Don Quijote de Barcelona
La pasión barcelonesa por el Quijote se inicia en 1607, con la primera edición conjunta de las dos partes de la novela, y continúa. El filólogo Martín de Riquer ha creado escuela con su visión renovadora de la obra y en la Biblioteca de Cataluña se halla la mejor colección cervantista del mundo
Las primeras ediciones populares y en bolsillo del 'Quijote' se publicaron en Barcelona
Si hay una ciudad que verdaderamente ha hecho suya la gran novela de Cervantes, ésa es Barcelona. El destino, desde luego, es caprichoso, y si la segunda parte del Quijote se iniciaba con el despiste de confundir esta localidad con Bruselas a la hora de mencionar los lugares donde el libro se había ido reimprimiendo sin cesar ("si no, dígalo Portugal, Barcelona y Valencia", aseguraba el bachiller Sansón Carrasco a Don Quijote), pues por entonces todavía no había aparecido ninguna edición barcelonesa, lo cierto es que el tiempo ha venido a darle la razón.
Y se la empezó a dar muy pronto, aunque los pasos iniciales fueran un poco lentos. En 1617, tres avispados libreros barceloneses, Miguel Gracián, Juan Simón y Rafael Vives, encargaron a los impresores Sebastián Matevad y Bautista Sorita la primera edición conjunta de las dos partes de la novela, para que los lectores pudieran disfrutar, de principio a fin, de las aventuras de Don Quijote y Sancho.
Veinte años después, todas las nuevas ediciones imitarían esa iniciativa. En 1704, otro librero de Barcelona, Raimundo Bons, encargó al impresor Martín Gelabert una pulcra edición de la obra. La cosa, en sí, no resultaría especialmente llamativa de no ser porque para realizarla se acudió al selecto entorno de la Acadèmia dels Desconfiats (germen de la actual Real Academia de Buenas Letras de Barcelona) para hacerse con un ejemplar de la primera impresión. Era, también en esta ocasión, la primera vez desde 1605 que alguien acudía a esa primera edición para reimprimir la novela, de lo que se deduce que, también como novedad, el Quijote se empezaba a considerar un libro clásico.
Más adelante vendrían las magníficas ediciones de Londres (1738, 1744, 1755, 1781...) y de Madrid (1780, 1781, 1787...), realizadas con mayores medios y por los grandes especialistas del momento, que reafirmaron esa apreciación, pero a todas ellas se adelantó la habitualmente olvidada impresión barcelonesa de 1704.
Sin embargo, a la vez que un libro clásico, el Quijote era asimismo un libro popular, y en ese sentido Barcelona también desempeñó un papel muy importante en su constitución como tal, pues fue en esta ciudad donde, por primera vez en España, se empezó a editar con esa perspectiva. En efecto, una vez más, la novedad la aportaron los impresores de los Países Bajos, quienes tuvieron la idea de reducir el formato de los volúmenes y dividir la obra en cuatro tomitos, de manera que su manejo fuera muy cómodo. Además, para hacer más agradable la lectura, la acompañaron de unos sencillos grabaditos al boj. Ésa fue la inspiración que recogió el impresor Juan Jolís en 1755, cuando publicó el primer Quijote español en formato de bolsillo. Y, una vez más, la iniciativa fue imitada casi de inmediato por muchos otros impresores.
Conformadas, así, las dos grandes tradiciones en la publicación de la obra, la del libro popular y la del libro clásico, Barcelona se apresuró a hacerlas suyas poco a poco. El verdadero inicio de esa actividad se produjo a mediados del siglo XIX y, desde entonces, no ha cesado. Por una parte, desbancó a las grandes empresas editoriales de París (Garnier, Baudry), Leipzig (Brockhaus) o Nueva York (Appleton) en la elaboración de ediciones de surtido para el mundo hispánico. Estas reimpresiones baratas, que se iban reponiendo constantemente en las librerías para satisfacer la demanda cada vez más amplia de los lectores, se elaboraron fundamentalmente en los establecimientos barceloneses de Plus Ultra (desde 1857), Espasa (desde 1869), Obradors y Sulé (desde 1876), la Administración Nueva de San Francisco (desde 1883), Tasso (desde 1891), Maucci (desde 1895), Sopena (desde 1905), Araluce (desde 1913), Juventud (desde 1926), Molino (desde 1945)
... Por supuesto, aparecieron ediciones populares del Quijote en muchas otras ciudades (pienso ahora, por ejemplo, en las de Hernando o Calleja, frecuentemente reimpresas), pero ninguna de ellas pudo competir con el volumen de producción de Barcelona.
