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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La Barcelona 'Forster style'

En los últimos años, la fusión de elementos se ha convertido en un lugar común. Por eso, los profesionales de la restauración parecen lanzados a una constante búsqueda de nuevas fórmulas, que den singularidad a sus locales. Éste es el caso de un pequeño restaurante de la calle de Balmes -La Bastarda- cuyo joven equipo se está preparando para la que puede convertirse en una nueva oferta para la noche barcelonesa.

Jordi, su principal mentor, nos lo explica. La idea consiste en ofrecer cada viernes y sábado cenas sofisticadas a precios razonables, preparadas por el chef Jannic Hubert con sus especialidades francesas y provenzales. Todo ello va amenizado por un flash show, que convertirá la velada en una experiencia apta para todos los sentidos. Eso será a partir de mediados de diciembre, pues de momento sólo ofrece menú al mediodía. Pero hoy no quiero hablarles de comida, sino de un artista que, en silencio y con mucha paciencia, se ha convertido -poco a poco- en una referencia ineludible para esta ciudad.

La Bastarda, aparte de todo lo dicho, tiene otro aliciente. Su fachada, el letrero, las pizarras con el menú y el proscenio del escenario son obra del británico Steven Forster, que en esta ocasión nos propone lo que él define como "un trabajo no tanto de interiorismo, sino más bien de transformismo, con un toque de modernismo cafre". Quizá el nombre no les suene, pero se trata de un escultor y creador de ambientes que lleva 20 años trabajando en Barcelona. Dotado de una fina ironía y de un cromatismo alegre y juguetón, sus instalaciones siempre sorprenden y divierten, algo que, en estos tiempos tan faltos de artistas originales, resulta muy de agradecer. Son 20 años, a lo largo de los cuales ha dejado un rastro de locales y lugares que llevan su impronta.

La lista es larga y sonora. Todo comenzó en 1992 con un disparatado conjunto de esculturas animadas, instaladas en la discoteca Paulo Boner. Aunque la decoración debía ser permanente, un arranque de temperamento la convirtió en efímera (una sola noche). Mas, como una insólita premonición, aquel montaje supuso el inicio de una de las ideas más descabelladas y fascinantes de la década. En compañía de Lucho Hermosilla (con quien compartía el dúo plástico-musical Veivi Gisus Urkestra), Steven Forster realizó una serie de intervenciones, en las que -durante una única velada- cambiaba totalmente la decoración de un local. Entre los elegidos figuraron sitios tan carismáticos como la rompedora discoteca Distrito Distinto, el bar Heliogabal, el vestíbulo del San Andreu Teatre y la sala Bikini, en la que hicieron una fantasía árabe para su reservado VIP, aprovechando un concierto de Enrique Bunbury. En este local repetiría, en 1996, con un gigantesco móvil para su sala principal y con el aparador de arte reciclado drap art, que estuvo varios meses en el vestíbulo.

Le siguieron, entre 1997 y 1998, la restauración integral del restaurante Racó del Baltà y del bar Baltà, que incluía lámparas, esculturas, móviles y un original biombo, que aún pueden verse en este local bifronte de la calle de Aribau. Vendría después la decoración exterior del Circol Maldà, durante los tres años que tuvo como directora a Montse Magench; la decoración para la Navidad de 2000 de La Paloma, con enormes móviles de pájaros que parecían volar bajo el techo del veterano salón de baile, y diversas piezas para la cervecería Belchica y para el C-3, el bar del CCCB.

Después de dos años en Bilbao, invitado por el centro BilboArte, regresó para realizar su obra más conocida y celebrada: la reforma integral de una antigua bodega del Poble Sec, que su amiga Lidia López convirtió en la actual bodega Saltó. Aquí se desborda el universo personal de Forster, que es autor en solitario de esculturas, móviles, paredes con dibujos y frases sobre el vino, lámparas y ambientación, donde sobresale una espléndida y sinuosa barra, con el texto de uno de los poemas báquicos del Carmina Burana (por cierto, con una errata que animo al lector a descubrir).

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La Saltó, barroca y heterogénea, se ha convertido en referencia inexcusable de la tarde-noche barcelonesa, un éxito que quizá se deba a su condición de obra viva y en continua transformación, donde "se cambió todo, sin cambiarlo del todo". Posiblemente, la mejor actualización de los viejos bares con carácter del Paral·lel para un público actual, heredero de los dominicales vermús musicales del desaparecido Ambos Mundos.

Juzguen ustedes la calidad de este barcelonés vocacional, con sus explosiones de color, sus enigmáticos hombrecillos y su sello particular y socarrón, que constituyen una de las propuestas más interesantes del arte local. Podrán verlo cualquier día de éstos, si los galeristas y coleccionistas se ponen las pilas de una vez, mostrando su trabajo como ilustrador, pintor y escultor. Aunque yo les recomiendo que se pasen por la Saltó, el Baltà o La Bastarda, para apreciar su obra en estado puro.

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