Pasar de apadrinar a hacer política
Llama la atención la autora sobre un tipo de solidaridad que se apoya sobre lo emocional y la imagen de la necesidad, sin interrogarse sobre las causas de las desigualdades.
En su nuevo libro, Vidas adosadas, Pere Saborit nos habla de una nueva forma de entender la solidaridad más adaptada al mercado actual, donde cada cual puede hacerse con el producto que necesita; y la solidaridad, sin escaparse a esta dinámica, la acabamos haciendo a nuestra medida, convirtiéndola en un producto. Estoy bastante de acuerdo con Saborit cuando dice que hacemos una solidaridad y establecemos una relación con el otro "cómoda y asimétrica", y que el boom de los apadrinamientos de niños de países desfavorecidos responde a estos parámetros. Sin embargo, también es verdad que todas y todos hacemos lo que hacemos a nuestra medida, y no sólo la solidaridad.
Siempre he rechazado -yo personalmente, y Mugarik Gabe como organización de cooperación al desarrollo- los apadrinamientos de niños, por considerar que se quedan cortos en el alcance de la ayuda. Porque intentan mejorar las consecuencias de unas injusticias, pero manteniéndolas al fin o, al menos, no cuestionándolas.
A la hora de apadrinar no preguntamos qué necesita la otra persona; nos lo imaginamos y decidimos por ella
Hacen falta compromisos a largo plazo para lograr un mundo mejor, y actuaciones más de conjunto, más globales
No sé bien cómo es o debe ser el proceso, si hay que dar el salto de lo concreto a lo abstracto o viceversa. En este segundo caso, pasar de lo abstracto a lo concreto podría estar representado por el deseo de ver al otro de manera más cercana y palpable, conocerle al menos por foto, tener una imagen de ella. Es una concreción que nos exige quizá el corazón, ya que, como dice Flaubert, "amar la humanidad significa tanto y tan poco como amar a las gotas de lluvia o amar a la Vía Láctea".
El corazón necesita ver y tocar, necesita cercanía, de ahí que nos resulte difícil actuar políticamente con amor. Pero esa cercanía es en realidad esa relación cómoda y sin complicaciones que tenemos actualmente con ese otro necesitado y de la que habla Saborit. Se puede hacer, no estoy diciendo que sea imposible, pero para hacer política con amor hace falta más compromiso.
En realidad, la gente que apadrina un niño o una niña no se está planteando en ningún momento un acto político, tan sólo una acción de ayuda a alguien necesitado porque esa persona considera que está en posesión de mayores ventajas frente a la vida. Y creo que es ahí donde esta el quiz de la cuestión. La gente se queda en responder a una demanda del corazón, en un sentimiento de empatía o de culpa, pero no van más allá, no quiere complicarse la vida pensando y analizando por qué se dan esas situaciones de injusticia y necesidad y qué podrían hacer para evitarlas.
Falta una actividad intelectual que, como menciona Saborit, consiste en ser capaz de "encontrar relaciones, de hallar lo que hay de común entre fenómenos aparentemente distintos". Ello exigiría pasar a un plano de la "razón", que se diría que está en período vacacional últimamente, y no quedarnos sólo con el "co", más breve, más rápido, más fácil. Reivindico, pues, un "co-razón".
Menciona Saborit en su libro a P. Sloterdijk para confirmar que "la objetividad se paga con la pérdida de la proximidad". Pero hay que aclarar que un apadrinamiento no crea una proximidad objetiva con la realidad, o si la crea, la considero ficticia e irreal. Más bien al contrario, considero que el apadrinamiento persigue esa proximidad con el otro, sujeto de su ayuda, llenando la relación de una subjetividad que no beneficia a la larga a nadie.
Creo que el distanciamiento dota de mayor objetividad; por eso es necesario en una acción política, para lograr un mayor alcance e impacto. Sin embargo, tenemos que acortar ese distanciamiento, acercando, unificando más la mente y el corazón para lograr una acción integral y positiva para el cambio social.
En realidad, a la hora de apadrinar un niño o una niña no preguntamos qué es lo que necesita la otra persona, sino que nos imaginamos lo que precisa y decidimos qué es lo mejor para ella. O, por el contrario, pensamos qué necesitamos nosotros para sentirnos mejor frente a la imagen de un niño desvalido, o nos creemos lo que nos dicen algunas ONGDs sobre qué es lo que necesita esa niña.
Nos falta hacernos preguntas tales como, ¿porqué está así esa madre?, ¿cómo ha llegado a esa situación?, ¿sólo le pasa a ella, o hay muchos más?, ¿se podía haber evitado? Son preguntas que la televisión y otros medios se niegan a responder y que sólo podemos contestar nosotros dedicando un poco más de tiempo a la solidaridad. Salvo que caigamos en ese consumismo del que habla Saborit, que nos hace llevarnos a casa a alguien que no moleste, y para eso, qué mejor que la foto de un niño o una niña a la que ayudamos con un dinero.
Los medios de comunicación, y sobre todo la televisión, pueden llegar a ser muy crueles, al mostrarnos realidades alejadas de nuestro entorno y con las que es muy difícil tener una interacción personal. Nos muestran imágenes de extrema pobreza sin un análisis del por qué ocurren esas cosas y que pueden generar en las personas un sentimiento de culpa y de impotencia que no es nada saludable. Por eso, creo que es esencial hacer una discriminación y reducción de las noticias que se ven, seleccionarlas muy bien para que no produzcan en nosotras un efecto de anestesia por la repetición continuada de situaciones de hambruna, desastres, guerras y masacres.
Como dice el filósofo francés Gilles Lipovetsky en El crepúsculo del deber, "el individualismo contemporáneo no es antinómico con la preocupación de beneficencia, lo es con el ideal de la entrega personal". El individualismo actual es contrario a la organización política para un cambio más global, por lo que supone de compromiso social y por lo que supone de compromiso a largo plazo. Creo que es necesario unir el corazón a la política, ver los efectos de lo que estás haciendo y sus consecuencias, analizar el impacto de esas políticas y actuaciones en la gente concreta. Para eso hace falta un compromiso a largo plazo, tener interés en lograr un mundo mejor y no sólo tener constancia de que tu ayuda particular ha llegado a alguien particular.
Para resolver un problema social hace falta un apoyo mutuo, un trabajo en equipo, unas organizaciones que puedan plantear cuestiones más políticas, más organizativas, más de conjunto, soluciones más globales. Debemos recuperar esa entrega personal y reconvertirla en una entrega grupal, para promover un cambio social. Se deduce de esto la necesidad que tienen las organizaciones de cooperación al desarrollo de un apoyo continuado en el tiempo, de un impulso y reforzamiento de su trabajo político y de su acción de denuncia.
Puri Pérez Rojo es miembro de la ONGD Mugarik Gabe.
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