El río
En los actos conmemorativos de la riada de 1957 que se están sucediendo durante este otoño, la sociedad valenciana ha encontrado un nuevo tema para seguir flotando en la ensoñación autocomplaciente en la que la ha sumido la política de eventos y monumentos que se mantiene desde hace años. El eje de todos los discursos ha sido la idea de que aquella lejana tragedia dio lugar a una serie de transformaciones que han culminado en el esplendoroso renacimiento actual de la ciudad. De la riada a la Copa del América y la Fórmula 1. Un largo y laborioso camino desde el barro y la sordidez del franquismo hasta la ciudad de hoy, próspera, feliz y envidiada por todos.
De lo que nadie ha querido hablar, ni abrir espacio para que se hablara, ha sido de la situación del río Turia. La entrada a fondo en ese tema habría deslucido el discurso triunfal. El estado del Turia en Valencia, desconectado del mar y anulado a 12 kilómetros de su desembocadura, no encaja en la visión de los ecosistemas fluviales que comparten hoy en día las sociedades cultas y avanzadas. La situación del río valenciano está comenzando a circular en los medios especializados como un caso de estudio de deterioro fluvial extremo derivado de la intervención humana. En la presentación en Valencia, en la primavera pasada, del Plan Nacional de Restauración de Ríos del Ministerio de Medio Ambiente, una experta reconocida como una de las máximas autoridades europeas en ese campo afirmó que la situación del Turia es "la asignatura pendiente" de Valencia en materia fluvial, y calificó como "una vergüenza" el estado del río en su tramo final.
En el Plan Sur que siguió a la riada de 1957 el río fue sustituido por un canal de hormigón flanqueado de autopistas al que ni siquiera se dotó de un pequeño lecho natural o de un mínimo cauce de aguas bajas que conectara la corriente fluvial con el mar. Ciertamente, hace cincuenta años el concepto de ecosistema sólo se manejaba en algunos círculos científicos muy restringidos, y la noción social de medio ambiente ni siquiera existía. Las obras se realizaban para conseguir los objetivos hidráulicos al mínimo coste, sin ninguna otra consideración. Pero aun en aquel contexto, la decisión de suprimir el río resulta inexplicable, pues era innecesaria y a todas luces perjudicial para la ciudad, fuera cual fuera el uso previsto para los terrenos del viejo cauce una vez liberados de la servidumbre de las riadas. De hecho, no hay precedentes, ni ejemplos posteriores, de la supresión total de un curso fluvial en una ciudad, y menos aún tratándose de un río emblemático, cargado de historia y de valor simbólico e identitario.
La cultura ecológica de una comunidad se ve en cómo trata a sus ecosistemas, y especialmente a los más valiosos, como son los ríos permanentes en los ambientes mediterráneos. Durante décadas, la gestión de los ríos valencianos ha estado presidida por el viejo mantra del desarrollismo hidráulico que preconiza que ni una sola gota del preciado líquido se pierda en el mar. La forma más segura de que un río no pierda agua en el mar es suprimirlo antes de que llegue. Eso es exactamente lo que se hizo con el Turia en Valencia sin que casi nadie se pronunciara en contra. Cuando se cortó definitivamente la circulación del río ya corría la década de 1980, y la conciencia ecológica ya había alcanzado en España una difusión considerable. Varios estudios de arquitectos y algún grupo ecologista propusieron que en la ordenación de los nuevos jardines se mantuviera la circulación de agua por el viejo cauce, pero se acabó imponiendo el criterio de eliminar por completo el paso del Turia por Valencia.
Si antaño esta actitud hacia los ríos pudo ser hasta cierto punto comprensible como un reflejo de la vital dependencia del país respecto a la agricultura de regadío, en la actualidad no tiene justificación alguna. Sin embargo, todavía hoy se resiste a desaparecer en buena parte de la sociedad valenciana. De hecho, en la conmemoración de la riada lo que muchos están volviendo a celebrar, con poco disimulo, es la desaparición del río. La Generalitat ha ido todavía más lejos y ha festejado la efemérides invadiendo varios miles de metros cuadrados del viejo cauce para instalar pistas y graderíos del circuito de Fórmula 1. Incluso en actos tan loables como el reciente comienzo en Quart de las obras del Parque Fluvial del Turia, las autoridades, los invitados y los medios de comunicación miraban hacia otro lado, hacia aguas arriba, para no tener que ver la bochornosa situación del río aguas abajo.
Un serio aviso del anacronismo de la cultura fluvial del cap i casal lo dieron a comienzos del presente año los participantes en el concurso de ideas para la Marina Juan Carlos I. Los ganadores coincidieron en plantear la rehabilitación del río en el degradado tramo final del Turia que aún se conserva, desde l'Oceanogràfic hasta el mar, pese a que las bases del concurso ni siquiera mencionaban esa posibilidad, dando por supuesto que el río tenía que ser eliminado. Afortunadamente, en la actualidad a ningún proyectista con una mínima sensibilidad ambiental se le ocurre suprimir una lámina de agua existente, y menos aún en un entorno mediterráneo.
Con estas propuestas encima de la mesa, rubricadas por los especialistas más prestigiosos, el Ayuntamiento de Valencia difícilmente podrá ya ajardinar los últimos tramos del cauce eliminando el río. De hecho, ya se ha sugerido que lo poco que queda del Turia en Valencia se va a conservar. Entonces la ciudad se encontrará con un Turia inverosímil, que tras desaparecer por completo en Quart volverá a aparecer disfrazado de remanso fluvial en el Parque de Cabecera para desaparecer de nuevo bajo el puente del Nou d'Octubre y resurgir otra vez en l'Oceanogràfic, algo parecido a lo que hacía el pobre Guadiana antes de que lo desecaran los nuevos regadíos de La Mancha. Se hará así patente la esquizofrenia de una ciudad de origen fluvial que, después de suprimir su río ancestral por una decisión irreflexiva e inútil, intenta lavar su culpa instalando en el viejo cauce los más variados simulacros del agua, mientras sigue llamándose a sí misma la ciudad del Turia y sigue llamando El río al viejo cauce del que precisamente desterró a su río.
La única forma digna de resolver la anómala situación que atraviesa el río Turia desde hace unas pocas décadas -un tiempo que no es nada en la historia de un río ni en la de una ciudad- es la de aplicar criterios acordes con los tiempos que corren, esto es, rehabilitar el río en su cauce histórico, en armonía con los jardines. En el cauce de un río permanente lo que tiene que haber es una corriente de agua continua hasta el mar, y hoy en día poner en su lugar representaciones acuáticas o evocaciones hidráulicas resulta estéticamente ridículo y ecológicamente inadmisible. Cuanto antes se rectifique y se rehabilite el curso del Turia en su viejo cauce, del que nunca debió salir, más ganaremos todos, incluyendo al río, a sus jardines, a la ciudad, y a toda la sociedad valenciana.
Antonio Estevan es consultor ambiental y miembro de la Fundación Nueva Cultura del Agua. Forma parte de la Iniciativa Turia, que defiende la rehabilitación del Turia en su cauce histórico.
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