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Reportaje:

Peligra la taberna de la izquierda

Declarado en ruina el edificio de El Bocho, lugar de comidas durante 60 añosde periodistas, políticos, actores y escritores

Daniel Verdú

Miguel Ángel y su hermano usaron durante mucho tiempo la bufanda roja de aquel político que iba en Vespa de un lado a otro de la ciudad. Se la había dejado olvidada en el restaurante de su madre un viernes de Consejo de Ministros, después de comer en El Bocho. El de la bufanda era Javier Solana, y el resto de comensales podían ser los entonces ministros Enrique Barón, Ernest Lluch o Josep Borrell. Todos ellos habituales de un establecimiento histórico sobre el que ahora pende una amenaza de cierre casi definitiva.

Loli y Luisa, las dos hermanas que regentan ahora El Bocho, recibieron una carta el pasado 10 de septiembre. La Universidad de Salamanca, propietaria del inmueble donde está su casa de comidas, les anunciaba que el edificio ha sido declarado en ruina y que quedaba rescindido el contrato. "Con anterioridad al 28 de septiembre, desaloje el local y entregue las llaves del mismo", decía la carta. Ellas hicieron caso omiso.

"No hemos entregado las llaves ni lo vamos a hacer", dice la familia que regenta el bar

"El mes de octubre lo hemos pagado, y no lo han devuelto", explica Loli. "Y no hemos entregado las llaves ni lo vamos a hacer", anuncia, mientras su hermana plancha cuidadosamente las servilletas y los manteles a cuadros sobre los que han comido actores, políticos y escritores de las últimas décadas.

Hace 60 años, el santanderino Esteban Cedrún abrió un pequeño restaurante en la calle de San Roque, esquina con Pez, en el barrio de Malasaña. Lo llamó El Bocho, en honor a la época de juventud que pasó en Bilbao. Desde entonces el edificio ha ido cambiando de manos.

El último propietario es una fundación de la Universidad de Salamanca [con la que este periódico intentó contactar sin éxito] que ha dejado que el inmueble se convierta en un cascarón deteriorado y se hayan marchado todos los inquilinos. Hasta que un juez lo ha declarado en ruina urbanística y la ley permite ya que echen a los propietarios de la sexagenaria taberna.

El Bocho va ya por la tercera generación. "Antes teníamos aquí un futbolín", recuerda Miguel Ángel, uno de los hijos de Loli y representante de la última hornada de la familia. "Jugábamos mucho con Ernest Lluch y con Agapito Ramos [ex consejero del Gobierno regional]".

También fue lugar de reunión, cuentan sus dueñas, de actores como Jorge Sanz o Ariadna Gil en horas previas a la entrega de los Goya. O punto de encuentro, el Primero de Mayo, de Fernando Moraleda (el director de comunicación de La Moncloa) y Cándido Méndez (secretario general de UGT).

Moncho Alpuente, periodista, escritor y cantante, es vecino y asiduo de la taberna. "Una vez organizamos una maratón para absentistas laborales. Abrimos El Bocho por la noche para hacer la cena de entrega de premios", recuerda con un whisky con hielo en una mano y un coronas entre los dedos de la otra. "Encontramos a Ernest Lluch, que acudió despistado a cenar y nos dijo: 'Tienen que saber que éste es un sitio que muy poca gente conoce'. Luisi le contestó: 'Don Ernesto, por la noche no abrimos. Está usted aquí porque nos lo han pedido estos chicos", rememora.

El lugar se nutrió en los años cincuenta y sesenta de periodistas del diario Informaciones (en la calle de San Roque) y actores del teatro Lara. Hoy el director de cine Jaime Chávarri y el cantautor Javier Krahe siguen siendo habituales del mantel a cuadros de El Bocho.

"A mí me perjudica mucho que cierren. Estoy ahí unos 100 días al año", se queja Krahe. "Es un lugar de toda confianza. Como estar en casa". Según Krahe, que dice que se topa ahí fácilmente con Andrés Calamaro o con David Trueba, lo mejor es el pescado rebozado estilo San Sebastián.

Las alternativas de Loli y Luisi son pocas. Negociar, quizá, una indemnización, o que intervenga el Ayuntamiento. "Ésa es la opción posible. Que lo expropien", sugiere el concejal socialista Pedro Sánchez. Un portavoz del Consistorio replica que debe estudiarse y que, en caso de que el edificio se haya dejado deteriorar aposta, es factible.

"De momento, nos quedamos. Al menos nos gustaría poder negociar algo. Que no nos echen por las buenas", pide Loli mientras en el fuego de carbón se cuece el menú del día. Lo más solicitado: chipirones con arroz.

La sede de la ultraderecha se convierte en hotel

El edificio que fue el centro de operaciones de la ultraderecha española cambiará de uso. El número 8 de la calle de Mejía Lequerica, sede de Fuerza Nueva entre 1980 y 1984, que ocupa una manzana entera, pasará a ser un hotel de la cadena NH.

Fuerza Nueva adquirió el edificio por 180 millones de pesetas (poco más de un millón de euros) a Papelera Española. El inmueble, de 8.000 metros cuadrados, fue vendido en 1984, como consecuencia de las dificultades económicas del partido del notario murciano Blas Piñar.

Las empresas del sector se resistieron a cualquier tipo de negociación, "dadas las características ideológicas del propietario del edificio", según una de las personas que intervino en la transacción. Lo adquirió Lugarce, SA, y semanas después, lo vendió a una sociedad aseguradora por 350 millones (2,1 millones de euros). Hasta la fecha, ha albergado oficinas.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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