Aguas insolidarias
El quehacer gubernativo está lleno de sinsabores, dado el carácter resistente, asocial y sedicioso del común. Muchos son los ámbitos que se deben controlar por culpa de nuestro egoísmo. Y muchos más los que habrá que controlar en el futuro. Por ejemplo, el Departamento de Medio Ambiente medita a quién aplicar el canon ecológico por exceso de consumo de agua. Por su parte, el Departamento de Vivienda también baraja examinar el consumo de agua, para identificar qué pisos están deshabitados. Todo esto mientras el Ararteko exige a los ayuntamientos que controlen padrones municipales y matrículas escolares, por si los padres envían a sus hijos donde no deben.
Sería aconsejable que el Gobierno, en el ejercicio de esta ingente labor de policía, economizara los registros y aprovechar cada uno de ellos para fiscalizar varias cosas a un tiempo. Si Medio Ambiente medita controlar el consumo de agua y si Vivienda aprecia tal consumo como indicador del uso de una casa, ¿no sería adecuado un solo inspector para informar a ambas jefaturas? Eso que nos ahorraríamos los que, además de pagar el agua, pagamos la inspección. Y si los ayuntamientos controlan los padrones y el Gobierno las matrículas escolares, ¿no podrían simultanear ambas pesquisas o sumarlas, incluso, al control de los horarios comerciales o a la aplicación de las políticas de género en la empresa? Un solo servicio de comisarios del pueblo podría vigilar todo lo habido y por haber.
Solidario es lo que hacen muchas personas por generosidad, no lo que se hace por miedo o por coacción
Recientemente el consejero de Vivienda y Asuntos Sociales animaba a los propietarios de pisos desocupados a que le dieran a él las llaves bajo un vehemente argumento: "No hacerlo es un acto de insolidaridad". Bueno, es discutible. Ningún político tiene derecho a realizar imputaciones de orden moral a la ciudadanía. Si acaso, el control de la ética pública, en democracia, se articula al revés: de la ciudadanía al cargo público. La imputación del consejero tendría validez en un régimen totalitario. Ignoro sus deseos al respecto (también sería injusta tal imputación) pero aún estamos lejos del paraíso estalinista.
En la acción de gobierno, la verdadera solidaridad es imposible. Para que haya solidaridad debe existir un impulso íntimo, personal, y con él la disposición voluntaria de la propia hacienda. Por eso ni los políticos son solidarios ni lo son los contribuyentes: nadie es solidario con el dinero de los demás y nadie es solidario con el suyo si le ha sido detraído de forma coactiva. Se puede argumentar que tributos, multas y controles son necesarios (en algunos casos lo son), pero no digan que son solidarios.
Solidario es lo que hacen las personas, tantas personas, muchos miles de personas, con una parte del dinero que les queda para sí mismas. Solidario es lo que se hace por generosidad, no lo que se hace por miedo o coacción. Inspeccione la autoridad escuelas, empresas, talleres, grifos, camas, enchufes, armarios, cuentas corrientes, tiendas de lencería, casetas de perro, secadores de pelo, cazuelas, parroquias o boticas, pero tenga la decencia de no utilizar, ni de pasada, la palabra "solidario". Queda bien, pero es incierta.
Volviendo por donde habíamos venido: el agua. Las medidas no se han adoptado, pero la amenaza es real. Puede complicarse la economía doméstica: gasta el agua suficiente como para que Vivienda no te expropie tu casa, pero no tanta como para que Medio Ambiente te imponga el canon ecológico. Habrá que permanecer atentos a la horquilla de consumo: metro cúbico arriba, metro cúbico abajo, puedes ser, en opinión del Gobierno, un insolidario que das asco.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.