognita africana, arrostrando tremendas penalidades y peligros mortales, y que a las cinco de la tarde desplegaban un mantelito de encaje sobre una mesa de campaña y se tomaban el té en delicadas tazas de china. Cosa que muchos consideran un acto puramente estrafalario, risible y colonialista, pero que para mí también tiene un ingrediente conmovedor por lo que denota de respeto a uno mismo, de tenacidad en la lucha por mantener tu identidad y tu integridad frente al caos. A veces en esa pelea desesperada, en ese empeño por seguir siendo, está la clave de tu salvación. Pienso por ejemplo en la pobre Ingrid Betancourt, la política colombiana que lleva cinco años y medio secuestrada por la guerrilla, y espero que se siga sosteniendo por dentro, aunque sea gracias a gestos tan aparentemente nimios como lavarse los dientes todas las mañanas con el dedo y agua. Y también creo que la vida es de algún modo una jungla para todos, y que conviene practicar la pequeña heroicidad de seguir tomando tu té cada día.

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