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Columna
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El abrazo perverso

La política construye y destruye, tiene un lado dramático pero también tiene un lado pintoresco, hasta cómico. Como el teatro, aunque trate de cosas serias no deja nunca de ser también un juego. Aunque los políticos la vivan con solemnidad, casi siempre con impostación, desde fuera muchas veces vemos la política como un guiñol.

Hace unos días vivimos aquí un episodio pavero (lástima de galenecos). Hubo la dimisión forzada o el cese pactado, lo que fuese, del secretario general de la Vicepresidencia. Un día después este periódico publicó la transcripción de una conversación telefónica explosiva entre ese cargo de la Xunta con un responsable de informativos de la TVG, la conversación reveló muchas cosas y evidenció diferencias entre los dos socios de la Xunta. El mismo día el portavoz del PP gallego, el señor Núñez Feijóo, fue quien pronunció, con razón, la palabra temida: "crisis". Fue una crisis política, pues claro que sí. Y no será la última, todo gobierno tiene conflictos internos, cuando lo forma un sólo partido entonces la contradicción es entre sectores de ese partido, cuando lo forman dos o más partidos entonces la competitividad es entre ellos. La competitividad es el rasgo más evidente de la política democrática y no es un defecto, es una virtud. Hasta los gobiernos de Fraga tuvieron continuas crisis, sólo que no nos las contaban.

Al PP le esperan aún pasos de su calvario, a las elecciones de marzo se presenta sin liderazgo y en Galicia aún tendrá que afrontar el peso de su pasado en la Xunta, pero aun así necesitamos una oposición que, como ahora, diga en alto que el emperador va desnudo.

Pero esta primera crisis conocida está llena de lecciones. Por lo que fue publicado vemos que la nueva administración ha mantenido en su seno estos dos años comportamientos inaceptables, amenazas e insultos no son anécdotas. Justamente el cambio era para acabar con eso. Es un traspiés político de los dos socios de la Xunta pero afecta sobre todo a los nacionalistas. La buena gestión en algunas consellerías, en algún caso muy meritoria, queda sepultada bajo la imagen de estos días, tendrán que revisar ese desconcierto desconcertante, recuperar el norte.

Pero lo más preocupante es el enmudecimiento. Tres días después cuatro periodistas de distintos medios interrogaban en un programa de la TVG al Vicepresidente, entre todos no consiguieron verbalizar la palabra "crisis" ni interrogarlo sobre ello. Un silencio ruidoso el del periodismo gallego. Un silencio tan opresivo que llega a que se le reproche a este periódico que haga públicas las contradicciones dentro de la Xunta, que publique la transcripción de la conversación telefónicas que las prueba. ¿Para qué está entonces la prensa? ¿Debería haberse guardado esa información? ¿No tiene la ciudadanía derecho a saber lo que pasa en el Gobierno? ¿Si ignora lo que sucede, cómo va a poder juzgar a quien gobierna? Ocultar esa información sería complicidad con la Xunta y una estafa a los lectores; más aún, a Galicia. La conversación publicada no puede ser ignorada porque no le conviene a uno o a otro: lo que se contó es real, existió.

La crisis de estos días pasados puso sobre la mesa, sobre todo, el papel de los medios de comunicación en Galicia. Reveló que el bipartito continuó utilizando los medios de comunicación públicos como instrumento partidista, repartidos entre los dos socios. Es tan evidente que sólo cabe mejorarlo hasta que en el futuro se garantice su independencia. Y reveló que partidos y medios de comunicación privados están unidos en un abrazo perverso que impedía que conociésemos una crisis. Ese abrazo incestuoso ahoga a la ciudadanía, le roba la democracia. Nuestra autonomía es una democracia mediatizada, ¿el modelo creado por Fraga va a seguir siendo el nuestro?

Esta crisis nos recordó que la financiación de las empresas de comunicación con dinero público, nuestro dinero, sólo beneficia a quien tiene el poder, antes al PP y ahora a los otros. Y perjudica gravemente al país. Partidos políticos y medios de comunicación están atados por ese abrazo, no serán libres ninguno hasta que no se separen, pero esa complicidad nos mantiene encerrados bajo una especie de despotismo más o menos ilustrado. Y lo de ilustrado dejémoslo estar, a la luz del lenguaje utilizado por algunos responsables políticos. Aunque le dio a la cosa su puntito de sal.

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