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Momento crucial en el FMI

Las sesiones que celebrará este mes el Fondo Monetario Internacional (FMI) en Washington reunirán a los principales ministros de Economía y a los directivos de los principales bancos centrales del mundo en una coyuntura crítica para la economía mundial, en la que, además, el auge de la productividad estadounidense se está desacelerando.

De entrada, el techo de la burbuja inmobiliaria mundial comienza a desplomarse ahora que los mercados inmobiliarios empiezan a congelarse no sólo en Estados Unidos sino también en otros muchos países, como la pujante España. Además, los mercados monetarios, especialmente en Europa, siguen traumatizados por la enconada crisis crediticia mundial. Los elevados precios de los alimentos y de la energía, combinados con la brusca subida de salarios en China, están aumentando la inflación en buena parte del mundo.

Si los mercados obligan a Europa a asumir todo el ajuste cambiario, los resultados serían catastróficos y el euro subiría a 1,50 dólares o más

Estas presiones combinadas harán mucho más difícil para los bancos centrales sostener la denominada economía de Ricitos de Oro (una inflación y un crecimiento perfectos). Al mismo tiempo, el mundo exterior observará con especial cuidado qué planes tienen las autoridades, si es que tienen alguno, para el caso de que el dólar siga bajando. Aunque los tipos de cambio son notoriamente impredecibles, lo más probable es que una lenta relajación del enorme déficit comercial estadounidense mantenga el dólar en una senda de descenso gradual a largo plazo.

Pero el hecho de que varios países asiáticos y con mercados nuevos contengan este descenso mediante la adquisición de dólares está causando presiones desmesuradas sobre las monedas más flexibles, como el euro y el dólar canadiense, que se cambian a niveles inauditos. Los líderes europeos sostienen, con algo de razón, que sus exportadores están pagando el precio del enorme desequilibrio comercial estadounidense con los países asiáticos y los exportadores de petróleo. Si EE UU entra en recesión, el resentimiento será mucho peor.

Los líderes del FMI intentaron negociar un acuerdo cambiario en la pasada reunión de abril, pero sin resultados tangibles. Puesto que los comunistas que rigen China celebrarán su congreso de partido al mismo tiempo que el FMI mantiene sus reuniones, también ahora parece improbable llegar a un acuerdo. Pero, dadas las claras presiones inflacionistas en países como Arabia Saudí, Argentina y Rusia, y las notables subidas de precios en China, puede que el mundo haya llegado a un momento en el que pueda alcanzarse un acuerdo.

Esperemos que sea así. Podría producirse un verdadero desastre si los problemas de crecimiento estadounidense convierten las ligeras presiones descendentes de hoy en algo mucho más serio. La Reserva Federal se vería obligada a bajar más los tipos de interés, lo cual haría el dólar aún menos atractivo, y el correspondiente alejamiento de la demanda mundial de Estados Unidos, marcado por un brusco descenso de la balanza comercial estadounidense, ejercería todavía más presión sobre el dólar. En principio, dicha depreciación respecto a todas las monedas del mundo es manejable. Pero si los nuevos mercados obligan a Europa a asumir todo el ajuste, los resultados serían catastróficos, y el euro subiría a 1,50 dólares, 1,60 o más, con consecuencias verdaderamente nefastas para el comercio.

El FMI se encuentra inmerso en una profunda crisis, y muchos se cuestionan su misión y su legitimidad. Sin embargo, para bien o para mal, la situación actual brinda una oportunidad. Sería deplorable que los ministros de Economía se limitaran a sentarse y a rogar al presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, y al director del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, que los rescaten con rebajas de tipos. Sería aún peor que los ministros europeos, frustrados por la parálisis respecto a los tipos de cambio, empezaran a compartir ideas sobre cómo gestionar de manera creativa sus presupuestos para estimular la demanda a corto plazo en lugar del crecimiento a largo plazo.

En los últimos dos años, los ministros de Economía y los gobernadores de los bancos centrales se dieron el lujo de usar las reuniones del FMI para felicitarse por el rápido crecimiento mundial, sin tener en cuenta cuál había sido su aportación real. (La globalización y China han sido los que más han contribuido). Esta vez tiene que ser distinto

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