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ÁREAS METROPOLITANAS
Columna
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La gran Sevilla

No se asusten. Guarden cuidado los antisevillanos de oficio, los alcalditos celosos, los títeres del reñidero. Esta grandilocuente expresión, La Gran Sevilla, no va contra ellos. Va contra la inercia de la Historia. Que no es poco. Desde que tengo uso de razón política oigo hablar de un ente fantástico, de una utopía urbana que data de los años primeros, de cuando nos creíamos las cosas que decíamos. Ya aquellos locos del 79, los primeros munícipes de la democracia, escribimos en nuestras proclamas: Área Metropolitana de Sevilla. Y no nos tembló el pulso. Seguramente por ingenuidad. Recuerdo acaloradas discusiones en torno a esto o aquello, a los muchos peligros que ya entonces aleteaban, mortíferos, en torno a la gran urbe. Dos principales: el desorden en el territorio y su majestad el automóvil. Y no es que fuéramos unos magos -en todo caso, ya digo, unos ilusos-. Pero se veía venir: una metrópolis perfectamente descoyuntada, ese floreciente caos en que vivimos. O malvivimos.

La otra tarde, la del día 4, escuchando a José Antonio Viera en el Club Antares, deshojando, uno a uno, los pétalos de su utopía, no sé por qué empecé a creérmelo de nuevo. Debe ser por necesidad, o por esa cierta, incorregible, proclividad a lo fantástico que uno tiene. O porque aquello estaba atestado de altos cargos, avalando al secretario general de los socialistas sevillanos, incluidos algunos de los que más tienen que perder. (A casi todos se les ha de morder un trozo de su tarta, pensé, por mucho que aquí sonrían). El caso es que la vieja retahíla: aunar los servicios (transporte, vivienda, agua, residuos, seguridad...), aderezada con nuevos desafíos (calidad ambiental, invertir la tendencia del coche, sociedad del conocimiento en el Sur de Europa...) volvió a sonar tentadora. Por lo menos era la convicción contagiosa del que lo decía.

Pero no nos engañemos más de lo necesario. El caso es que se ha hecho un poco demasiado tarde, y que si no procedemos ahora ya no se hará nunca, o no servirá de nada cuando llegue, pues no quedará un palmo de terreno libre de lobos, ni paisaje por devastar, ni por dónde discurran más limpias bicicletas, o más felices tranvías de la nostalgia. Viera partió de una sinceridad, que se agradece: "No fuimos suficientemente previsores". Aunque más cierto fuera decir: "No fuimos capaces de aplicar lo que sabíamos". Demasiados pactos de poder interno, demasiados alcaldes cada cual en su procesión. Y muchos disgustos, como el de Marbella, que nos habríamos ahorrado. ¿Y entretanto el ciudadano? El ciudadano, atascado todos los días para subir o bajar del Aljarafe, venir de Alcalá, de Carmona, de Utrera...; respirando CO2 por un tubo, pagando hipotecas de ahorcado.

Por lo menos ahora contamos con el instrumento jurídico: el artículo 94 del flamante Estatuto de Autonomía: "Una ley regulará las funciones de las áreas metropolitanas". Chaves haría bien en desarrollar pronto esa ley (ese sí que sería un legado a recordar) para que empiecen a hacerse realidades La Gran Sevilla, La Gran Málaga, La Gran Granada, la Gran Almería... (como ya hace tiempo existen El Gran Lyon, El gran Manchester, El gran Milán..., y amagan por Barcelona, Bilbao, Zaragoza... ) Y que sus respectivos alcaldes -los del PP también-, Diputaciones, Consejerías, etcétera, se vayan haciendo a la idea, o rascándose el muñón. Porque una nueva dimensión del poder de los ciudadanos, pero más real, necesario y que debió ser más antiguo que otros, está golpeando a la puerta, con insistencia, con desesperación casi. Se llama, anótenlo, poder metropolitano.

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