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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Todo es relativo

Los humanos nos quejamos por nuestra propia naturaleza de nuestros semejantes: incomunicación, incomprensión, abuso, etc. Un pobre por su condición de tal tiene sobrados motivos para lamentarse. Se entiende menos que las quejas las exprese un rico. Sin embargo, todos, ricos y pobres, siempre tenemos motivos para sufrir y para quejarnos; y el rico, encima, tiene la enorme desventaja respecto al pobre de que sufre de la insensibilidad de los demás cuando protesta, por ejemplo, porque el caviar o la langosta se hayan puesto por las nubes.

Qué mejor entonces que una revista de negocios como la americana Forbes haya tenido la curiosidad de realizar un estudio sobre la cesta de la compra de los multimillonarios en Estados Unidos. Y es una investigación bien exhaustiva: la evolución del precio de una cuarentena de artículos de lujo desde 1976 hasta hoy. Según sus cálculos, a los pudientes americanos la vida, de lujo, claro, se les ha encarecido un 600%, más del doble que el IPC del ciudadano corriente.

Para la gran mayoría de los mortales, que una caja de champán Dom Perignon haya subido nada menos que un 8% entre 2006 y 2007 no debe decir mucho. Cuando uno observa el precio (1.679 dólares en EE UU) lo máximo que quizás se le escapa es un "¡quién pudiera!". Y qué comentar si el kilo de caviar del Caspio se paga ahora a 9.800 dólares (un 9% más que hace un año) o que un pequeño jet privado cuesta la bagatela de seis millones de euros.

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El problema no está en los límites evidentes que tiene la mayoría para darse un gustazo como éstos, sino en la frustración que el rico siente cuando se interroga si puede prescindir del lujo que adquiere pese a que ahora lo tiene que pagar mucho más caro que antes. Y pide nuestra compasión.

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