Todos dicen 'I love you'
Una historia de amor. Amor y política. Como en un guión de Woody Allen pero con los continentes trastocados. Personajes europeos, ciudades americanas. Celos, infidelidades, cambios de vida y de pareja. Ambición, poder, dinero. Nicolas en Washington, aplaudido a rabiar en el Congreso. Cécilia avistada en Nueva York los mismos días, recién divorciada, como tantas americanas en París o en Roma. La música la escoge el presidente de la República Francesa en su discurso ante congresistas y senadores: Elvis Presley, Duke Ellington, Marilyn Monroe, que cantó en la Casa Blanca en un cumpleaños. El casting de la delegación que le acompaña también es perfecto. Muchas mujeres. Multicolor. Como un guiño a los votantes de Hillary y Obama. Christine Lagarde, la ministra de Economía, que ha sido presidenta de un bufete legal de Chicago. Rachida Dati, la ministra de Justicia, hija de una humilde familia magrebí, padre marroquí, madre argelina, hermano delincuente juzgado también estos días. Rama Yade, francesa de Senegal, la Condi Rice de Sarkozy al decir de este presidente deslenguado. Y luego, the french doctor, el ministro de Exteriores más chic de la historia, ese Bernard Kouchner al que Sarkozy ningunea con su activismo internacional.
El mensaje de fondo es que se puede ser amigo de EE UU y ganar elecciones en Europa
Era un flechazo que estaba escrito. Y es él, el americano, quien lo lleva escrito desde hace años. En contra de las apariencias no lo es por sus ideas políticas o económicas. Al contrario. Es muy francés: cree en el Estado, en la industria nacional, en la intervención y en la interferencia del Gobierno. Es americano en sus sueños y en su carácter. Más americano que los americanos: llega al Elíseo sin pertenecer a una familia de larga ascendencia francesa, de souche, y no ha pasado por la ENA ni por ninguna de las grandes écoles como es de rigor en la V República. Las dos ministras de origen africano que le acompañan forman parte de este relato soñado sobre sí mismo y sobre Francia. No versa sobre América como parece, sino sobre la misma Francia. Yasmina Reza lo ha recogido en su perspicaz libro sobre el presidente (El alba la tarde la noche): "Me hubiera gustado nacer en Argelia. Cuando naces en África del Norte, sueñas en Francia, pero cuando naces en París no sueñas en nada".
Este viaje es un momento culminante de sus seis meses de activismo frenético. En casa, donde se preparan más huelgas y el malestar roza el punto de ebullición, su vocación internacional ya huele a escapismo. Los celos crecen como un tsunami: Libération le llama robacarteras por su constante puenteo a la labor de los ministros. La aventura de Chad, adonde quiere volver para rescatar a todos los prisioneros, sean o no culpables, promete pasar facturas abultadas. Su idea de la presidencia de la República puede convertirle en un bombero neurótico y desquiciado. Ha anunciado la idea de un Estado más ligero, con menos funcionarios y mejor pagados, pero de momento su reduccionismo es absoluto: que se aparten ministros e intermediarios. En la tradición de una República protectora, sentida y vivida por los franceses desde hace décadas, Sarkozy aparece como un supermán dispuesto a auxiliar a quien sea y a robar a Luis XIV la frase "el Estado soy yo": el presidente indispensable.
Si Sarkozy es Francia, Francia quiere ser la voz de Europa. Ahí salen en su auxilio Lafayette, la amistad entre dos países que jamás se hicieron la guerra, las dos contiendas mundiales y sobre todo las playas de Normandía. La voz de Europa resonó ayer por la tarde en el edificio del Congreso.
Tras la partida de Tony Blair y con la única competencia de Angela Merkel, un motor diésel que funciona con sordina, Sarkozy tiene pista para apoderarse del protagonismo. Lo que ofrece a Washington respecto a la Alianza Atlántica no va mucho más lejos de lo que iba Chirac: plena integración militar a cambio de la luz verde al pilar europeo de la defensa y de situar a un francés en un lugar destacado. Pero lo vende de otra forma, con declaraciones de amor eterno. Lo que espera Washington se resume en una palabra: Irán, el último asunto que lleva de cabeza a Bush en la recta final de su presidencia. George necesita a Nicolas para contener a los ayatolás con una batería de sanciones que se decidan dentro o fuera de Naciones Unidas.
Pero el sello definitivo de la amistad celebrada ayer no afecta al guión del filme sino a la idea de fondo. "He venido a decir que se puede ser amigo de Estados Unidos y a la vez ganar las elecciones en Francia". Éste es el mensaje central de Sarkozy, que corrige una actitud europea incomprendida en Estados Unidos por todos, demócratas y republicanos.
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