Paralelamente, con los medios que requería un libro clásico (gran formato, buena estampación, excelente papel, la colaboración de ilustradores de renombre), la industria editorial barcelonesa empezó a producir un buen número de impresiones que abastecieron las más selectas bibliotecas de todo el mundo hispano. Así es como aparecieron las ediciones de Juan Aleu y Fugarull (1879, con ilustraciones de Apel·les Mestres), de Montaner y Simón (1880, con láminas de Ricardo Balaca y José Luis Pellicer), de Miguel Seguí (1897, con ilustraciones de Jaume Pahissa y Artur Seriñá), de Francisco Seix (1898, con láminas de José Moreno Carbonero) o de Salvat (1916, con ilustraciones de José Urrabieta Vierge). El éxito de estas obras de lujo fue tal que se fueron reimprimiendo sin parar hasta bien entrado el siglo XX.
También a lo largo del siglo XIX, Barcelona se puso a la cabeza de la investigación filológica sobre el Quijote. La modesta impresión de Antonio Bergnes de las Casas, publicada en 1839, fue la primera en restaurar las palabras de Cervantes censuradas por la Inquisición. En 1859 (tras un primer intento, fracasado, en 1832), Tomás Gorchs realizó la primera edición verdaderamente crítica del texto, para la que cotejó sistemáticamente un buen número de impresos antiguos. Entre 1871 y 1879, Francisco López Fabra, inventor de la "foto-tipografía", publicó el primer facsímil de las dos partes del Quijote, que contó con el respaldo intelectual del Ateneo y de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona.
Los facsímiles de 1605 y 1615, además, se completaron con una pionera Iconografía del Quijote y, sobre todo, con Las 1633 notas, de Juan Eugenio Hartzenbusch, es decir: lo que quedaba del gran proyecto, frustrado años atrás, de una gran edición crítica promovida por la Real Academia Española. Antes de acabar el siglo, en 1895, el barcelonés Leopoldo de Rius inició la publicación de la primera Bibliografía crítica de las obras de Miguel de Cervantes Saavedra, que culminaría con la aparición de su tercer volumen en 1905.
Con el nuevo siglo, el interés filológico por el Quijote se desbordó. Contribuyó a ello, sin duda, que en 1915 el bibliófilo Isidro Bonsoms cediera su extraordinaria biblioteca al Institut d'Estudis Catalans, germen de la actual Biblioteca Nacional de Catalunya, donde se custodia la mejor biblioteca cervantina del mundo. Al fin y al cabo, fue con los libros de Bonsoms con los que Clemente Cortejón y sus discípulos del Instituto de Barcelona (Juan Givanel o Juan Suñé, por ejemplo) pudieron efectuar su monumental editio variorum, publicada entre 1905 y 1913, primera de estas características.
Pero el cervantismo barcelonés del siglo XX tiene nombre propio: Martín de Riquer. En una época en que el Quijote se veía zarandeado por interpretaciones sociales, políticas, metafísicas y estilísticas de todo tipo, maravillan su serenidad y buen hacer a la hora de estudiarlo. Sus ediciones anotadas, siempre renovadas de 1944 a 1990, se convirtieron en una guía imprescindible para generaciones de estudiantes. Y sus ensayos, desde la brevísima y magistral Aproximación al 'Quijote', de 1957, hasta Para leer a Cervantes, de 2003, rebosan de datos interpretativos, fruto de una lectura desapasionada y, sobre todo, rigurosa de la obra. No se puede pedir más.
El relevo de Riquer lo han tomado ahora dos de sus discípulos. Alberto Blecua acaba de publicar una magnífica edición, orientada al mundo universitario, a la que se puede augurar una acogida sobresaliente durante los próximos años.
Francisco Rico, por su parte, ha centrado su investigación en el esclarecimiento de cuál fue el verdadero texto escrito por Cervantes, corrompido por amanuenses, tipógrafos... y por el mismo autor, que no siempre revisó su obra con la necesaria atención. Los resultados de ese trabajo, aparecidos primero en 1998 y posteriormente, en una versión muy corregida y ampliada, en 2004, han permitido leer muchos de los pasajes de la novela por primera vez tal y como fueron escritos hace 400 años.
Y esa labor filológica se ha visto acompañada por la publicación en 2005 de dos libros complementarios: Quijotismos, centrado en el análisis de lo que ha sido la caótica investigación tradicional sobre esta obra, y El texto del 'Quijote', por desgracia mucho más citado y elogiado que bien entendido, y cuyo subtítulo no puede ocultar el amplio y esperanzado horizonte de expectativas con que se ha realizado: Preliminares a una ecdótica del Siglo de Oro. Así, con la mirada puesta en el futuro, es como la escuela de cervantistas de Barcelona ha empezado a andar en los primeros años del siglo XXI.
Rafael Ramos es profesor de Literatura Española de la Universidad de Girona.
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