Sanidad busca donantes de órganos entre los extranjeros
Musulmanes y asiáticos ofrecen más resistencia ante los trasplantes
"Un desmayo", fue lo primero que pensó la ecuatoriana Ana Santín Godoy cuando le dijeron que su hermano Ricardo Omar, de 28 años, había caído inconsciente en la obra en la que trabajaba. Pero fue mucho peor. Cuando llegó al hospital le dijeron que no había "nada que hacer". "Para mí estaba vivo", recuerda. Pero cedió sus órganos. "Me los pidieron, y lo único que dije fue que lo dejaran bien para que mi padre pudiera ver el cuerpo.
Le quitaron las córneas, los riñones, todo. Al final, los ojos se le notaban un poco", cuenta. "Es normal; no podía quedar como si nada", se resigna.
Para Ana, pensar que su hermano ayudó a salvar vidas es un consuelo. Y añade: "Aunque haya sido a alguno de los que nos miraba mal por ser inmigrantes. Si mi mayor enemigo está enfermo y puede mejorar con mis órganos, no me importaría donárselos". Por eso a los médicos que le pidieron los de su hermano no les costó convencerla.
Pero eso no es lo habitual. El proceso de conseguir una donación es complicado, y hay que trabajarlo con cuidado. Los españoles lo tienen bastante asumido -el país tiene la tasa de negativas familiares más bajo del mundo, alrededor del 16%-. Pero entre lo extranjeros es más difícil. Y ellos son clave para mantener el nivel del sistema español, primero del mundo con una tasa de 34 donantes por millón de habitantes.
Por eso la Organización Nacional de Trasplantes prepara a sus colaboradores para tratar con personas de culturas diferentes. Musulmanes y asiáticos son los más reacios, dice el director de la organización, Rafael Matesanz. Entre los marroquíes, por ejemplo -la segunda comunidad de inmigrantes por tamaño-, el rechazo es muy alto. Se debe a "un falso prejuicio, ya que en su religión nada impide la donación", afirma Matesanz. Con los asiáticos el problema es otro, añade: "Les cuesta aceptar el concepto de muerte cerebral". La solución está en acercar la donación a estas culturas. Y, sobre todo, preparar a mediadores y coordinadores de trasplantes.
En una de las sesiones de formación, a las que asistió EL PAÍS, 40 personas discutieron sobre un vídeo en el que unos médicos informaban a una madre y su hijo de la muerte de un familiar. Todo detalle se debatió a fondo. Para una marroquí, chocaba que en el despacho elegido hubiera flores -un adorno que nunca se asocia a los ritos funerarios musulmanes-. Para una china, el contacto entre los médicos y la familia era inaceptable.
Son detalles que pueden frustrar el siguiente paso. Comunicar la muerte es duro, pero luego hay que pedir, en el momento más doloroso para la familia, los órganos del fallecido.
El objetivo es conseguir que la tasa de donantes extranjeros se corresponda con su peso en el total de la población. Porque el color de la piel no impide la utilización de órganos. Ni el anatomista más avezado es capaz de distinguir la raza de un corazón. Fuera del cuerpo, los riñones, páncreas o pulmones no tienen color. Además, los extranjeros son más jóvenes y más sanos (entre los donantes de 2006, su edad media era de 43,9 años, y la de los españoles, 51,4). Todo un reto y una oportunidad.
La tita marroquí
Con 32 años y un perfecto español con acento andaluz, Malika Baltit, nacida en Nador (Marruecos), se prepara para ayudar a que el hospital Carlos Haya de Málaga consiga más donantes de órganos musulmanes. Baltit lleva siete años trabajando de mediadora cultural y traductora en el centro, donde la llaman "la tita de los marroquíes". Ella no ve inconveniente entre ser musulmán y donar órganos. No entiende el rechazo de sus compatriotas.
Lo que sí ha tenido que hacer ya Baltit es informar de la muerte de un niño a su madre. "Vienen de Marruecos, y muchas no han montado nunca en un ascensor. Es muy duro porque los niños del hospital son como mis sobrinos", dice. Tiene claro cómo debe actuar. "Para nosotros es fundamental tocar la mano, abrazar. En el momento de dolor se necesita apoyo".
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