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Columna
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Todo lo que cuenta es miscelánea

"Una rosa es una rosa es una rosa", escribía Gertrude Stein en el célebre verso autorreferencial, turbador y trans-semántico. Pero ya hoy, en todo, una cosa no es una cosa ni dos cosas ni tres cosas, sino un incalculable número de ellas.

Everything is Miscellaneous es el título con que David Weinberger ha bautizado a su último libro referido al nuevo orden que ha introducido Internet en el universo de las cosas. Hasta hace poco, hasta el momento en que todavía no se habían desintegrado los objetos, la clasificación por tamaños, naturalezas, colores o funciones, se correspondía con su emplazamiento físico en los diferentes departamentos. Igualmente cuando se categorizaron los libros por materias, su organización en las librerías y bibliotecas establecía con claridad la acumulación espacial de unos y otros. Pero ¿y cuando los artículos, los libros, los discos, las máquinas de fotos se multiplican hasta lo innumerable en el espacio interminable, promiscuo y abigarrado de la Red? ¿A qué clasificación puede recurrirse para escoger con tino?

Varios sites han surgido recientemente para dar respuesta a esta interrogación. Wize.com, por ejemplo, es uno de los sitios donde la especialidad clasificatoria ha sido reemplazada por la diversidad, y la taxonomía por la miscelánea. Fundada en 2005, wize.com se conecta con más de 7.100 websites y contesta a las preguntas sobre unos 31.000 productos distintos. ¿Qué contesta? Hace ver cuáles son las opiniones de los expertos, de los usuarios y, además, qué grado de fama popular arruina o aureola la cosa. Todo ello llega fundido al potencial cliente que dispone además de diferentes enlaces para que desde la puntuación final (expresada en colores o signos) pueda revisar los detalles que le inquietan o interesan personalmente. A más información, más información, a mayor número ítems, menos clasificación.

La miscelánea se representa en la clase de web que vale para casi todo y en la variopinta evaluación de lo deseado. En la compra de viviendas, zillow.com hace algo semejante a wize.com. Para una zona determinada se ofrece información detallada de los precios y su evolución, del vecindario y su satisfacción, de los expertos y su ponderación. Como colofón, las viviendas o solares se presentan en diferentes gamas de color, pero el cliente puede completar o corregir ese juicio mediante los links disponibles que cooperan en la decisión.

Cada cosa, cada casa, cualquier servicio, producto o diversión, se agrupa en una web de mil facetas y se representa después con las otras mil caras que le prestan su impresión para transmitirla a los demás. A este nuevo orden lo llama Weinberger "desorden" ("the power of the new digital disorder"), porque la sustitución de la ordenación tradicional no acaba ahí. Un producto determinado se descompone ahora con más facilidad en su poder de cambio y su poder de uso, siendo a la vez cada uno de ellos desmontable en subcomponentes. Así, del mismo modo que cada vez es más impertinente clasificar a los libros de acuerdo a los antiguos moldes, es imposible también fijar la naturaleza de una música teniendo en cuenta, precisamente, que la música ha pasado de ser un bien cultural a un recurso terapéutico, ambiental, religioso y hasta básico a la manera en que, como la electricidad o el agua, está surtiendo a todos los pobladores como un fluido ubicuo, natural e incesante.

Prácticamente en todas las artes la imbricación de diversión y conocimiento acontecimiento y popularidad, sensación y sensibilidad, genera una hueste de hijuelas, híbridos y mestizos, cuyo universo general de tutti frutti redondea la imagen general de miscelánea. Los estudios, los trabajos, los centros comerciales, los turismos, los aeropuertos, las Bolsas de valores, las alteraciones climatológicas, las enfermedades, las modas, son misceláneas. El desorden se confunde con el sistema de la complejidad, y la teoría de la complejidad halla sus piezas en la dinámica de la miscelánea. Las viejas instancias continúan orientándose por la ruda distinción entre sota, caballo y rey, pero ¿quién no advierte que este modo de mirar pierde mucho de vista?

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