Montilla baja el suflé
José Montilla encaró ayer su primer "debate de política general" como presidente de la Generalitat. De acuerdo con el lema de su mandato, leyó un discurso apegado al terreno, a la política de las cosas en vez de a las cosas de la política, con el objetivo de desinflar la retórica nacionalista. De acuerdo con su estilo, no levantó entusiasmo, pero ofreció una imagen de solidez a la hora de hacer los deberes con buena letra.
El paisaje político le era y es favorable. En 10 meses, Montilla ha logrado iniciar el despliegue del Estatut, con la constitución de las tres comisiones mixtas, la obtención de las primeras transferencias previstas y, sobre todo, el acuerdo presupuestario Solbes-Castells. La oposición ha sufrido crisis tras crisis, desde el relevo de Josep Piqué en el PP hasta la agudización de las tensiones Duran Lleida-Artur Mas. Y como presidente ha mantenido la cohesión de su heteróclito Gobierno, con salidas de tono escasas, en relación con las que acostumbraba Esquerra.
Pero el paisaje moral es algo peor. La proliferación de plataformas soberanistas; el goteo de inconveniencias a cargo de su predecesor; y lamentables excentricidades como las minoritarias quemas de imágenes del Rey, aunque sean de muy distinta genealogía, catapultan el clima de descontento catalizado por la crisis de las infraestructuras que explosionó el pasado verano.
Montilla se aplicó en intentar convencer a la ciudadanía de que las políticas sociales son el mejor catalanismo y el antídoto contra el suflé nacionalista del lamento, la resignación, la queja y el mal humor: "Soy más partidario de la normalidad política que de la excepcionalidad". Por eso rehuyó acertadamente especular sobre un eventual recorte del Estatuto. Y anunció nuevas medidas. Ampliará la aplicación de la ley de rehabilitación de barrios degradados, apoyará la conversión de los contratos eventuales en fijos y aplicará creativamente la ley de dependencia, en interlocución con 5.600 asociaciones. Pero fue parco en concretar la siempre aplazada reforma de la tributación sobre el patrimonio (sólo adelantó que quedarán exentas las viviendas de valor inferior al medio millón de euros). Y rehuyó profundizar en uno de sus proyectos estrella, el "pacto sobre la vivienda", medio atascado desde julio, y en otros asuntos que cuartean al tripartito: el llamado "cuarto cinturón" o la conexión eléctrica de alta tensión con Francia.
El enfoque de Montilla exhibe un seny superior al de sus antecesores. El problema es que el vínculo entre su catálogo de medidas sociales y su proyecto de una Cataluña tranquila, eficiente y reconciliada con España parece desdibujado, o romo, insuficiente para contrarrestar la indiferencia de fondo que viene revelando la elevada abstención electoral en Cataluña.
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