Crimen por escrito
Reposición de madrugada en la Televisión de Galicia de Murder, she wrote ? (Escribiuse un crime?), la serie protagonizada por Angela Lansbury en la que encarna a la escritora de novelas policíacas y de misterio Jessica B. Fletcher. Con un esquema sin variaciones de un episodio a otro, como en el caso de Colombo, presenta una diferencia sustancial con respecto al del teniente de la policía de Los Angeles: él hace su trabajo y ella practica un hobby. De hecho, resulta curioso que J.B. Fletcher pueda llegar a publicar libros dado el tiempo que le absorbe resolver crímenes en cuyos escenarios aparece siempre como por arte de birlibirloque.
Yo que el resto de los personajes de la serie me mosquearía mucho al verla entrar por la puerta: alguien va a morir seguro. Que si un congreso de escritores, que si un crucero, que si una visita a su editor en Nueva York... El escenario es lo de menos: J.B. resuelve el crimen inevitable ante su presencia. Y resulta también chocante la cantidad desorbitada de sobrinos que tiene repartidos por todo el continente. Es un personaje (o personaja) simpático, bonachón y afable que ni siquiera se granjea el odio del asesino al que desenmascara, aunque le mande a la silla eléctrica.
La señora Fletcher (viuda de Frank Fletcher, piloto de combate en Corea) es una metáfora de la cruel Guerra de los Medios (bautizada así por Keké en Noche Hache) en cuyo fuego cruzado (amigo o enemigo) se ve atrapado el que más y el que menos. La sangría mediática no es consecuencia de un debate de palabras, personas o ideologías, sino de intereses empresariales de altos vuelos, incomprensibles para el común de los mortales, pero de efectos devastadores en asuntos tan importantes como la retransmisión de un partido de fútbol y con ramificaciones políticas también de alto nivel.
Y es así que, a la manera de Jessica, los medios de comunicación dedican más tiempo a su hobby pendenciero que a la tarea específica para la que fueron diseñados. Nunca tantos debimos tanto follón a tan pocos; porque, además, estos modos y maneras y esta interacción político-mediática se han exportado con éxito a países de rancia tradición periodística independiente como es el caso de los anglosajones. Por algo la palabra guerrilla es internacional.
Estas Guerras Médi(ati)cas vienen por oleadas, como los persas (medas) en el Paso de las Termópilas. Algunos periodistas pasan a ser los protas (Luis del Olmo y Federico Jiménez Losantos, por ejemplo) y de esta manera se produce un efecto dominó que llega hasta los confines de Las Españas en forma de eco, rumor y leyenda urbana. Es la eterna tiranía centralista española.
La Corte de los Milagros sigue siendo un espectáculo para nosotros, los periféricos, que asistimos, entre perplejos y aburridos, a un juego del que desconocemos las reglas. Sabemos, eso sí, que cuando aparece algún político diciendo, como Gila, "aquí alguien quiere liquidar a alguien...", refiriéndose a medios de comunicación, es la hora de los mamporros y conviene aferrarse a nuestra condición de país aislado, idílico, pastoril y juerguista. Al fin y al cabo, tenemos una salida al mar y eso nos da una ventaja: siempre podemos darle mil latigazos al océano por hundir nuestro puente de barcas, como hizo Jerjes en su avance médi(ati)co hacia Grecia.
Con la desaparición de El Caso, el crimen pasional que, en su día, era una anécdota en comparación con los desastres de la situación internacional? pasó a ser un titular en los telediarios y ocupar un espacio y un tiempo preciosos en detrimento de otros asuntos.
El matrimonio McCann es más conocido que el secretario general de la ONU (¿a quién le importa ese tipo?) y no está Jessica Fletcher para sacar del atolladero a la policía portuguesa. El ruido de sables, de garrotas y de plumas es lo que nos llega. Cuanto más alto es el volumen de un altavoz, más distorsión produce y el estruendo de los cañones también pretende la sordera de la población civil. Mientras, en Cabot Cove, J.B. Fletcher tiene un negro que le escribe las novelas para poder dedicarse a su afición.
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