¿Soy monárquico?

Esta mañana, de buenas a primeras, me ha surgido una duda que me incomoda, no sé si por absurda u obsoleta o por ambas cosas: ¿yo soy monárquico? ¿Y si lo soy y no me he dado cuenta? Me he puesto a pensar en los beneficios que ha tenido y tiene para España la institución monárquica, pero me he detenido en uno especialmente.

En los sistemas políticos de la mayoría de países de nuestro entorno hay una figura que coexiste, según el caso, con el presidente del Gobierno o el primer ministro, que es, o bien un presidente de la república o un monarca. El dilema sería, pues, decidir qué es preferible, un político al que lo más probable que le mueva sea un afán de poder y notoriedad y lo menos, aunque posible, altruismo, o un tecnócrata aséptico ideológicamente, profesional y comprometido completamente con el Estado en todas sus ramificaciones más allá de intereses electoralistas. Sólo de pensar que se abra periódicamente otro proceso electoral en España para elegir un presidente de la república entre las joyas intelectuales y morales que florecen en nuestra tierra, me salen ampollas en las meninges. Si además añadimos que tendría que relacionarse con los diferentes sectores políticos de otros partidos y del suyo propio, y que al mismo tiempo tendría que armonizarse con los cargos electos de otras comunidades diferentes a la suya, la desazón que me embate es insoportable, porque, sinceramente, no me lo creo.

Sobre todo en el último tercio del siglo XIX y en el primero del XX era habitual que existiera en el debate político una postura sobre la Monarquía, era lógico. Pero ahora, en España, es absurdo y obsoleto, al menos con los argumentos que se están utilizando. Volver a estos debates denota que cierta ideología hace mucho tiempo que se ha quedado sin nada que lidiar, con un discurso vacío, ridículo y anacrónico. Lo verdaderamente único que les incita es vender libros y periódicos.