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Reportaje:Las secuelas del temporal

Mucha solidaridad y algún robo

Los vecinos ayudaron a rescatar a las personas en peligro. Hubo pocos casos de pillaje

Tereixa Constenla

"Cerrado por disolución". Un cartel clarividente o irónico -según se mire- lucía ayer sobre la fachada de la peña bética en la calle de la Mina, perjudicada también pero sin nadie dispuesto a limpiarla. La riada del martes disolvió muchas cosas. Y construyó otras. Marco Trigo escuchó voces mientras permanecía en el interior de la carnicería, al final de la calle. Primero ayudó a refugiarse a una joven que se había agarrado a la persiana metálica del negocio. Después llegó un niño de 10 años, arrastrado por el torrente. Marco formó una cadena humana con otros vecinos y lo rescató: "Venía magullado, en estado de shock y tiritando". El menor fue examinado por un equipo médico poco después. No presentaba otras complicaciones.

Abundó la solidaridad entre vecinos, pero algún desaprensivo también actuó. De una tienda deportiva aprovecharon el abandono para llevarse gafas de natación y calcetines del escaparate. Zapatillas no. Sólo se exhibían números izquierdos.

Muchos comerciantes recordaban inundaciones pasadas, aunque jamás como la del martes. En el 97, rememoraba el marroquí Mohamed Tantaoui, su local se anegó, pero el nivel de las aguas no superó los 20 centímetros. Las muescas de ahora están a un metro de altura. Su esposa lloraba ayer en silencio ante la puerta del bazar, que abrieron hace 11 años. "Estuvimos atrapadas cuatro personas, entre ellas mi hijo de 10 años". La única salida del establecimiento quedó bloqueada por un coche. Tras una hora de espanto ante la subida del nivel del agua y ante la imposibilidad de contactar por teléfono con servicios de rescate, la misma riada les desbloqueó y se llevó el automóvil calle abajo. Luego, alguien les abrió desde fuera. Difícil de olvidar, como para María del Carmen Palomo, la dueña de la joyería Palomo, que había programado una escapada familiar al fútbol para celebrar su cumpleaños. En lugar de cánticos felices escuchó gritos de personas en peligro. "Sentí mucho miedo e impotencia, ahora siempre recordarás esa sensación cuando empiece a llover". De su joyería salía una manguera que vertía directamente el agua a la alcantarilla. El sótano, donde habían instalado un taller de joyería y otro de artesanía, continuaba ayer con un metro de agua de altura.

Dantesco era el escaparate de la mercería de Mari Carmen Mancha y sus hermanas. Los bolsos amontonados junto al granizo: "Estábamos ocho personas dentro viendo como se elevaba el agua, sin luz, no podíamos mover las piernas del frío. No dormí, lloré toda la noche". No saben aún el dinero que han perdido, más pendientes del temor que han ganado.

María del Carmen García Galindo sí sabe lo que ha perdido: un Renault Mégane comprado hace dos años. Lo estacionó el martes y lo perdió de vista hasta ayer por la mañana. "Empezó a llover con una fuerza tan impresionante que no había visto nunca, el agua no era agua, era espesa, no se deshacía. Nos refugiamos en la casa de una amiga". Desde el balcón vio cómo desaparecía.

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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