Esta temporada se lleva el malva
El color naranja ha sido un asiduo habitante del ambiente y de la moda desde hace años. Desde los logos de las compañías hasta la tintura de los asientos, desde el contrapunto en los cuadros hasta los envoltorios de los establecimientos o los bordes de las bragas. Más aún: al plástico siempre le gustó el naranja, y a su naturaleza artificial le convino, desde el principio, este color.
Como pigmento referente, la estela anaranjada ha traspasado la identidad de los partidos políticos y el uniforme de los futbolistas, los ribetes de las zapatillas, las portadas de los libros, los cascos y los chalecos de los obreros. El diseño no dejaba de conectar con lo anaranjado como modo directo de enseñar la novedad, más la diversión y la alegría de la sociabilidad. En su estudio sobre los colores, Goethe los llama el "de máxima energía" que gusta a los fuertes y a los niños, a quienes efectivamente se le sirvieron Barrio sésamo con personajes de cara anaranjada.
En Europa ha sido un color de sofisticación, mientras que en EE UU es escolar
Ese ácido poseía un aura de rebeldía, daba luz al objeto y abría la puerta a un espacio condimentado de confiada y controlada transgresión. Procedente del rojo y el amarillo, la conjunción entre la fogosidad del primero y el filo cortante del segundo, el naranja componía una unidad que rasgaba el horizonte. El naranja rasga y corta. Abre una herida de cómic, se alía con la imprevisibilidad y con la no pertenencia. No hay, en efecto, apenas una bandera de color naranja y, cuando aparece en una franja, confiere a la enseña un aire de segunda enajenación. Tal como, en los uniformes de los equipos, el naranja es el tono de la segunda equipación.
El naranja posee, pues, un poso de doblez, de locura y de jolgorio. Tanto El gozo de vivir, de Matisse, como La alegría de vivir, de Delaunay, se expresan en naranja. A ese jolgorio se junta un grado de voz que, siendo alta, no llega a la estridencia pero que, en definitiva, grita o chilla. Pero frente a este color que ha pigmentado el entorno inmediatamente pasado aparece ahora el morado, el malva, lo violáceo, en la publicidad y en la elección de actualidad. El fenómeno no pasa todavía de ser incipiente, pero va cundiendo y anegando las páginas de las revistas (publicidad de Armani Jeans, Christian Dior, No-l-ita...) y los planos de las vallas.
El violáceo o malva (purple, en inglés) siempre ha sido un color especial en Europa y algo más común en Estados Unidos. Aquí ha sido un color de sofisticación, mientras que en Norteamérica se incorpora naturalmente en el surtido de los colores escolares. En ninguna parte, sin embargo, abunda la pintura violeta, puesto que se trata del color más raro en la naturaleza y cabe asociarlo bien a un deliberado acto de sofisticación, bien al código religioso de la penitencia, las misas de difunto, el adviento y el ayuno, frente a la juerga del anaranjamiento anterior. Claramente, el violeta se asocia más con lo decadente o lo melancólico, y tal viene a ser, en varios aspectos, el aroma de crisis del nuevo tiempo.
Si el final del siglo XX y los primeros años del XXI representaban una ruptura, la cortina rasgada que franqueaba la entrada en un nuevo milenio, la actualidad, cerca de 2010, se manifiesta como una depresión del camino. Vivimos desde hace décadas sin proyecto de futuro, cabalgando sobre la cresta naranja, y arribamos a un punto en que este impulso azafranado se sofrena y cavila.
En la economía, en las artes, en la política, en la intersexualidad, en el trabajo, va emergiendo una onda de meditación y de creciente temor sentimental al que conviene antes la media luz del violeta que la irreprimida voz del naranja. De una disposición hacia el exterior, consumista, vivamente tecnológica y desenfadadamente amoral, se pasa a la moratura de la melancolía moralizante, el hematoma causado por los desmanes, los impactos del terrorismo y la especulación.
El tiempo se macera, se conduele o se introyecta. El naranja alude a una viveza con energizantes artificiales, mientras que el malva lleva hasta una lentificada reconsideración. Poco a poco, puesto que todavía estamos en los inicios, el entorno irá cubriéndose de purple, un medio luto en el que se encierra la sangre de algunas heridas, se anula la visión cantarina del futuro y se asume, por el contrario, la necesidad de rebajar la luz.
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