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Columna
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Ni orden, ni mundial

El mundo emergió a fin del siglo XX de una entente que había durado 50 años, conocida como bipolaridad; el aproximado condominio norteamericano-soviético sobre el planeta. Y hoy, a casi 20 años de la caída del muro, diversas tentativas en pugna siguen muy lejos de haber establecido unas líneas de sustitución que permitan definir dónde nos encontramos. No es un desorden, ni tampoco un nuevo orden, sino más bien una serie de emergencias conflictivas en un contexto abierto y confuso.

Bush padre exploró en los años noventa, con la primera guerra del Golfo, una unipolaridad con numerosas notas al pie, en la que la potencia hegemónica se prohibía a sí misma actuar sin un grueso acompañamiento de capitales europeas y aún del Tercer Mundo, y esa contextura podía haber durado indefinidamente de no mediar el 11-S. Así fue como Bush hijo lanzó, con la segunda guerra de Irak, un ambicioso envite a la unipolaridad total. Pero el conflicto ha puesto de relieve la impotencia básica de la iniciativa. Estados Unidos, en gran parte por falta de motivación nacional, era incapaz de llenar el vacío estratégico creado por la dimisión de la Unión Soviética. Y sólo en esta primera década del siglo, las pretensiones de algunos actores internacionales comienzan a trazar un nuevo dibujo.

A la bipolaridad no le ha sucedido la multipolaridad. El dominio militar de Estados Unidos es demasiado abrumador como para que quepa creer que el mundo tiene diversos centros de poder, que permitan hablar, como en la Europa del XIX, de concierto de naciones o equilibrio estratégico internacional. No es imposible, como le gustaría al ex presidente francés Jacques Chirac, que vayamos en esa dirección, pero ni de lejos estamos aún ahí. Hay una primerísima potencia, que aunque no lo puede todo, militarmente pesa más que el resto del planeta.

La tentativa de los neo-con, que abarrotaron la Casa Blanca de ínfulas belicosas y de las que el segundo Bush aún no ha logrado desembarazarse, inventaron una seudo-bipolaridad, basada en una fuerza fantasmal e hirsuta, que para poner nombre a los miedos se dio en llamar Al Qaeda, como sustitutivo del complaciente comunismo de Moscú. Pero lo que hoy parece que se diseña es una serie de bipolaridades a la carta, de carácter tendencial, de aspiración de poder por parte de la fuerza secundaria, y que ni sumadas todas, ni por separado, llenan el planeta.

De todas ellas, la bipolaridad Estados Unidos-China, aunque está aún en fabricación, al ritmo en que Pekín se rearma, se convierte en dictadura capitalista y limita sus aspiraciones estratégicas a sólo una parte de Asia, es la que tiene más sentido. China es el primer país independiente del mundo, una vez descontado el hegemon. Rusia, dirigida por el finísimo Putin, que ha sabido, sirviéndose de la riqueza del país en hidrocarburos, agenciarse la parte formal de la democracia -votos y sistema de partidos- es el segundo aspirante a construir su particular bipolaridad. Y ello pasa por tomar posiciones contrarias, aunque no de forma especialmente agresiva, a las de Estados Unidos. Irak e Irán son oportunidades para que Moscú se distancie, sin tener que romper con Washington.

Y el tercer lugar corresponde a una coalición de hecho, a la que concurren cuando les conviene las dos potencias anteriores, pero cuyo precipitado central lo forman poderes menores, que entienden que su identidad internacional se define por su alteridad con respecto a Washington. Son Irán, que busca o no busca el poder nuclear, pero tiene resortes en Oriente Medio con que inquietar a Estados Unidos, y Venezuela, cuyo líder, Hugo Chávez, también pignora petrodólares por legitimidad en las urnas, mientras aspira a levantar a la América Latina indígena y mestiza contra la gran potencia, más un salpicón de clientes como Bolivia, Siria -muy a su pesar- y, en especial, buena parte de la opinión pública del mundo islámico, ese yihadistán que, sin llegar a apoyar el terrorismo internacional, tampoco rechaza expresamente a Bin Laden.

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Pero todo es aún algarabía, regionalidad, y trazo irresoluto. Por eso, ni aún es Orden, ni mucho menos, Mundial.

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