Alguien ha suplantado al maestro
Uno de los mayores lujos de los que disfruta el arte contemporáneo es la certidumbre de que un individuo bajito, abrumadoramente creativo, adicto a un trabajo que imagino utiliza como refugio y droga ante las múltiples zancadillas con las que te puede acorralar la existencia, incuestionablemente genial, nos va a regalar todos los años una película.
Este tipo se llama Woody Allen. Comenzó como bufón corrosivo, creando un modelo cómico del que no existían referencias, haciendo películas tan graciosas como irregulares. Con la extraordinaria Annie Hall, el lenguaje del Allen director se hace adulto, comienza a hablar inmejorablemente de cosas que nos afectan a todos, la mordacidad y el sentimiento alcanzan niveles de terapia para los receptores. Y el superdotado no ha parado de darnos alegrías desde entonces. Con imaginación desbordante, combinando humor y poética, hablando con infinita inteligencia y gracia de las relaciones humanas.
EL SUEÑO DE CASANDRA
Dirección: Woody Allen.
Intérpretes: Colin Farrell, Ewan McGregor, Tom Wilkinson, Hayley Atwell, Sally Hawkins, Mark Umbers, Andrew Howard.
Género: drama. EE UU - Gran Bretaña.
Duración: 108 minutos.
No hay suspense, todo me parece prosaico y mediocre
Sería doloroso asistir al crepúsculo artístico de alguien como Allen
A cada cual, su Allen. En mi caso sólo me había mosqueado con su cine dos veces. Con su fatigoso homenaje a Bergman en Interiores y con el irritante onanismo con el trascendente pretexto de la crisis del creador y los agobios de la fama que supone Recuerdos. Pero incluso en sus películas más frágiles o en las engañosamente "menores" hay momentos excelsos. Y el estado de gracia ha sido tan frecuente como inhumano. Ahí están para demostrarlo obras maestras como Annie Hall, Manhattan, Zelig, Broadway Danny Rose, Días de radio, Hannah y sus hermanas, Delitos y faltas, Maridos y mujeres, Balas sobre Broadway, Desmontando a Harry y Match Point.
Semejante crédito parece incapacitar a Woody Allen para algo tan comprensible y humano como hacer algo insulso, plano, repetitivo, desganado, sin la menor huella de una personalidad tan fuerte como ancestral. Pero lamentablemente ha ocurrido. Se titula El sueño de Casandra y parece haberla realizado un mal plagiario del creador de Delitos y faltas y Match Point.
Como en las anteriores, El sueño de Casandra habla del sentido de culpa, de esa cosita amenazante e inaprensible llamada conciencia, del miedo a la transgresión moral que supone el asesinato y de esos insoportables enanitos que martillean al cerebro y al alma cuando el pecado se ha consumado, del insomnio y el remordimiento como devastadores fardos mentales, de la inaplazable necesidad de confesión, expiación y redención.
Pero lo que antes Allen había expuesto y narrado de forma estremecedora y magistral en la terrible historia de aquel señor perfectamente instalado social, profesional y familiarmente, cuya chantajista y resentida amante pretende destruir y en la tensa crónica sobre el dostoievskiano trepa que no sabe si la pelota de tenis va a traspasar la anhelada red después de tropezar con ella, aquí está descrito de forma simplista, sin lograr que te importe lo más mínimo la tortuosa problemática de sus angustiados protagonistas, dos hermanos tirando a insípidos, uno jugador acorralado y el otro con sueños de alto standing, a los que el turbio rey Midas que encarna el tío de América, les propone una salida económica a su vértigo si le hacen el familiar favor de borrar del mapa a un colega que le puede causar la ruina.
La primera vez que la vi tuve que frotarme los ojos intentando convencerme de que no había sabido verla, oírla, apreciarla. Repito, pero en vano. No hay suspense, todo me parece prosaico y mediocre, los personajes no despiertan ni frío ni calor, ni una gota de humor o de ironía, todo obedece a la seriedad forzada, la complejidad y la inteligencia a las que nos tenía acostumbrados Allen han sido sustituidas por la rutina y la asepsia, nada interesante que mirar ni que escuchar, nada de nada.
Ewan McGregor cumple, y al siempre creíble y magnífico Tom Wilkinson no hace falta que le dirijan, pero me pone de los nervios la abusiva quejumbre del cejijunto Colin Farrell, ese supuesto alcohólico que se comporta como un anfetamínico.
Sería muy doloroso asistir al crepúsculo artístico de alguien tan excepcional como Allen. Ojalá que esta película olvidable sea fruto de un desfallecimiento pasajero. Alguien ha suplantado al maestro.
Babelia
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