Los culpables
Ponga un culpable en su vida. Es un buen lema, una consigna de éxito universal. Desde el principio de los tiempos se hicieron necesarios los culpables. ¿Qué fue primero, la culpa o el culpable? Las opiniones están repartidas. En todo caso, los culpables son útiles. Como producto son insuperables. Su rendimiento es óptimo y su aprovechamiento excepcional. Si uno los mira bien (si uno los culpa bien), acaban pareciéndose al ganado porcino. Alimentan la carne y el espíritu. Siempre hacen falta para lo que sea. Conviene, por lo tanto, tener siempre uno a mano. Si no se encuentran, hay que buscarlos debajo de las piedras, en la alta profundidad del mar o el centro de la tierra, da lo mismo, el caso es encontrarlos. Y si falla la suerte y no encuentra al culpable (a su culpable) en un primer momento, no se culpe. Ante todo, no se culpe. Persevere y seguro que al final lo descubre y la vida recobra el sentido y las noches son claras y los amaneceres luminosos.
Hacen falta culpables. Si se buscan se encuentran, no hay duda. No es preciso poner un anuncio. El hijo encontrará en el padre al culpable ideal y natural, sin que haga falta ni salir de casa. La búsqueda es sencilla. Los padres, por su parte, llevan siglos culpando a los hijos de sus desvelos y sus privaciones. Todo queda en familia. La familia, por tanto, es culpable, ya lo dijo Cernuda. Eso para empezar. Luego la teoría del culpable se ensancha y descubre al judío, a la mujer, al moro, al cura, al rojo, al gran capitalista que se fuma un puro y al mismo puro en pie, desfilando unos detrás de otros por la misma pasarela Cibeles que acaba pareciéndose a un patíbulo donde David Delfín será colgado con un traje de monja masoca.
Andalucía demanda al Estado por daños del tabaco a la salud. Es la cita textual de un titular publicado en este mismo diario. La Administración andaluza ha demandado ante la Audiencia Nacional al Estado por su responsabilidad, junto a seis compañías tabaqueras, en los daños ocasionados por el tabaco en la salud. La culpa de la muerte o de la enfermedad de muchos ciudadanos es del tabaco y el culpable, según los responsables andaluces, no es otro que el Estado y las tabacaleras. Es posible que al paso que llevamos acabe en el banquillo el mono del Anís del Mono, responsable de tantas cirrosis celtibéricas. Es preciso determinar la culpa y señalar de manera directa, es decir, con el dedo, al culpable. Así es que leña al mono. Usted demande a gusto. Inculpe, no se culpe.
Así las cosas, el senador de Nebraska Ernie Chambers ha decidido demandar a Dios. Tenía que pasar tarde o temprano. La semana pasada Chambers demandó a Dios. Le acusaba y le acusa de causar cataclismos y constantes sufrimientos humanos, además de proferir constantes amenazas terroristas. El senador se remite a las pruebas contenidas en el Apocalipsis. El senador no se anda con chiquitas y apunta alto. Pero lo que quería el senador era poner en evidencia la proliferación en Norteamérica de las demandas frívolas y sin fundamento. La demanda como deporte nacional estúpido. La obsesión (tan norteamericana y tan de todas partes) por hallar un culpable a cualquier precio. Y también la peligrosa transformación de la Justicia en circo y espectáculo televisivo.
Dios, siguiendo su costumbre, no ha dicho nada. Seguramente piensa que el senador Chambers tiene tanto sentido del humor como él mismo, maestro del humor, padre del humorismo mudo que han practicado genios como Buster Keaton. Nuestro empeño por encontrar culpables merecería, estoy seguro de ello, mejores causas. Tanta pesquisa de culpables aburre porque nunca hay sorpresas. En el fondo, sabemos el culpable que buscamos, esto es, sabemos el culpable que queremos (también el que podemos permitirnos). El asesino es siempre el mayordomo. Todo resulta consabido, trillado, manido. Judíos y masones fueron durante décadas los culpables de los males de España. España, por su parte, es la culpable de los males que afligen a los buenos vascos (los vascos malos son españolistas, es decir, culpables del peor de los pecados). De momento, se deja a los franceses más o menos (más bien menos que más) al margen del conflicto secular. ¿Podrían permitirse nuestros nacionalistas dos culpables del tamaño de España y de Francia?
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