El asesino también conduce
Hay dos tipos de conducta violenta asociados al hecho de conducir. La primera podemos denominarla como leve -por más que en ocasiones provoca una escalada de acciones más violentas o facilita los accidentes-, e incluye cosas tan habituales como tocar el claxon de modo persistente o como recriminación, proferir insultos o hacer gestos obscenos a otro conductor. La segunda es más grave e intensa, y abarca actos de persecución, maniobras para echar a alguien de la carretera y obligar a alguien a parar para agredirle a continuación. Ambas formas de violencia son intencionales, esto es, se realizan con el propósito de dañar a alguien, bien lesionando su integridad moral o su integridad física. Existe una violencia no intencional o desplazada como conducir ebrio o a gran velocidad, cuyas consecuencias son también muy lamentables.
La agresión que sufrió Gonzalo es claramente una violencia intencional de gran intensidad; de hecho fue un intento de homicidio. Lo que puede llamar más la atención al lector es que esa violencia fue del todo inesperada y, a juzgar por las declaraciones de los testigos, sin que mediara ningún tipo de provocación. ¿Qué razones tenía el aspirante a homicida para hacer lo que hizo? En general, lo que sabemos de los conductores que son responsables de los actos de violencia más intensos y frecuentes es que son personas que, como suele decirse, "viven como conducen", lo que significa que se trata de personas violentas en su vida ordinaria.
En ningún caso se ve mejor la influencia del estilo de vida y personalidad de estos individuos en la conducción que en el tipo de hecho que estamos comentando aquí. Claramente se trata de una agresión por venganza. La violencia motivada por la venganza es su forma de expresión más pura, ya que busca de forma intencionada dañar a alguien de modo ejemplar para resarcirse de un agravio. Los conductores vengativos buscan infringir daño ante una injusticia percibida, dentro del contexto de la circulación. Estas acciones de venganza son más graves que las conductas que las precipitó, y buscan asegurar el resultado de la agresión, es decir, tener el control total de la situación con el dominio del sujeto agredido. Por ello la venganza tiende a precipitar una mayor violencia que la que se deriva de la simple reciprocidad, donde uno busca con su respuesta "equilibrar la situación", no excediéndose en la réplica al conductor que cometió el hecho al que se contesta.
Ahora bien, ¿venganza de qué?, se preguntarán. Gonzalo no podía saber que el sujeto que tenía delante era un tipo peligroso, acostumbrado a imponer su voluntad si nadie se lo impide, y de naturaleza cobarde y alevosa. Éstos son los conductores más peligrosos, y no sólo porque acumulan más infracciones graves que nadie (está bien demostrada la mayor tasa de accidentes de los sujetos violentos en su vida personal), sino porque son capaces de leer actos neutrales o insignificantes de discrepancia por parte de otro conductor como una afrenta personal. Así pues, Gonzalo no tuvo que hacer nada. Pudo bastar un pequeño toque del claxon, o un breve relámpago de luces para llamar la atención del conductor errático que tenía delante, o quizás un gesto de impaciencia o de reprobación por su parte que el agresor acertó a ver -o creyó ver- desde el espejo retrovisor de su coche. Y ni siquiera eso: si este canalla estaba lleno de ira por cualquier razón, pudo desplazarla llena de odio hacia Gonzalo, que quizás simbolizaba para él algún otro con el que tenía deudas pendientes.
Junto a los inconscientes y bebedores de alcohol, hay otros sujetos que pueden ser letales en la carretera, de un modo mucho más despiadado e irracional. El asesino también conduce.
Vicente Garrido Genovés es profesor de la Universidad de Valencia y autor del libro La mente criminal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.